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viernes, abril 26, 2024

Un año de gobierno

Yo insisto en mi programa de televisión y en estos artículos, que lo mejor que nos puede pasar como nación, es que la primera mujer que tenemos como máxima mandataria haga las cosas bien. Desear lo contrario es de mentecatos.

Y porque espero que haga lo mejor para nuestro país, es que paso señalando con dureza la falta de acción en aquellas áreas importantes, pero, desafortunadamente, sigo esperando y lo único que puedo concluir es que no tienen un plan.

El problema de Libre es que llegó al Gobierno sin tener una vaga idea de lo que tenía que hacer y, por lo tanto, lo único que los inspiró fue el deseo de venganza, el odio y la revancha malsana, sentimientos que estuvieron presentes a lo largo de todo el informe de la presidenta.

En uno de mis artículos enlisté las cosas buenas que había visto en este Gobierno, pero ahora que escucho el discurso de la presidenta, siento que todo es aire, inasible, inmaterial.

Como Poder Ejecutivo lo hecho es tan poco que llega a ser desilusionante, y la mayoría de los grandes aciertos no son sino decretos salidos del Poder Legislativo.

Hay que aclarar lo que es obvio: el Legislativo es otro poder, no un apéndice de Casa Presidencial. Los diputados no son mandaderos del que está en la silla presidencial, además no han sido decretos de un partido, sino de diferentes bancadas, así que esos aciertos (si es que son tales) no se les pueden adjudicar al Gobierno actual.

Quitando esos decretos, ¿cuál es el saldo que queda a favor de este primer año de la administración Castro Sarmiento? Casi nada.

Sin duda que heredó un país muy complicado, partiendo de sus finanzas, con una deuda espeluznante, obligaciones pendientes y poco dinero, porque algo hay que aclarar: en bancarrota no estaba la nación, pero casi. Y puedo afirmar que no estaban a cero porque, sino no hubieran tenido dinero ni para el agua ni la electricidad.

Pero bien, hay acciones que son prioritarias para todo nuevo gobierno y conforman una suerte de lista de verificación para supervisar si se va por el camino correcto o no, pero ninguna tiene un chequecito de “cumplido”.

Se achica el Estado, se reducen oficinas, se bajan el sueldo; se amplía la base tributaria, se eliminan exenciones, se persigue a los evasores, se cobran cuentas pendientes, todo ello para tener dinero. Luego se pagan las deudas más apremiantes, pero a la par se generan puestos de trabajo impulsando a los sectores de más rápida gestión: agrícola y obras públicas.

Concomitante a todo ello, se construyen alianzas con la gran empresa privada, se atrae a la inversión extranjera directa, se apoyan a los emprendedores y se financian a las mipyme, aparte de reducir la delincuencia de frente, con mano dura, sobre todo la extorsión. Esto último se hizo hasta octubre.

Esto, en general, se hace el primer año para dinamizar la economía y que permita poco a poco llenar los hospitales de medicinas, mejorar la educación desde la infraestructura hasta la calidad, y poco a poco mejorar la condición de los más pobres. Un año es bastante tiempo.

Cuando un verdadero empresario encuentra una hacienda abandonada, destruida y endeudada, lo que hace es buscar cómo rescatarla para ponerla a trabajar lo más pronto, y no pasar quejándose de los anteriores dueños, vendiendo propaganda barata e incitando al odio. Y esto último sí lo ha hecho este gobierno de las mil maravillas. El discurso incendiario, incluso hasta malcriado de alguno de sus ministros, ha sido el fondo musical estridente del primer año.

Pero volviendo al hilo de este artículo: nada de lo que se debió haber hecho se hizo, pero quieren hacernos creer que sí se hizo mucho. Perdón por la cacofonía.

El dinero llegó. En abril, ya las grandes empresas habían pagado sus impuestos, las remesas de nuestros hermanos en el exterior rompieron récord, hubo préstamos, en fin, dinero hubo para hacer las cosas bien, pero no lo hicieron. No tenían plan.

Ahora resulta que nuestra presidenta sigue con el discurso de odio, sigue exagerando los hechos anteriores, como insistiendo en llamar dictadura sangrienta a la administración pasada. Si aquella hubiera sido una dictadura, mi estimada doña Xiomara, usted estaría presa y su esposo desaparecido. La dictadura es la de su amigo Daniel Ortega, pero no digo más.

Póngase a trabajar, que para eso votaron por usted.

Por Carlos Alvarenga, abogado.

 

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