23.5 C
Honduras
jueves, abril 25, 2024

Sara en Madrid

PRIMERA PARTE

Mi nombre es Sara, vivo en Madrid, y hoy contaré mi historia de cómo llegué a terapia, muy simple, una vez me sentí perdida en mis propios pensamientos y no encontraba la forma de salir de ellos.

Recuerdo que cuando tuve a mi hija menor (9 años) no pasé mi mejor momento y dejó secuelas emocionales enormes, pero en ese momento no lo supe ver, al paso del tiempo el malestar fue creciendo más, y cuando regresé al trabajo, y fue allí cuando comenzó mi gran pesadilla. Estaba trabajando con mucha presión, pero renunciar no era opción, en ese momento mi situación económica no era buena, necesitábamos el dinero, mi pareja estaba sin trabajo, así que todo recaía en mí, pasaron varios años hasta que mi cuerpo empezó a manifestar que necesitaba un paro, mi cuerpo avisó que algo no iba bien, empecé a tener muchos síntomas físicos: dolor de estómago, mareos, ganas de llorar en todo momento, la sensación de vomitar, hormigueo en las manos y en los pies, calor sin razón, sentía que me faltaba el aire o que no me llegaba suficiente oxígeno al cerebro.

Después de los síntomas físicos vinieron los psicológicos: muchos pensamientos negativos donde pensaba que me estaba muriendo, que me iba dar un infarto, que algo malo iba a pasar, siempre pensando en lo peor, decaída, muy triste. Visité muchos médicos, llegué a ir hasta donde un neurólogo porque sentía como descargas eléctricas en mi cabeza, el doctor me diagnosticó cefaleas tensionales, y todos estos síntomas crecieron cada día más.

Recuerdo con claridad un día que me subí al tren y no era capaz de estar ahí, sentía que me daría un infarto, empecé a temblar, me faltaba el aire, me tuve que bajar, no fui capaz de continuar con el viaje, nunca en mi vida me había sentido tan vulnerable, siempre había sido una mujer fuerte, con el control de todo y ahora me sentía pequeña y débil en todo momento, el temor se apoderó de mí, mil pensamientos negativos circulaban en mi cabeza, el miedo no me dejaba seguir con mi vida diaria. Lloraba de la desesperación porque sentía que estaba perdiendo el control de mi mente y eso me aterraba. No quería terminar mal y menos morir tan joven, esos pensamientos me perseguían a cada instante, muchas preguntas en mi cabeza ¿por qué me pasa esto a mí?, ¿por qué no puedo controlarme?, ¿estoy perdiendo la razón?, solo sabía que quería estar bien, mis hijas y mi familia no merecían ver mi condición.

Busqué ayuda para tratar mis síntomas físicos, pero nunca imaginé tener necesidad de ayuda psicológica, busqué un profesional donde vivo, me dijeron que tendría que remitirme un psiquiatra, así que llamé al seguro con el que estaba en ese momento y me dijeron que tenían a la mejor psiquiatra, fui y me diagnosticó trastorno de ansiedad con un cuadro depresivo. Recuerdo ese día, salí de allí en un mar de lágrimas, no podía creerlo, pero comencé a ir cada mes con ella, pero no mejoraba, porque solo me recetaba fármacos que algunos en lugar de ayudar me hacían sentir mal. Comprendí que aunque te digan que una profesional es la mejor, no quiere decir que lo sea para ti; durante un año completo sentí que perdí mi tiempo porque lastimosamente ella no supo ver que yo necesitaba más que medicación, y hasta que mi situación fue aún más terrible me remitió a un psicólogo, busqué, pero durante el siguiente año me encontré con tres diferentes profesionales porque se marchaban de la clínica del sistema público, fui al médico del seguro social y era peor, me vi frente a una lista de espera de más de tres meses, yo no podía esperar más tiempo.

Espera el próximo lunes la segunda parte.

Por Irazema Ramos, sicóloga.

 

 

 

- Publicidad -spot_img

Más en Opinión: