El panorama electoral hondureño de 2025 promete ser un caleidoscopio de figuras públicas, desde deportistas a influencers, compitiendo por un lugar en el Congreso Nacional. Este fenómeno, aunque no es exclusivo de Honduras, genera un debate inevitable: ¿qué tipo de legisladores necesitamos y cómo influye su trayectoria previa en la calidad de su desempeño? Los datos internacionales ofrecen un marco interesante para reflexionar. Algunos estudios recientes revelan que el 78% de los parlamentarios en 97 países tenían al menos un título universitario, y el 40% poseía un posgrado. Sin embargo, esta tendencia hacia la profesionalización académica no necesariamente se traduce en mejores resultados. Esos mismos estudios encontraron que políticos con títulos avanzados no logran consistentemente legislar de manera más efectiva, equilibrar presupuestos o resolver problemas complejos. En Honduras, la entrada de celebridades a la política plantea una pregunta distinta, pero igualmente pertinente: ¿qué valor aporta al Congreso una representación menos técnica pero más conectada con la ciudadanía? Por un lado, la presencia de figuras públicas puede generar identificación y acercar a sectores tradicionalmente apáticos. Por otro, puede intensificar la percepción de un Congreso como escenario mediático más que como espacio de debate serio y técnico. La integración de actual Congreso y su efectividad son buena medida de cómo responder estas inquietudes. Cada uno, por supuesto, podrá hacer sus propias evaluaciones, pero los resultados hablan por sí solos. Esto de un Congreso que integrado por escasa preparación en políticas públicas. La realidad del país, sin embargo, exige algo más que popularidad o carisma. Honduras enfrenta problemas profundos en áreas como la economía, la legislación mercantil, el comercio exterior, la normativa tecnológica del Estado y las relaciones internacionales. Estos desafíos requieren de legisladores que comprendan las complejidades de estos temas y estén preparados para diseñar y apoyar soluciones efectivas. No basta con ser un rostro conocido; se necesita conocimiento, compromiso y una capacidad de aprendizaje constante para legislar en beneficio del desarrollo nacional. Por supuesto que es responsabilidad de los ciudadanos evaluar cuidadosamente a estos candidatos antes de favorecerles con el voto. Escuchar detenidamente sus ideas, propuestas y objetivos concretos es fundamental para garantizar que quienes ocupen una curul sean personas capaces de entender y atender las necesidades del país. La democracia no termina en las urnas; comienza con un electorado informado que exige resultados. Un aspecto que considerar es cómo los partidos políticos y los mecanismos de acceso al sistema político influyen en la calidad y diversidad de los legisladores. Los países con una trayectoria democrática más sólida tienden a configurar élites políticas más equilibradas que aquellos con democracias más erráticas. En este sentido, los partidos deben asumir su rol como facilitadores de oportunidades y equilibrios, especialmente en contextos como el hondureño, donde las desigualdades económicas siguen marcando el acceso al poder político. La solución, como siempre, radica en el equilibrio. Honduras necesita un Congreso diverso, donde coexistan expertos con experiencia técnica y figuras que representen de manera auténtica a distintos sectores sociales. Pero esta diversidad debe estar respaldada por un compromiso inquebrantable con el interés público. Tener rostros conocidos en las papeletas no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para fortalecer la conexión entre gobernantes y gobernados. Mientras nos acercamos al 2025, debemos preguntarnos no solo quiénes ocupan esos cargos, sino qué aportan y cómo podemos exigir rendición de cuentas. La política, al final, no es un espectáculo ni un desfile de títulos; es el espacio donde se construyen las respuestas colectivas a los problemas nacionales. Para garantizar un desempeño efectivo, sería oportuno implementar programas de capacitación obligatorios para los legisladores electos. Estos podrían enfocarse en el proceso legislativo, políticas públicas y economía, dotándolos de las herramientas necesarias para abordar los complejos desafíos del país. Instituciones académicas y organismos internacionales podrían liderar este esfuerzo, fortaleciendo la preparación técnica sin limitar la diversidad en el Congreso. La inclusión de nuevos perfiles puede renovar la política hondureña si se asume con responsabilidad. Ciudadanos, partidos y candidatos deben entender su rol: elegir con criterio, priorizar méritos y comprometerse con el país. Esta coyuntura puede ser el punto de partida para un Congreso representativo y preparado, si todos contribuyen al fortalecimiento democrático.