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jueves, mayo 2, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Que paguen los ricos

Héctor A. Martínez (Sociólogo)
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De verdad que yo no entiendo cómo economistas de la talla de Joseph Stiglitz llegan a creer que los gobiernos deberían extraer parte del capital a los ricos para dárselo a los pobres, como que si esa acción esquilmadora fuese la panacea para reducir la desigualdad y la pobreza. Stiglitz se reunió en Washington DC con un grupo de “expertos” que recomendaron gravar a los ricos de América Latina, de la misma manera como lo están haciendo en Chile y Colombia, con el cuento del combate a la crisis provocada por el cambio climático y la invasión de Putin a Ucrania.

La reunión de los salvadores de los pobres fue bautizada con el sambenito de “Vientos de cambio”, seguramente en alusión a la canción del grupo de rock Scorpions “Winds of change” aparecida en 1991, y que a lo mejor conmovió a Stiglitz en aquellos turbulentos días que yo bien recuerdo. La canción, por cierto, fue una inspiración del vocalista de la banda Klaus Meine, en una gira musical que el grupo hiciera a la Unión Soviética en 1989 justo cuando se derrumbaba el sistema que un día prometió acabar con la desigualdad social en todo el mundo. ¡Las vueltas que da la vida!

Ahora aparece Stiglitz inspirado, acompañado de figuras estelares de la izquierda aburguesada, entre ellas, el ministro de Hacienda de Colombia, José Ocampo, la subsecretaria de Hacienda chilena Claudia Sanhueza, y Gabriela Bucher, directora de Oxfam International, una organización inglesa que dice dedicarse al combate a la pobreza alrededor del mundo. La misma cantaleta que le da dado de comer a un montón de burócratas de los organismos internacionales, que no encuentran chamba en el sector privado.

Como amante del Estado Benefactor y de los mercados intervenidos por el Estado, Stiglitz dice que el ahorro estatal ha fracasado, por lo tanto, lo mejor que pueden hacer los gobiernos es gravar sobre el capital acumulado por los ricos para reducir las desigualdades entre estos y los pobres.  Stiglitz saca a relucir el desfasado sistema keynesiano de antaño, y trata de venderlo como si fuera el último grito de la moda. Al economista se le olvida que es el capital reinvertido por los capitalistas el que ha perfeccionado el sistema Windows de su laptop, y toda la tecnología Apple que cargan en sus maletines los miembros de la cuadrilla que le acompañan en la mesiánica cruzada.

La propuesta de los iluminados promueve, no la reducción de la pobreza, sino todo lo contrario. Los gravámenes a la acumulación del capital de una empresa, lejos de aumentar la productividad, la desestimula de diversas maneras: descensos en la producción, aumentos de precios, recorte de planillas y otros males que son típicos cuando los empresarios se sienten intervenidos por el Estado. Cualquier empresario que sienta el peso de los controles estatales, comienza a tomar sus propias medidas de resistencia, a menos que decida que ese sea su deber para con la sociedad.

Mucho intelectual en el Primer Mundo asume que la pobreza se puede erradicar haciendo las de Ebenezer Scrooge, el avaro personaje de Charles Dickens, que al final de su vida limpió sus pecados capitalistas patrocinando a la familia de un empleado que vivía con estrecheces. Stiglitz cree que, al sumar muchos Scrooge, el mundo será un lugar más justo para vivir, sin inequidades ni miserias. En realidad, lo que Stiglitz y esa raza promueve no es solamente la exacerbación del odio, sino también el fomento de la corrupción estatal, porque los impuestos que ellos proponen no harán más que engrosar los presupuestos de los gobiernos que, como bien sabemos, son manejados en el Tercer Mundo con propósitos más políticos que sociales.

A mí no me molestan los ricos porque creo que han llegado a ser tales ofreciendo bienes y servicios, haciéndonos la vida más cómoda, y generando empleo para millones alrededor del mundo. Los que me molestan son los parásitos que viven a expensas de ese capital, y que prometen un mundo mejor con la plata de aquellos.

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