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domingo, abril 28, 2024

El planteamiento transhumanista

Por José R. Reyes Ávila, Abogado,
España/Centroamérica.

Vivir 500 años, no enfermar, no sufrir.

El hombre ha sido el centro y actor principal de todos los acontecimientos de la historia de la humanidad. Todo ha girado en torno a este “ente biológico” y su entorno, en la búsqueda, en todo momento, de su perfección y de la perfección de lo que le rodea. Este hombre ha crecido y se ha desarrollado, auxiliado para su progreso individual y colectivo, por la tecnología: una piedra, una lanza, una flecha, una armadura, una catapulta, la pólvora, el cañón, la imprenta, la computadora, un teléfono móvil, la modificación genética, etc. Continuamente la tecnología ha estado presente, siempre ha sido actualidad y futuro, permitiendo ventajas y poder para unos y atraso y resignación para otros.

Hoy, la humanidad sigue evolucionando a cada momento. El próximo ser humano “evolucionado” está en construcción, mutando en su aspecto físico o intelectual: manos biónicas, chips cerebrales, implantes subcutáneos y médicos, y un largo etcétera, auxiliado por nanotecnologías, ingeniería genética e inteligencia artificial, todo ello con la finalidad de vivir de forma más cómoda y placentera, “alejado del dolor y la muerte”. La expectativa de vida cada día es mayor, y la tecnología nos ayudará a incrementarla a límites insospechados, hasta convertirnos en transhumanos (humanos mejorados tecnológicamente) y eso es mucho decir.

Con el transhumanismo, el hombre se fusiona con la tecnología y deja de ser lo que fue para ser “mejor”; y si en realidad seremos mejores como humanos, solo el tiempo lo dirá.  El transhumanismo es un proyecto antropocéntrico enfocado en la mejora progresiva del hombre. Según el filósofo científico Nick Bostrom, esta propuesta pretende la creación de un nuevo individuo mejorado física, cognitiva, moral y emocionalmente por medio de la implementación tecnológica. Con estas ideas se forma un movimiento cultural, filosófico y científico que defiende “el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, utilizando la tecnología para eliminar los aspectos no deseados e innecesarios de la condición humana como el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición de mortal”. (Nick Bostrom, World Tranhumanist Association). Esta corriente de pensamiento tiene fundamentalmente cuatro objetivos: a) Que los seres humanos vivamos un promedio de 500 años. b) Que los seres humanos dupliquemos nuestro cociente intelectual. c) Que el ser humano tenga total y absoluto control de sus impulsos e instintos. d) Que el ser humano no se enferme ni sufra. Veamos.

Vivir 500 años daría a un humano la capacidad de convivir con veinte generaciones. Considerando esto, desde un punto de vista genealógico (una generación se da cada 25 años), el simple hecho de pensarlo ya es un reto y un verdadero galimatías; extender la esperanza de vida a esos límites ameritaría crear un nuevo derecho y una ética que acompañe este desarrollo; un ser con tal longevidad plantea retos que no son fáciles de imaginar; hacer proyecciones es ciencia ficción.

Por otra parte, doblar el cociente de inteligencia de los individuos suena tentador: “serás más inteligente”. A cualquiera le puede resultar atractivo sin pensar en las consecuencias que conllevaría el hecho de ser más “inteligente”. Investigadores de la Universidad de Purdue, en Estados Unidos, han desarrollado un chip electrónico, implantado en humanos, que actualiza por sí mismo sus circuitos, y es capaz de aprender continuamente, y de servir de base a un ordenador que operaría como el cerebro biológico. La idea es que la inteligencia biológica se expanda de la misma forma que la inteligencia artificial; y no es ciencia ficción.

Los impulsos y los instintos (conductas innatas), así como los sentimientos, nos hacen singulares y únicos. Controlarlos y manipularlos es crear una nueva categoría humana: un hombre que, irremediablemente, será más predecible, más máquina que hombre. Es muy probable que cada día seamos más autómatas y menos humanos; sustituiremos lo que nos limita como humanos: aquello que no nos apetezca como emociones, sentimientos, impulsos no deseados por otros más “apetecibles”. Esto será como cocina a la carta; para quien pueda claro está.

Las enfermedades han sido parte de la humanidad al igual que el sufrimiento. Una vida sin padecimientos es una vida totalmente “diferente” a la que hemos conocido. Tratar de evitarlos, amparados por la tecnología, plantea un futuro en principio idílico, lleno de placer y de gozo infinito, con mucho hedonismo. ¿Serán, acaso, las enfermedades y los sufrimientos sustituidos por algo perverso e impredecible? Al final, como casi todo en la vida, esto es una lotería.

Concluyendo, si existe el deber moral de un grupo de personas de mejorar a la humanidad a través de la implementación tecnológica, también debe existir, paralelamente, el deber moral colectivo de decidir sobre la implementación de los avances tecnológicos que mejorarán al ser humano. De otra forma, esto se convertiría en una “dictadura tecnológica”. El transhumanismo plantea una serie de realidades que están aquí, y hay que reflexionar seriamente sobre ellas; no hacerlo es peligroso.

Nos acercamos suavemente a esa realidad transhumanista, y me viene el recuerdo de la película Gattaca (1997) en donde la modificación genética se presenta como una oportunidad para eliminar enfermedades congénitas, generando la creación de dos clases sociales bien diferenciadas: los superiores, aquellos que fueron modificados genéticamente; y los inferiores, que no tuvieron el dinero ni la oportunidad de serlo. Mientras los primeros gozaban de todas las oportunidades, los segundos fueron marginados y discriminados del sistema. Este es el inicio del transhumanismo.

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