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viernes, abril 26, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO La miseria nacional: negocio de pocos

En los países más pobres y atrasados, los ciudadanos –que han perdido la fe en el Estado y en la política – suelen romper las normas y los valores con suma facilidad, mientras son testigos inconmovibles de la corrupción que campea impune en todo el sistema social.

En sociedades más prósperas, por el contrario, las instituciones están al servicio de los ciudadanos de una manera efectiva, a tal grado que su funcionamiento resulta de máximo rendimiento y utilidad para los usuarios. ¿Qué significa eso de “máxima utilidad”? Vamos a poner un ejemplo. Hasta hace apenas treinta y dos años, Estonia, uno de los tres países bálticos se desligó del sistema comunista, tras la caída de la Unión Soviética y apostó por una economía liberal de corte capitalista. Nos atreveríamos a decir que Estonia es uno de los países con los mejores indicadores económicos de toda Europa. Los servicios educativos y de transporte son gratuitos, sostenidos con los impuestos que pagan honrada y disciplinadamente los ciudadanos. La educación -de altísimo nivel- es gratuita para todos, mientras las unidades de tranvías y trenes son impecablemente ordenadas, altamente tecnificadas y extensas en cobertura. La calidad de esos servicios es inimaginable para un latinoamericano acostumbrado a las bagatelas estatales.

En esos países, la gente cuida celosamente las instalaciones de los servicios públicos, mientras su comportamiento es disciplinado y obediente a las reglas que el sistema “impone” para mantener la sana convivencia y la concordia pública. En otras palabras, el sistema se preserva automáticamente; se protege a sí mismo. En sociología, eso se llama “orden social”. Es lo que todo gobernante ansía para ganar opinión pública favorable y pasar a la historia como un adalid del progreso.

¿Cómo podemos saber si prevalece el orden social en un país como Estonia o Finlandia? La respuesta: el 91 por ciento de las personas tiene educación media superior, y el 75 por ciento de las personas se encuentra empleada. Por otro lado, la delincuencia es casi inexistente, mientras la presencia policial es casi imperceptible.

¿Cómo puede llegar una sociedad a tener indicadores de tal magnitud y hacer que sus integrantes obedezcan las reglas del juego social?  Sucede cuando los gobernantes saben que fueron elegidos para servir a los ciudadanos, y no al contrario. Estonia demuestra que los funcionarios del gobierno son intermediarios de la oferta de servicios de calidad, sin andar pidiendo coimas ni mordidas. Los gobiernos no necesitan andar haciendo propaganda sobre logros de chuchería, como nosotros. Para lograr obediencia y conformidad ciudadana -es decir, respeto por las leyes-, hay que sentar las bases de la prosperidad, no de la miseria.

El reverso de la moneda de la prosperidad es un Estado inefectivo e inútil, donde los ciudadanos han terminado por aceptar que el destino los ha condenado a ser pobres eternamente. Y lo serán siempre, en tanto prevalezca un promedio educativo de quinto año de primaria; una mísera productividad nacional; servicios públicos para indigentes, corrupción descarada en instituciones y gremios; permisividad policial para ladrones y asesinos, y, desde luego, tribunales politizados.

Seremos miserables mientras una élite viva tranquila en sus palacetes de mármol italiano, indolentes ante la realidad nacional; seremos desgraciados entretanto los eternos políticos se empecinen en trastocar la Constitución, concentrar tres poderes en uno, probar con el experimento socialista, traer maestros de países no menos miserables, e inflar la burocracia para generar dependencia laboral. En suma: la miseria y el desorden son un buen negocio para invertir en la política catracha. Solo se requiere mantener el caos y la discordia nacional para sacar ganancias electorales de los relajos.

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

 

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