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jueves, mayo 2, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: La historia suele repetirse

Héctor A. Martínez (Sociólogo)
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Hace un par de días, visité el Museo de Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio nazi, situado en la pequeña ciudad polaca de Oswiceim, a 69 kilómetros de Cracovia, en Polonia. Como casi todo el mundo sabe, Auschwitz funcionó como el centro de operaciones de la llamada “Solución final”, el malvado proyecto de Hitler que acabó con la vida de más de seis millones de judíos, entre 1941 y 1945. Al salir de esas macabras instalaciones, me hice una vez más la pregunta de cómo fue posible que un gobierno, un grupo de hombres comunes y corrientes, pudieron asesinar a tantos seres humanos, en nombre de una ideología que propiciaba el odio en lugar de la unidad; la muerte al contrario que la fraternidad y la paz.

Al regresar ese día a Cracovia, dos señales me empujaron a escribir esta reflexión: la primera, un video que me envió un buen amigo donde se muestra la estrategia que siguen los gobiernos autoritarios para concentrar el poder, valiéndose del miedo y el odio sistemático que propician entre los ciudadanos. La segunda tiene que ver con el libro “Opresión y resistencia” que adquirí en Berlín, una denuncia sobre los abusos cometidos por Stalin y Hitler, escrita entre los años 30 y finales de los 40 por George Orwell, el mismísimo autor de “1984” y “Rebelión en la granja”.

Pues bien: resulta claro que Hitler aprendió de Stalin, y este de aquel. De estas dos aberraciones de la historia moderna -muy a pesar de Maquiavelo-, la mayoría de los políticos de izquierdas y de derechas en Latinoamérica, han aprendido a utilizar algunas de sus técnicas más efectivas, echando mano de las mismas artimañas legalistas para intervenir cada resquicio de la sociedad. El procedimiento es el mismo de siempre: trastocar la constitución, acallar los medios de comunicación y eliminar a sus opositores.

Los horrores cometidos por nazis y comunistas -sin dejar por fuera a los aprendices de dictadores como Daniel Ortega y Cia. – nos muestran cuán frágiles son los valores humanos cuando los preceptos ideológicos trastocan la psique colectiva. Los nacionalismos extremos y los socialismos radicales impiden que las masas puedan distinguir entre el bien y el mal; entre lo políticamente correcto y las barbaridades de sus líderes, sobre todo cuando estos abusan del poder conferido en buena lid, a través de los procesos eleccionarios.

Frente a este cáncer que carcome a varios gobiernos de América Latina, que se incrusta como yedra venenosa en las paredes de la democracia, a los ciudadanos solo nos queda impedir el resurgimiento de estos nefastos regímenes, conjuntando las voces estentóreas de la protesta, y las manifestaciones de los intelectuales que atemperan, en cierta medida, los ímpetus desatados por autócratas y dictadores. Al contrario de los incautos alemanes de entreguerras, o de los rusos que vieron en los bolcheviques la salida hacia el progreso económico y la libertad, los latinoamericanos no podemos permitir que los autoritarismos y las dictaduras pintarrajeadas de democracia y progresismo vuelvan por sus fueros. Todos los autócratas de hoy -sean figuras o partidos-, comienzan cautivando a los incautos bajo la promesa de un mundo mejor, y la garantía de redimir a las sociedades de la pobreza y el atraso. La justificación es verdadera, pero la intención es otra.

Embelesados con el poder, los dictadores suelen comportarse como niños traviesos que, jugando con una caja de cerillos, terminan incendiando la ciudad entera. Los primeros síntomas de su autoritarismo se detectan con la disentería de decretos y leyes que promulgan a su favor, llegando a creer que los valladares son inexistentes, y que todo exceso les es permitido.

Pues bien: cuando un poder muestra sus colmillos, los ciudadanos debemos responder con los obuses de la unidad. Si consentimos sus desmadres, llegará el día en que los sangrientos Auschwitz o los fríos gulags puedan resurgir el día menos pensado. Ya sabemos: la historia suele repetirse.

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