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jueves, mayo 2, 2024

SIN VENDAS: Sólo cenizas…

Sí, dijo serio… luego de pensarlo un milenio, con la mirada ida, como viendo otras realidades, como afanado en escapar de esta y buscar en su mente un paraíso etéreo. Sí, me dijo luego de la pausa meditada, larga como una quincena sin pisto.

Es lamentable ¿sabe? Es de terror, mejor dicho, que alguien escape a la carrera, que deje todo lo que le es conocido, todo lo que ha amado, sus olores, sus ruidos, sus sabores, su familia y que escape de su realidad, para sumergirse en un viaje tanático, casi como una peregrinación de fuego, expuesto al clima y la maldad humana, todo para llevar el bocado, el sustento propio y de sus seres queridos, es horrible, si lo piensa, abandonar todo, exponerse a todo por una esperanza cimentada en nada y todo porque de donde es, se le negaron sus derechos, de ser humano y vivir como uno, digno y sin miedo.

No sabe uno si sentir respeto por semejante muestra de fuerza y valor, de a libra cada uno, digo yo, hay que ‘tenerlos’ para salir a buscar vida o muerte o si, simplemente, sentir lástima, no por ellos, sino por lo que han convertido nuestra tierra, ¡regada por tragedias, lágrimas de hambre y miedo!

Sí, dijo nuevamente, con otra pausa que ve el infinito, con los ojos brillantes de cólera ¿o será algo más?, me pregunté, al ver las llamas intensas que se asomaban por la ventana de su alma, como un par de demonios que bailaban o serían ángeles conteniendo la cólera del Altísimo.

Sí, confirmo él, mire usted esas almas que, en busca de lo que se les negó aquí, buscando algo tan simple como el bocado en la mesa, la sonrisa de sus hijos al dar la primera mordida de ese plato tan esperado, la seguridad de dormir en un techo, amparado del frío y los zancudos, algo simple, de cajón pues, para todos y todas, pero negado aquí por un gobierno mezquino, que solo ha buscado cebar su maquinaria obesa de corrupción. ¿Se imagina, usted?, me dijo casi en agonía, casi gritando la verdad, esos hermanos quemados en tierras ajenas, tierras extrañas, el miedo que tuvieron al sentir el beso flamante, al saber que su intento no se lograría, al saber que las bocas y estómagos por los cuales salieron, ya no se podrán llenar, ¿se imagina usted el miedo de esa gente?

Al entender que, de sus anhelos, de sus sueños, de sus amores en el corazón, de la intentona de que los suyos tuvieran una vida digna, que pudieran seguir adelante en esta tierra, que cada día, es más como esos lodazales del invierno que complican todo.

¿Se imagina ese terror?, no el de morir sofocado por el humo o mordido por las llamas, si no el de saber que lo último que verán en esta tierra, son sus hijos de pan en mano, su viejita con tantas necesidades o la doña sufriendo su ausencia y saber que nunca fue necesario morir allá, si aquí les hubiesen cumplido.

Cada uno de ellos, me dijo, los que ahora yacen en el camposanto, fueron gentes, con sentimientos y sueños, cada uno de ellos fueron amores, risas y abrazos, fueron enojos, fueron angustias y miedos, fueron gentes como usted y como yo, lo único es que aún no hemos llegado donde ellos tuvieron que decidir si seguir muriendo lentamente aquí o buscar tal vez con una poca de suerte, lograr llegar donde sea que fueran para mandar de vuelta, en oro verde, lo que ya no tenían acá.

Pues, esas gentes ya no son gentes, me dijo con pesar, esos sueños ya no son sueños, esos padres y madres, esos hijos e hijas, esos maridos y esposas ya no son, ahora yacen fríos en una morgue extranjera, todos ellos acobijados por el abrazo frío de la muerte, todos ellos y ellas son tragedias, una cosecha más de la injusticia, la ignominia, una cosecha más de la desesperación que se siembra aquí ¡y se riega con la sangre de uno!

Ya no son gentes, me dijo mientras se alejaba, ahora son cenizas, ¡solo eso!, las cenizas de alguien que fue y ya no será. Eso es lo que me hace llorar me dijo, ¿se imagina cómo una persona es, con todo lo que representa, pueda terminar siendo cenizas, en una tierra que no los llamó y ni los quiere, solo por buscar lo que siempre tuvieron que tener acá?

Ahora solo son cenizas, me dijo, y volvió a hacer silencio, uno tan largo y frío, como imagino debe de ser el reposo eterno en el camposanto, o la losa de metal de la autopsia. Ahora sólo son cenizas, me dijo, ¡y eso es lo que me duele!

Jesús Pavón

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