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miércoles, mayo 15, 2024

¡Se los dije!

Qué feo, pero a veces qué bonito es decir esa frase… ¡se los dije! Por razones muy personales hace bastante tiempo elegí no estrechar la mano al saludar, siempre pensé que era la manera más fácil de transmitir o recibir enfermedades, muchos amigos y conocidos me criticaron por ese motivo. No obstante, mi sistema defensivo mental me hizo seguir adelante con mi ofensiva (para otros, no sé por qué costumbre).

Llegué al extremo de utilizar guantes para poder dar la mano cuando se trataba de reuniones donde había mucha gente y para que nadie se sintiera ofendido (de nuevo no entiendo la razón). Pasó el tiempo, mi comportamiento prevaleció. Y luego, cuando menos lo esperaba, tanto la Organización Mundial de la Salud, como Ministerio de Salud y médicos en general, vinieron a darme la razón, incluyendo en sus campañas contra la COVID-19, la recomendación de no hacerlo, ¡evite dar la mano!

¡Se los dije! Yo tenía razón y no solo por la pandemia, muchísimas enfermedades se transmiten por contacto físico al dar la mano. Además, están cuestiones como el uso que le damos a nuestras manos; yo sé lo que hago con las mías, imagino que otros hacen lo mismo una razón adicional para no querer estrechar manos ajenas. Ahora nos saludamos chocando los codos, desde luego que es preferible, pero, debo preguntar, ¿se necesita contacto físico (abrazos, besitos, apretones de mano) al saludar? ¿Qué tal mejor una sonrisa sincera?

Durante la mayor parte de mi vida de adulto JAMÁS he tomado agua, ni un vaso, ni una gota. Todos los líquidos que necesita mi cuerpo, los toma de los alimentos que como, además de café y apenas un sorbo de gaseosas. Siempre he sostenido que la recomendación de hay que ingerir 8 vasos de agua diarios ha sido un error. Lo que el estudio de los (8 vasos) quería decir que lo necesario era el equivalente de 8 vasos y no toda el agua de los alimentos MÁS 8 vasos.

Una reciente publicación científica me ha dado la razón ¡y yo hace más de 30 años se los dije! Beber demasiada agua llega a ser hasta perjudicial para la salud, obliga a los riñones a trabajar en exceso, lo que lleva a privarnos de ciertos minerales. Los únicos que se beneficiaron con eso de los 8 vasos fueron los embotelladores de agua. Se los dije también con el bitcóin y las criptomonedas. Y lo hice cuando todo era bonanza, cuando su precio llegó cerca de los $70 mil.

Aun con mi universalmente reconocida ignorancia en altas finanzas, no era difícil cuestionar el valor de algo que no es nada, por más que sus promotores estuvieron geniales en su comercialización.

No son nada y a muchos incautos les enseñaron la primera lección en finanzas: “No se meta en lo que no sabe”. Las criptomonedas no son otra cosa que un enorme juego piramidal (Ponzi scheme para los que conocen el término). ¿Cómo funciona el Ponzi? Se consiguen inversionistas a los que se les ofrecen grandes dividendos, los cuales son pagados con el dinero de nuevos inversionistas, lo que va haciendo la base de la pirámide más grande cada vez.

Llega un momento en que ya no hay suficientes nuevos inversionistas, entonces no se pagan dividendos, la gente huye, se derrumba la pirámide, miles o millones de perdedores. Con las criptomonedas llenas de gente ilusionada, los promotores, que no invirtieron otra cosa que su conocimiento de la ambición humana, empiezan a vender. Lo hacen lentamente para no asustar a los clientes, no quieren que los incautos vendan, a estos les toca las de perder. Y luego viene la hecatombe, el precio se desploma hasta los suelos.

Pero no crea, aún quedan algunos incautos por explotar. Al bajonazo le dan un nombre comercial, fácil de entender y que puede hacer que muchos vuelvan a caer; se trata nada menos de un “invierno”.

En el invierno las cosas se ponen frías, pero luego viene la primavera y después el verano. La palabra invierno ofrece esperanzas, da ánimo. Siga metiendo dinero, lo va a perder todo. En esos juegos de alta gama solo ganan los que lo manejan, el resto son corderitos listos para el matadero.

Qué otra cosa agregar que cuando empezó la locura de las cripto lo escribí, lo advertí, ¡yo se los dije!

Por Otto Martin Wolf
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