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domingo, mayo 5, 2024

MATALASCALLANDO: Vanidad de vanidades

“Decidí amarla, a pesar que sabía que estaba muy mal de salud y pronto moriría, porque creí que nuestro amor podría curarla”. Steve Perry, vocalista de la banda de rock Journey, al reflexionar sobre su breve matrimonio.

Ing. Carlos Mata
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La indefectible hora en que comienzan a caer las hojas de los cipreses, cedros, y demás que, habiendo sido testigos con sus flores de aquellas primaveras intensas, desenfadadas e irreflexivas, pero plena de colores, impulsos, entregas y desafíos. De toda la historia recogida, tan solo en un instante, justo en la hora final cuando tan solo uno se cura –como dice Cortez- cinco segundos antes de la muerte, justo allí todo ese additamentum se reduce a nada, a polvo, a olvido.

Entre aquel estallido y los primeros vientos gélidos, existe ese ínterin del cual cada suspiro da fe, no cada lágrima, porque se trata de coleccionar alegría ya que esa es la medida de haber vivido, de los pasos. O del momento aquel cuando incluso antes de descubrir el fuero, allá afuera, en el horizonte nos esperó pacientemente el mar para vestirse de gala para posar en su inmensidad y belleza nuestra primera mirada, para acariciarnos con suaves olas con límpidas aguas donde se podía jugar con los amigos, con los mansos peces, con caracoles y estrellas, lo mismo que la puntual lluvia vespertina cuyo petricor se enredaba con el canto de los sinsontes y zorzales en las altas copas con la pasión de adolescentes recién descubriendo su sexo. Y así, de espera en espera, cada quien siempre aguarda el momento de la llegada del complemento para el ejercicio recíproco del inmortal amor, ella por él y él por ella, porque solo así se puede calcular la medida del amor si acaso produce vida, de otra manera, eso no es tal.

Justo allí, al abrir los ojos inaugurando nuevas miradas, al verla en bicicleta, sus rizos dorados, su melena castaña, su luminosa sonrisa, su cadencioso andar, su dulce, aunque rasposa voz cuyo sonido es la mejor música jamás escuchada, y sus ojos como los de Rosamund, en fin, ¡el hallazgo de la vida entera!

La impresión de tener la idea de impresionarla, sabiendo que, si acaso resulta, fructifica, será una colección de risas y de llanto y para esto último nadie está preparado por no dejar que la rueda de la alegría triunfe sobre el abismo del súbito abandono. Pero eso no debe importar, más adelante, más allá de los verdes oscuros de la selva cuando anochece, más allá de lo que pueden ver los artificiales ojos del James Webb, más allá, detrás de todo eso, está el destino.

De nada sirvió aquella fragancia, aquella colonia, aquel dulce perfume que me la recuerda a cada momento, aquella camisa que hacía parecer a cualquiera como galán de película, incluso las palabras cargadas de promesas y de síes asesinos, mortales. De nada sirvió aquel pantalón de caqui, o ese vestido amarillo de flores que fue el regalo para denotar el sentido de unidad, todo se va en ese suspiro antes trazado en este lienzo de la imaginería.

Cuando las hojas ya empiezan a caer y en el norte comienza el planeta a ponerse blanco por el inminente invierno es cuando llegan, súbitamente, como quemando la piel, todas estas caídas en razón. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

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