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jueves, mayo 16, 2024

El hombre más feliz

El hombre más feliz del mundo no es un soltero. Tampoco el ranchero parrandero y mujeriego al que se refiere Espinoza Paz en su alebrestada canción “El soltero feliz”. No, es un monje budista escritor de libros de éxito internacional sobre el altruismo, los derechos de los animales, la felicidad y la sabiduría, y cuyos esfuerzos humanitarios llevaron a que Francia, su país, le otorgara la Orden Nacional del Mérito a MatthieuRicard.

Contrario a los alegres que se suponen felices por vivir en una eterna parranda, este monje tibetano vive meditando en un monasterio de Nepal, tiene un doctorado en genética molecular y fue intérprete de francés del Dalái Lama.

A principios de la década de 2000, investigadores de la Universidad de Wisconsin descubrieron que el cerebro de Ricard producía ondas gamma -relacionadas con el aprendizaje, la atención y la memoria- a niveles tan pronunciados que los medios de comunicación lo nombraron “el hombre más feliz del mundo”, según un artículo de The New York Times.

Para Ricard los tres secretos de la felicidad son: primero, no hay ningún secreto; en segundo lugar, no hay solo tres puntos; tercero, lleva toda una vida conseguirla, pero es lo más valioso que se puede hacer, sin sentir odio o querer que alguien sufra.

Respecto al calificativo de el hombre más feliz del mundo, como algunos lo conocen, la considera una gran broma pues no se puede saber el nivel de felicidad a través de la neurociencia, pero sí disfruta la vida, con momentos de extrema tristeza, especialmente cuando ve tanto sufrimiento, lo cual puede encender la compasión, y, si ocurre, se dirige a una forma significativa de ser más fuerte, saludable y eso para él es la felicidad.

“No es como si todo el tiempo estuvieras saltando de alegría. La felicidad es más como tu centro, donde tocas base. Es adonde llegas después de los altibajos, las alegrías y las tristezas. Percibimos aún más intensamente lo que sucede —mal sabor de boca, ver sufrir a alguien— pero mantenemos este sentido de la profundidad”, sostiene.

Recalca que cualquiera puede sentirse triste si ve sufrimiento, pero la tristeza no va en contra de una profunda sensación de plenitud o eudaimonía(palabra griega utilizada por Aristóteles para describir la felicidad que alcanzan las personas que basan sus acciones en la razón y la moralidad. Paralelismo con el concepto budista del Nirvana).

La tristeza va con la compasión, con la determinación de remediar la causa, prosigue, y cuando se habla de compasión se quiere que todos encuentren la felicidad, sin excepción. No se puede simplemente hacer eso por aquellos que son buenos o cercanos a uno. Tiene que ser universal pues la compasión trata de remediar el sufrimiento y su causa.

Este francés meditador, de padre filósofo y también escritor, considera que la compasión es ser imparcial, es remediar el sufrimiento dondequiera que esté, cualquiera que sea su forma y en quienquiera que lo provoque. Y cuestiona, entonces ¿cuál es el objeto de la compasión?, y responde: es el odio y la persona bajo su poder. “Si alguien te golpea con un palo, no te enojas con el palo, te enojas con la persona. Esas personas son como palos en manos de la ignorancia, el odio y el delirio, también causa de sufrimiento”.

También argumenta que las emociones son como cualquier característica del paisaje mental y pueden cambiar y por ello es posible familiarizarse con su proceso al detectarlas a tiempo.

“¿Por qué las principales cualidades humanas estarían grabadas en piedra desde el principio? Eso sería una excepción total a todas las demás habilidades que tenemos. La felicidad es una habilidad. Dedicamos muy poca atención a mejorar la forma en que traducimos las circunstancias externas, buenas o malas, en felicidad o miseria. ¡Y es crucial, porque eso es lo que determina nuestra experiencia diaria del mundo!”, añade.

Siendo muy feliz, como dicen que es, este monje francés reconoce que siente indignación todo el tiempo por cosas que se deben remediar. La indignación está relacionada con la compasión. La ira puede provenir de la malevolencia.

Así, para superar los desafíos de la vida, sugiere que en la medida de lo posible se debe cultivar la cualidad del calor humano, deseando genuinamente que los demás sean felices; esa es la mejor manera de satisfacer su propia felicidad. Este es también el estado mental más gratificante.

Recuerda que una vez un periodista francés le dijo: “Esto de convertirse en una mejor persona y todo eso, es la política de lo inútil”. No sabía a qué se refería pero le respondió: “Querido amigo, si realmente estoy tratando de convertirme en una mejor persona y hacer un poco de bien, estoy feliz de pasar mi vida en la política de lo inútil”.

Así, recuerda el consejo más sabio que el Dalái Lama le pudo dar fue: “Al principio, medita sobre la compasión; en el medio, medita sobre la compasión; al final, medita sobre la compasión”.

Querer hacer algo por los demás y no sentirse bien uno mismo es como tratar de hacer un fuego sin calor, y si se intenta con humildad, con algo de felicidad, aumentar la benevolencia en cada quien, esa será la mejor manera de tener una buena vida, concluye.

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