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sábado, mayo 18, 2024

Mamá, yo no fui

La corrupción es una sombra que se extiende por los pasillos del poder y penetra en las instituciones más sólidas de la sociedad. El funcionario público, en su papel de servidor de la ciudadanía, debe ser el guardián de la justicia y la transparencia. Sin embargo, en ocasiones, algunos se dejan seducir por el poder y la codicia, y caen en la tentación de la corrupción.

El funcionario corrupto es aquel que, a pesar de ser descubierto y señalado, se reviste con la apariencia de la inocencia. Esta conducta plantea un interesante dilema desde el punto de vista filosófico, pues cuestiona la naturaleza humana y los límites de la moralidad. ¿Cómo es posible que alguien, confrontado con sus actos corruptos, pueda negar su responsabilidad y mostrarse como una víctima de circunstancias?
Para comprender esta situación, es necesario explorar algunos conceptos filosóficos clave. Uno de ellos es el dualismo moral, que sugiere que los seres humanos tienen tanto una naturaleza buena como una inclinación al mal. Desde esta perspectiva, el funcionario corrupto puede ser visto como una expresión de esa dualidad moral. Por un lado, es un servidor público que “promete defender el bienestar de la sociedad”; por otro, es un individuo egoísta y deshonesto que busca su propio beneficio.

Otro aspecto filosófico relevante es el relativismo moral, que plantea que no existen normas morales absolutas y que la ética puede variar según el contexto cultural y social. Desde esta perspectiva, el funcionario corrupto podría justificar sus acciones con argumentos como “todos lo hacen” o “era necesario para lograr un fin mayor”. Esta relativa interpretación de la moralidad crea una grieta en la percepción de lo que es correcto e incorrecto, lo que le permite al corrupto mantener una apariencia de inocencia ante los ojos de otros, mientras que, en su interior, la duda moral puede persistir.

La teoría del autoengaño también tiene relevancia en este caso. Algunos filósofos sostienen que los seres humanos son expertos en engañarse a sí mismos para proteger su autoestima y justificar sus acciones. El funcionario corrupto, una vez descubierto, puede convencerse a sí mismo de que no es tan malo como parece o de que sus acciones estaban justificadas por alguna razón superior. Así, se crea una brecha entre lo que realmente hizo y cómo se percibe a sí mismo.

Además, el estudio del poder y la corrupción también está relacionado con la filosofía política. Los pensadores políticos han debatido a lo largo de la historia sobre cómo el poder puede corromper a las personas y cómo los sistemas de control y equilibrio pueden ayudar a evitar la tiranía y la corrupción. Desde esta perspectiva, la apariencia de inocencia del funcionario corrupto puede ser vista como un mecanismo para mantener el poder y evitar enfrentar las consecuencias de sus actos.

Desde la filosofía moral, el funcionario corrupto también puede ser analizado a través del concepto de responsabilidad. ¿Es él o ella el único responsable de sus actos, o la sociedad y el entorno en el que se desarrolla también comparten parte de la culpa? Algunos filósofos argumentan que las circunstancias y la educación pueden influir en las decisiones morales de las personas, pero otros defienden la idea de que siempre hay un grado de libertad individual para elegir entre el bien y el mal.

EditorialMamá, yo no fui

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