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sábado, abril 27, 2024

Luiz Inácio da Silva

Por Carlos Alvarenga, abogado y MAE.

Cuando era aún niño y vivía en El Salvador, allá por 1979, el movimiento guerrillero (que tanto dolor, destrucción y sangre ocasionó al país) se había destapado, coincidentemente en la misma época en la que una camada de militares jóvenes había depuesto al general Carlos Humberto Romero, un heredero y continuador de la tradición militar latinoamericana.

Nos conducíamos en el carro familiar mi mamá, mi padrastro y yo por Zacamil, un extenso complejo habitacional de edificios de cuatro pisos construidos para gente de escasos recursos, en lo que en ese entonces era la orilla de la ciudad capital. Veníamos bordeando colonias donde no estuvieran cerradas las calles por las llantas consumiéndose por las llamas. Yo tenía 10 años, no tenía ni idea de lo que pasaba.

Escuché a mi mamá que los insurgentes hablaban de clases gratuitas, subsidio para todo y justicia social. Dentro de la angustia que provocaba la incertidumbre, eso sonaba bien. La izquierda, aunque armada y asesina, no sonaba tan mal.

Cuarenta y tres años después de esto no puedo sino asegurar con total firmeza que la izquierda prosoviética, marxista (y todos los demás condimentos y edulcorantes que les agreguen sea castrista, sea chavista) no han sido sino un terrible fraude, una camarilla de resentidos sociales y envidiosos que lo único que odiaban era no gozar de la riqueza que los empresarios tenían, ni el poder absoluto que los militares ejercían.

Como lo digo desde hace años, la izquierda nuestra, la india, la aldeana, la de Che Guevaras de cafetín, lo revolucionarios pintaparedes y quemabuses, así como sus dirigentes atravesados, ven riqueza, piensan en distribuirla, no producen nada porque son incapaces, regalan el dinero y cuando ya toda la economía está destruida les echan la culpa a los medios, a los empresarios y al imperio. Un discursito tan trillado que se volvió su más prominente tara mental.

Hablando de Brasil y su retorno a la izquierda, en primer lugar, quiero decir que no me extraña que haya ganado Lula, lo que me extraña es que haya sacado tantos votos Bolsonaro, y allí vamos a otra cosa: ¿por qué la derecha, que sabe cómo generar riqueza y sacar a los países adelante, es tan torpe, tan estúpida para gobernar? Y resulta que termina dejando la tierra fertilizada para que los zurdos vuelvan a crecer. Es digno de un análisis aparte.

Luiz Inácio “Lula” da Silva es un líder innato, y con una de esas historias de éxito que inspiran: nacido en una de las regiones paupérrimas del país, el menor de 7 hijos abandonados por su padre, migraron a la gigantesca y devoradora San Pablo. Vendedor ambulante, lustrabotas, tornero y de allí saltó a la política sindical. Fundó el Partido de los Trabajadores, lideró una enorme huelga contra la dictadura militar que había reinado de 1964 a 1985. O sea, todo un cabeza dura, de esos que tienen éxito porque se meten entre ceja y ceja una meta, tanto así que, a pesar de que perdió tres veces sus aspiraciones a la Presidencia (1989, 1994 y 1998), cuando muchos a la primera no vuelven o los declaran “cuetes quemados”, él perseveró.

Tuvo una fortuna increíble en su gobierno, porque China empezó a devorar cantidades ingentes de materia prima que, Brasil, siendo inmensamente rico en recursos naturales, se los pudo proporcionar en toneladas.

Sacó a 30 millones de brasileños de la pobreza por lo que salió de la Presidencia el 2010 con una aprobación del 90%. Gracias a ello (y la corrupción de FIFA y el COI para otorgar sedes) consiguió las sedes del Mundial 2014 y las Olimpíadas 2016.

No obstante, se embadurnó en casos de corrupción sumamente escandalosos:

Fue reelegido pese al caso del “Mensalao”, una millonaria contabilidad ilegal montada por el Partido de los Trabajadores, su partido, por una promesa de comprar votos a los partidos de “izquierda”, mensualmente. Después surgió el caso “Lava Jato”, en el cual también salía empapado hasta los huesos. Por si fuera poco, fue condenado en 2017 a nueve años y medio de prisión por la obtención de un apartamento de una constructora a cambio de contratos públicos. Estuvo preso 19 meses, pero la política es sucia, la justicia es sumisa, y al final, allí está: presidente de nuevo.

Los de izquierda pasan indilgando a la derecha sus actos de corrupción, pero cuando son ellos los corruptos, nada que ver, son perseguidos políticos y, ¡zas!, escogen ladrones y/o criminales y los ponen de presidentes: Daniel Ortega, Hugo Chávez y el mismo Lula.

Sin duda alguna será un gobierno como cualquier otro de izquierda: regalando dinero ajeno y más actos de corrupción.

Esperemos que no deje el camino fértil para que después aparezca un demagogo mentiroso, mesiánico y con aspiraciones autocráticas y reeleccionistas.

 

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