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jueves, mayo 2, 2024

Luis Redondo Guifarro, yo te acuso

Todavía tengo frescas las imágenes de aquel señor que, con voz firme, movimientos dulcemente amanerados e ideas claras contra la corrupción, apareció en la palestra política acompañando al ‘outsider’ de Salvador Nasralla, iniciando una férrea, varonil (aunque no aplique), decidida confrontación contra la clase política tradicional; contra los partidos dinosaurios y sus miembros que han sumido en esta pobreza, en el desborde de la delincuencia, que han instalado un sistema de corrupción descarado a nuestra amada Honduras.

Fue una lucha ardua, constante, él mismo se lamentó y quejó, hasta despotricó, que ese esfuerzo de abrirse campo en un escenario político tan duro, en un sistema enfermo de arreglos bajo la mesa, le había costado millones de lempiras de su propio bolsillo, pero que había valido la pena, porque, para sorpresa de todos, incluso de Latinoamérica, fue el primer partido político en la historia de este país que rompió con más de un siglo de bipartidismo cancerígeno.

En su primera aparición sacaron la nada despreciable cantidad de 14 diputados, había desplazado a las 4ta posición en las elecciones presidenciales a uno de los dinosaurios, y se presentaba como el futuro, uno brillante, como el adalid de la libertad de un pueblo saqueado, asaltado y humillado, para ofrecer un sistema equitativo, íntegro, honesto. La alegría duró poco.

Después, el mismo líder máximo de ese movimiento anticorrupción empezó a desilusionarnos a todos con sus cambios de humor, sus opiniones disparatadas, sus ininteligibles galimatías, pero, sobre todo, cuando empezó a hacer alianzas que no correspondían a alguien que odiaba el “statu quo”. A ese gran líder ahora lo vemos haciendo marchas con los que tanto criticó, sin dejar de mencionar que volvió a hacer alianza con alguien a quien le dijo ladrón, asesino, que le había vendido su victoria.

La ilusión murió sin haber dado sus primeros pasos, sin que tan siquiera le nacieran sus primeros dientes de leche, pero ahora, con Luis Redondo, nos dimos cuenta que, no solo eran más de lo mismo, sino aún peor… mucho peor.

Por eso, ahora que en estos dos años ya tenemos suficiente material para dibujar un perfil de este último, puedo afirmar que es el más traidor y corrupto y sinvergüenza de la historia, por eso, con toda la rabia de esta terrible farsa, sintiéndome estafado, pero en el uso del sagrado derecho de la libertad de pensamiento y de expresión que me otorga la Constitución (la cual él mismo insiste en pisotear una y otra vez) yo lo acuso, sí, lo acuso:

Por haber sido electo de forma ilegal por diputados suplentes y haber sido juramentado por un condenado por la administración de justicia del país, cuando, constitucionalmente, por cierto, no era el que debía hacerlo.

Por rodearse de gente nefasta la cual no tiene ni idea de cómo gobernar al país.

Por haberse convertido en un servil de los intereses del nepotismo de la familia Zelaya Castro.

Por ser un hipócrita que despotricaba contra la piñata que tenían los cachurecos con el Fondo Departamental, pero haber salido mucho, pero mucho peor.

Por sacar dinero del Estado como si fuera suyo para comprar voluntades regalando dinero en efectivo o gastando en viajes y viáticos.

Por destruir un poder del Estado, cimiento principal del sistema republicano y volverlo inoperante.

Por cerrarle el acceso a los diputados del partido que lo apoyaron, confiaron en él, que lo vieron como un líder nato y le ayudaron a llegar al poder que ahora usa olvidándose de ellos.

Por renegar del partido que lo apoyó e incluso cometer la felonía de afirmar que nunca se sintió identificado con el mismo.

Por pisotear la voluntad del pueblo que en las urnas escogió sus diputados; y haberles quitado incluso el acceso a sus oficinas, en una muestra de locura inexcusable al más nefasto estilo de Nerón.

Por destruir el Congreso Nacional, dándole un golpe de Estado técnico al no convocar a sesiones, al no permitir que mociones importantes para la población sean conocidas, discutidas y votadas.

La larga lista de delitos, sin dejar a un lado la inmoralidad y antiética de su actuar, como nunca antes se había visto en los tiempos democráticos, lo convierte, con gran ventaja, en el político más reprochable, detestable, antidemocrático, golpista de nuestra historia.

Ya no hay calificativo para definirlo ni encasillarlo. Es el títere de un proyecto que lleva al acantilado a la nación. Esa sumisión, aunada a una vanidad que dista de ser varonil, que más pareciera salida de la oscuridad donde guardaba un inmenso resentimiento contra la sociedad por sus secretos ocultos aún no confesados, lo han convertido en el monstruo contra la democracia en el cual se ha convertido.

La historia lo juzgará, pero yo, desde ya, como ciudadano hondureño, lo condeno.

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