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domingo, abril 28, 2024

Los marcianos llegaron ya

Como Elliot y su hermana menor y su hermano mayor, el primer alienígena que vi, como medio mundo, fue en 1982. Lo llamaron “ET” y fue una ficción cinematográfica parida del genio imaginario de Steven Spielberg.

Era entonces un adolescente incrédulo que dudaba mucho (ahora dudo más), pero también fui un ingenuo a veces crédulo de todo, y así deduje, más bien supuse que, en el Cosmos era imposible estar solos y que en esa inmensidad astral -o sí o sí- teníamos que estar acompañados.

Por eso no me sorprendieron los testimonios la semana reciente en el Congreso de los Estados Unidos, de militares confirmando las sospechas de muchos de que El Pentágono esconde naves espaciales y además los restos de los extraterrestres que las ocupaban.

Lo aseverado en el Capitolio, en parte, es la confirmación de lo afirmado antes por personas que aseguran haber sido contactados por seres de otros planetas o abducidos (secuestrado o llevado por naves espaciales); es también la reafirmación de lo visualizado en tantas películas sobre guerras de las galaxias, viajes interplanetarios e invasiones extraterrestres que hemos visto y cuyos guionistas incluso anticiparon algunos adelantos tecnológicos que ahora disfrutamos. Además, los ovnis y los extraterrestres de los que se habló en el Congreso gringo son la cereza del pastel para el festín que degustan los fanáticos de cualquier tipo de conspiraciones.

Particularmente, sin ninguna pedantería y con mucha modestia, expreso que lo dicho sobre la existencia de vida en otros planetas ya lo sabía. No porque sea un ufólogo (estudioso del fenómeno ovni), no, me convencí de su existencia hace 42 años.

Tenía 13 años y cursaba el primer año de Magisterio en la que fuera la Escuela Normal de Varones “Centroamérica”, en El Edén, Comayagua, cuando un compañero, probablemente José Ramón Díaz, de El Paraíso, El Paraíso, sabiendo de mi avidez por la lectura, me prestó el libro “El Triángulo de las Bermudas”, escrito por Charles Berlitz.

Como su título lo indica, se refiere a los primeros indicios de desapariciones de barcos y aviones que desde 1945 desaparecieron dentro del “Triángulo de las Bermudas”, un polígono imaginario que abarca las islas Bermudas por el norte; seguido por el sur de la Florida, Estados Unidos; las costas de las Bahamas en este, más allá de Puerto Rico; y regresa nuevamente a las Bermudas.

Según National Geographic en su sitio en Internet, Berlitz relata casos de barcos y aviones desaparecidos, ofrece explicaciones convencionales —dadas por la Guardia Costera de Estados Unidos, operadores de aviación o marineros conocedores del lugar—, tales como tormentas, botes embestidos por grandes barcos, aviadores y marineros inexpertos que cometieron errores, etc.

Recoge, también, informes sobre extrañas luces en el cielo y bajo la superficie del mar, enormes explosiones submarinas y desapariciones en medio de nieblas de extraño aspecto.

Otros sitios señalan que el autor sugiere que las explicaciones convencionales no pueden explicar todos los casos y hace un repaso de explicaciones alternativas, tales como ovnis, experimentos de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos o restos de antiguas civilizaciones.

Con mucha información de diversas fuentes creíbles, aunque desacreditadas por otros, Berlitz expone argumentos que convencen o confunden según la credulidad de cada quien, sobre experiencias de visitantes de otros planetas que tuvieron que ver con los egipcios y sus pirámides, con los mayas que supuestamente los graficaron en sus estelas en Tikal, Guatemala.

También los relacionó con los incas y sus construcciones en Machu Picchu y Tiahuanaco, las huellas de Nazca, en Perú, hechas por el pueblo nazca supuestamente con ayuda de viajeros espaciales; y finalmente escribió también sobre la Biblia y un carro de fuego que bajó del cielo para llevarse al profeta Elías y que el escritor arguye fueron extraterrestres que lo abdujeron y se lo llevaron en una nave espacial.

Más allá de todas esas hipótesis, algunas aparentemente creíbles y otras evidentemente inverosímiles, el argumento simple y lapidario que me convenció de la existencia de civilizaciones extraterrestres -palabras más palabras menos de acuerdo con mi memoria- es que, si en el Universo hay millones de galaxias y, en cada una, miles de planetas, es hasta egoísta pensar que estamos solos y en consecuencia tenemos compañía.

Ya lo dijo el astrofísico británico Stephen Hawking: “Si los extraterrestres nos visitaran, ocurriría lo mismo que cuando Cristóbal Colón desembarcó en América y nada salió bien para los nativos”.

Adicionalmente, en mayo de 2016, en la revista Astrobiology, el astrónomo Woodruff Sullivan afirmó que aunque no se sabe si existen actualmente civilizaciones extraterrestres, hay suficiente información para concluir que es casi seguro que existieron en la historia cósmica.

Se añade que, en 1961, el astrónomo de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, Frank Drake, identificó siete factores para determinar la ‘comunicación interestelar’, es decir la probabilidad de vida en otros planetas.

Los últimos cálculos han revelado que la probabilidad es realmente alta. Se trata de al menos 10 mil millones de billones de posibilidades de que la civilización humana no sea la única.

Las discusiones anteriores a la ecuación de Drake (estima la cantidad de civilizaciones en nuestra galaxia, la Vía Láctea), encontraron que la probabilidad de que existan otras civilizaciones es una en diez millones por planeta. Pero, aun si se otorga ese nivel de pesimismo, todavía habría un billón de posibilidades de que existan otras civilizaciones.

Insisto, creo en la vida en otros planetas, de hecho, creo que ya hay extraterrestres en el país, por su apariencia fea y por sus acciones horribles (ni íntegros ni inteligentes), aunque sí muy “vivos”, especialmente en la clase política.

Al margen de los entes espaciales, concluyo que todos los días y a todas horas -hasta dormido- veo a otros seres espaciales, algunos son ángeles o demonios pavoneándose en faldas y tacones, pero esa es otra historia.

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