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jueves, mayo 9, 2024

La política no se trata del “debería”

Por lo general, la gente suele utilizar frases trilladas como “El gobierno debería hacer tal cosa”, o “Se deberían hacer las cosas de tal manera”. Muchos periodistas, columnistas, editorialistas y académicos echan mano del tiempo condicional en el modo indicativo para sugerirnos acerca de la forma en cómo debería funcionar la política, el Estado y sus instituciones, porque creen que la preocupación medular de los gobiernos es el bien común y el bienestar de las personas. Pero se equivocan.

La política trata del poder, es verdad, lo supieron los griegos de la antigüedad, los chinos y los hindúes, donde el poder se utilizaba de manera democrática, dinástica o por castas. Algo heredamos de ese pasado que, por una extraña razón, vuelve a nosotros con otros ropajes engalanando, a pesar nuestro, el mismo cuerpo del poder. Pero, debemos ser francos y preguntarnos: el poder, ¿para qué o para quiénes? ¿De dónde sale todo ese artificio del juego democrático sobre el cual se escriben voluminosos tratados, se crean partidos de rimbombantes ilusiones y hasta se cometen crímenes que quedan en la más abyecta de las impunidades?

Todo gobierno, todo líder, necesita el poder, no porque su máxima preocupación sea la gente, sino los beneficios personales que de él se derivan. Bajo el templo de la democracia y el santuario de la discrepancia electorera, se esconde el tesoro más preciado, la causa primordial de las encarnizadas luchas por alcanzar el poder: el dinero.

Desde luego, ningún líder gobierna en solitario, sin la lealtad de los correligionarios. El dinero compra las voluntades, la lealtad, la complicidad. Bruce Bueno de Mesquita llama a este grupo los “esenciales”, para diferenciarlo de los “influyentes” que yacen fuera del palacio, pero que resultan imprescindibles para legitimar el poder. Ahí encontramos a los líderes más influyentes de una sociedad. “Lo importante -dice Bueno en su obra ´El manual del dictador’- es conseguir y mantener el poder, no el bienestar del pueblo”. ¿No echa por la borda esta sentencia todas las ilusiones que teníamos acerca de la democracia y la filosofía política?

Si algo queda, después de repartir los beneficios y las compensaciones a los allegados, entonces ese margen utilitario se destinará a las obras sociales, dependiendo de la riqueza de cada país. ¿Cómo mantienen Putin o Zelenski una guerra tan prolongada? ¿Por mero patriotismo de los generales?

“Todo lo que tenga que ver con los intereses del pueblo, no es más que un juego de palabras utilizados para sus propios cálculos”, afirma John Dunn de la Universidad de Cambridge. Pero la gente, sobre todo en los países más pobres y atrasados sigue manteniendo una esperanza en los tiempos mejores. Bajo esas ilusiones se construyen las promesas de un futuro mejor, mientras seguimos participando desconfiadamente en el juego político.

La acumulación de las desilusiones, sin embargo, pone en precario la estabilidad del poder, y el líder se ve obligado a utilizar la represión cuando las cosas se salen de la borda. Pensemos en Daniel Ortega y en sus locuras de cada día.

En conclusión, en política no se contempla el “debería”: las cosas son como son, en presente del indicativo, no en el condicional. Lastimosamente.

(Ver artículos en latribuna.hn)

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