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miércoles, mayo 8, 2024

La misma rama, la misma mona

Los avatares previos y durante la reciente toma del poder en Guatemala, del socialdemócrata Bernardo Arévalo, indican la urgencia de dar un giro de timón desde el poder para que las cosas cambien en países como el nuestro y los vecinos, en los cuáles las mafias y las cúpulas económicas y políticas presionan para que nada se renueve y permanezca el statu quo o el establecimiento.

Similar situación pasa más al sur, una muestra es la belicosa irrupción en Argentina, del derechista Javier Milei a quien le bastaron apenas dos años, desde la fundación de su partido “La Libertad Avanza”, para acceder al poder y sacar a los peronistas, con los izquierdistas “kirchneristas” a la cabeza, también acusados de corruptos.
Tales hechos, consecuencia de procesos electorales, evidencia que en su desespero ante los fracasos de sus gobernantes, los gobernados, entre aspiraciones y expectativas, son capaces de “suicidarse” lanzándose al vacío tras las promesas de milagros de mesías de nuevo cuño, caracterizados por candidatos personalistas y populistas. De ese populismo de derecha, y siendo élites o salidos de ellas, son ejemplos: Donald Trump, Jair Bolsonaro y Nayid Bukele.

Los cambios de timonel del Estado producido en Argentina, Ecuador, y en Guatemala, muestran el hartazgo provocado por el fracaso de los gobernantes y eso, según entendidos, presagia mayor diversidad ideológica porque para 2024 están pendientes elecciones en El Salvador, Panamá, República Dominicana, México, Uruguay y Venezuela.

Esos cambios iniciaron desde 2021 en que se incrementaron tanto en la frecuencia de segundas vueltas (en 9 de las últimas elecciones donde la tienen regulada), como en reversiones de resultados (6 de 9). Esto, junto al aumento en la fragmentación de los Congresos lo cual ha producido gobiernos divididos con gobernalidades complejas. Un breve repaso a nuestro Poder Legislativo da cuenta de eso.

El voto de castigo a los gobiernos se ha convertido en una tendencia dominante en las elecciones en Latinoamérica en donde los partidos gobernantes perdieron 18 de las 19 últimas elecciones, salvo la continuidad del Partido Colorado en Paraguay.

En Chile, las complicaciones del gobernante izquierdista, Gabriel Bóric, y en Colombia, las de su homólogo exguerrillero, Gustavo Petro, refuerzan la tesis de quienes visualizan problemas en los partidos que rivalizan con los conservadores que, igualmente en otros países, y el nuestro no es la excepción, no las tienen tampoco nada claras en sus posibilidades y aspiraciones futuras para acceder otra vez al poder o sostenerse en el.
Como en Brasil, en donde la expresidenta izquierdista y exguerrillera Dilma Rousseff, fue destituida en medio de una de las peores crisis políticas y fue sustituida por su vicepresidente y rival Michel Temer y éste por el derechista demencial Jair Bolsonaro y, como además de payaso resultó un fracaso, fue sustituido por el antecesor de ambos, Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva, quien incluso estuvo preso acusado por corrupción.

Algo similar sucede en Ecuador, en donde aparentemente se cansaron de Rafael Correa y quienes pretendieron elegirse a través de la izquierda. Finalmente, les ganó un treintañero hijo de magnate bananero y derechista, mientras, el líder correísta se refugió en Bélgica, también acusado por corrupción mientras asesora a gobiernos afines, incluyendo el de Honduras.

En Colombia, del “realismo mágico” de Gabriel García Márquez se pasó al realismo trágico de los políticos. Ahí el ultraconservador Álvaro Uribe Vélez, fue sustituido después de dos períodos, por uno de sus ministros, también conservador, y posterior enemigo -Juan Manuel Santos-, a quien le torpedeó un acuerdo de paz con la guerrilla y eso le permitió a Uribe colocar como gobernante a su títere, Iván Duque, quien no pudo impedir que otro exguerrillero guevarista como Gustavo Petro accediera al poder, pero igualmente pronto se ha visto involucrado por uno de sus hijos por supuestamente recibir dinero del narcotráfico para su campaña electoral.

Destaca entre los gobiernos de izquierda, especialmente por algunos logros económicos, el del dirigente cocalero en Bolivia, Evo Morales, que acabó con mandatos de décadas de conservadores y militares, pero quien después de una década y embelesado con reelegirse, fue “dimitido” del poder también acusado por corrupción y sustituido por una conservadora ahora presa por golpista. Ahora Evo está enemistado con el actual mandatario izquierdista y que fue su vicepresidente.

Al norte, en México, Andrés Manuel López Obrador, después de tres intentos terminó con casi un siglo de la dictaduras de los partidos conservadores, especialmente del PRI, y el PAN. Amado y odiado, venerado y defenestrado, López Obrador, es el primer presidente mexicano de izquierda.

Más allá de las ideologías, la falta de políticas en gobiernos incapaces de encauzar la profunda insatisfacción de la gente, el incumplimiento de la promesa de reducir la desigualdad y la carencia de respuestas a las necesidades y expectativas de la ciudadanía, se evidencian en los altos niveles de pobreza, desempleo, inseguridad y ahora en la emigración.

Con ese panorama, no hay motivos para celebrar por más que haya vientos de cambio, porque igualmente los partidos de derecha y de izquierda tienen suficientes motivos o razones para preocuparse pues tampoco han sido opción o respuesta para atender y satisfacer las necesidades de la gente.
Esa misma carencia de respuestas ha provocado remezones y recambios en la dirección del Estado, incluso con reculones y equivocaciones porque el cambio que se esperaba resultó peor que lo que había.

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