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viernes, mayo 3, 2024

La Fiesta de Muertos en Mesoamérica

José R. Reyes Ávila, Abogado
España/Centroamérica

En estas fechas de finales del mes de octubre e inicio de noviembre, hay dos celebraciones populares muy conocidas: una de tradición celta irlandesa conocida como Halloween (Víspera de Todos los Santos o Día de Brujas), celebrada el 31 de octubre; y otra de tradición prehispánica, llamada Día de Muertos, en los días 1 y 2 de noviembre. Coinciden en fechas, pero tienen un origen opuesto. Adelanto que, en Mesoamérica, desde el Estado de Puebla en México hasta el Golfo de Nicoya en Nicaragua, la festividad de Día de Muertos se celebra con anterioridad a la llegada de los europeos, propia de nuestra tierra; Halloween es una celebración europea y es muy seguida por los norteamericanos. Son días festivos, y respecto a las evocaciones e invocaciones no tienen nada que ver una fiesta con la otra; hay mucho desconocimiento sobre la festividad de muertos. Hablaré en este artículo únicamente del origen de nuestra fiesta prehispánica: “Día de Muertos”, patrimonio cultural de la humanidad.

Dicho lo anterior, es importante tener claras dos cosas: qué es lo que estamos celebrando, y por qué lo estamos celebrando.

Nuestros antepasados, los aztecas, mayas, mixtecos y otras minorías, en la época precolombina (9,000 AC a 1492 DC), ofrecían culto a los muertos. Esta costumbre “mágica” consistía en la reverencia del aborigen a sus muertos con ofrendas florales, comidas y bebidas tradicionales derivadas del maíz como los tamales, atol y chocolate. La primera ración de comida y bebida se ofrendaba a la tierra, y el resto se consumía por la familia. Esto creaba un vínculo sagrado con sus deudos. Esta costumbre prehispánica del Anáhuac persiste como tradición hasta nuestros días.

El pueblo de Teotihuacán, lugar donde los hombres se hacen dioses, acostumbraba a hacer ofrendas de comida, copal, vasijas, cuchillos, piedras de jade, semillas en honor a los muertos para que estos llegasen con bien al Mictlán (inframundo), lugar donde moraban las almas. Los rituales, en relación con los muertos, eran permanentes en el pueblo teotihuacano y transcurrían en vida y después de esta. Vida y muerte eran dos caras de la misma moneda.

Para el pueblo maya, esta festividad tiene sus matices. Es una variante con un banquete denominado “Hanal Pixán”, que viene a ser la comida de las ánimas. Se desarrolla, en concreto, en la península de Yucatán, como una celebración de tres días en donde los autóctonos invocan a sus muertos para convivir con ellos durante ese espacio de tiempo; se reserva un día para los niños, otro día para los adultos y otro para las ánimas. En algunos lugares, aparte del banquete, se lleva mariachis a los difuntos, música de marimba, carreras de cintas. Siempre ha sido una fiesta llena de alegría, nunca de tristeza.

En el territorio mesoamericano, el rito sufrió un cambio radical con la conquista europea: los elementos autóctonos fueron sincretizados, la tradición cambió y esa fusión de dos culturas generó una celebración muy colorida, ecléctica, con más representaciones y variedades que hacen a la fiesta tan singular.

Fray Diego de Landa (segundo obispo de la Archidiócesis de Yucatán entre 1572 y 1579), relató la importancia de un altar maya en casa, dedicado a los muertos, evidenciando la “presencia del difunto” en ese mismo espacio, utilizando una figura de barro en cuyo interior se depositaron las cenizas de un antepasado. Para los mayas, la vida y la muerte provenían de fuerzas sagradas, y eran energías contrarias complementarias; no existía temor a los muertos ni a la muerte, la convivencia con ella era permanente.

El escritor Octavio Paz, a finales del siglo pasado, apuntaba en relación con la fiesta de muertos: “La indiferencia hacia la muerte es la indiferencia hacia la vida, a pesar de que se encuentre presente en muchas cosas que hacemos, y de rendirle una especie de culto, el mexicano se burla, la festeja y juega con ella”. Creo que los que vivimos por aquí nos identificamos con lo que dice el escritor.

La fiesta de muertos está llena de “vida”, color, ofrendas, calaveras de dulce, pan de muerto, flores, pintura o cromo para las ánimas, calabaza en tacha, tortillas, tacos, gorditas, tamales, maíz, licor, copal e incienso entre otros. Son elementos comunes en la región con sus diferentes variantes. Una fiesta en toda regla. Por algo esta celebración es considerada patrimonio cultural de la humanidad, y los gobiernos de la región (excepto México, claro está) deberían preocuparse más por preservarla; es una fiesta de todos los mesoamericanos. Es nuestra celebración.

Sin lugar a dudas, hoy, la festividad de muertos es una fiesta hispana cristiana que se celebra en la región mesoamericana, fusión de dos culturas que un día se encontraron para siempre y que dejaron a la humanidad este legado llamado “fiesta de Día de Muertos”. No se puede entender que lo autóctono haya sido sustituido por lo hispano o viceversa, pero hay que comprender la diversidad cultural; y encontrar el justo medio.

Mictlán, Xibalbá, cielo, infierno, “lugares de destino” según como quiera verlo, siempre han estado habitados por las ánimas; todo depende de quién le cuente la historia a usted. El lugar de destino de las almas es incierto, el futuro es incierto, la vida también es incierta; lo cierto es que debemos honrar a los que amamos, en vida y después de ella. Feliz Día de Muertos.

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