En reciente conversación con algunos funcionarios diplomáticos, mostraban extrañez de la tremenda falta de información de muchos hondureños sobre lo que transcurre en la vecindad.
Diríamos, como para tomar nota de lo sucedido en naciones cercanas, no solo para ilustración propia sino a manera de prevención. Lo que nos hizo recordar las observaciones del mexicano Enrique Krauze.
“Pensar Latinoamérica en su conjunto –escribe– no ha sido una cualidad de los latinoamericanos”.
“Un ciudadano de cualquiera de nuestros países apenas conoce la historia del resto”. “Esa ignorancia de nosotros mismos, nos priva de ver con perspectiva global nuestros problemas”.
“Los latinoamericanos, en general –resumimos– solemos desconocer la historia, los desafíos y las realidades de nuestros propios países vecinos”.
“Aunque compartimos una lengua y algunos elementos culturales, cada país tiene su propio desarrollo histórico, político y social, y hay una tendencia a ignorar o no estudiar las experiencias de los demás”.
“Esta falta de conocimiento mutuo contribuye a la fragmentación de la región y dificulta la creación de un proyecto común o una identidad regional fuerte”.
Sobre la relación entre los pueblos latinoamericanos y sus gobiernos explora “la falta de correspondencia entre los ideales democráticos y la realidad política en América Latina”.
Apunta, como recurrente, la nostalgia caudillista, “un fenómeno en el que líderes fuertes se imponen y concentran el poder, a menudo al margen de las instituciones y los marcos democráticos”.
En una de sus obras –El Poder y el Delirio»– formula una crítica de “los líderes autoritarios en América Latina, señalando que tienden a imponer su visión personal por encima de las necesidades y aspiraciones de sus pueblos”.
Ello ha contribuido a crear “una desconexión entre los ideales democráticos de la sociedad y las formas autoritarias de gobierno que persisten en muchos países”.
“La cultura política de la región –ofrece varios ejemplos– ha sido históricamente más propensa a aceptar líderes populistas que buscan perpetuarse en el poder, lo cual resulta en un desfase entre las aspiraciones populares y las realidades políticas”.
Pero, además, “esta falta de correspondencia no solo se refleja en el liderazgo, sino en la estructura de las instituciones, que a menudo son débiles, corruptas o mal diseñadas para servir a la población”.
“Las democracias latinoamericanas –sugiere, en aras de esa correspondencia– debiesen fortalecerse desde sus cimientos institucionales, promoviendo la libertad, la justicia social y el respeto a los derechos humanos”.
Enfatiza la importancia de “una sociedad civil activa y un liderazgo que esté más en sintonía con las aspiraciones y demandas de la gente, y no con agendas personalistas o ideológicas que distorsionan esa correspondencia natural que debería existir en las democracias saludables”.
Pero –en otra perspectiva– no se trata solo de falta de correspondencia en lo que concierne a los pueblos latinoamericanos –una especie de cadena de islas dispersas de un archipiélago– sino de “la dificultad y el desinterés de los estadounidenses, como nación, en pensar en América Latina de forma integrada y profunda”.
Para los Estados Unidos –reseña–“América Latina a menudo ha sido vista de manera fragmentada o a través de estereotipos simplistas”.
“Esta falta de una comprensión más profunda y unitaria sobre el continente responde a una tradición histórica de los norteamericanos de concentrarse en su propio contexto y, cuando miran al sur, hacerlo desde una óptica de conveniencia o intervención política y económica, más que desde una visión cultural o histórica integral”.
(O sea –tercia el Sisimite– la indiferencia de ver el hemisferio sur, como patio trasero y no con una visión paritaria. – ¿Y no ves –interrumpe Winston– muchos de los emisarios que llegan, apenas por unas horas –dando gracias, ya que ahora son pocos los que vienen– solo a meter el dedo al agua a medir la temperatura, y regresan con aires de expertos de la región?
¿Y qué sarcasmo –interrumpe el Sisimite– se te ocurre de lo propio? – ¿Y cuánta gente acá –pregunta Winston–crees que sepa, siquiera superficialmente, lo que sucede, por ejemplo, en Nicaragua, ya no digamos en lugares más distantes?
Si hoy por hoy la cultura –ni remedo a la aspiración de las sociedades de antes, leyendo y conociendo en su afán de poseer una cultura universal– ahora se circunscribe a la adicción hipnótica a esos chuches digitales, transmitiendo nimiedades y disparando un basural de estupideces).