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sábado, mayo 11, 2024

Judíos versus árabes, ¿Abraham es el culpable?

Se ha escrito bastante, algunos textos asistidos por la razón y otros desestimados por el fanatismo de sus autores, especialmente religiosos e ideológicos, sobre los orígenes, causas y consecuencias del conflicto judío y árabe y especialmente con los palestinos.

Igualmente que los escritos donde unos dan la razón o se la despojan a los otros, abundan las suposiciones, razonamientos y conjeturas que, si bien se relacionan con la sobrevivencia de ambos como Estados, o su aniquilación, tampoco descartan la ambición mutua por el territorio, la venganza como instrumento para dirimir un antiguo pleito, y además sobre la creencia religiosa de los invasores de que esa es su tierra prometida pues son el  pueblo elegido de Dios, mientras que los invadidos ni son dueños de su terruño de siempre ni han sido escogidos por el cielo para estar y seguir ahí.

Así las cosas, en medio de la matanza que se produce entre descendientes bíblicos que resultan primos, cabe preguntarse ¿qué divide más a judíos y palestinos?

En el Medio Oriente, previo a la masacre actual entre israelitas y filisteos o entre David y Goliat, ya hubo guerras de los árabes -en apoyo a palestinos- para desaparecer a los judíos; luego se revivió el conflicto por motivos religiosos por la disputa de la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, tercer lugar más sagrado del islam y en donde también se sitúa el Muro de las Lamentaciones, vestigio del templo hebreo y lugar más sagrado del judaísmo y como corolario está la determinación irrenunciable de ambos de que Jerusalén es su capital única e indivisible.

Entre guerras, atentados e intifadas y las respuestas mortíferas de Israel, aparece la disputa por la tierra desde la creación del Estado de Israel en 1948, en perjuicio de Palestina, aprobada por las Naciones Unidas como un resarcimiento moral o mea culpa por no impedir el exterminio de los judíos a manos de las huestes locas de Adolfo Hitler.

El contencioso religioso entre judíos y árabes se remonta en cambio -según el Corán, el libro sagrado del islam, creencia de la mayoría de la etnia árabe- a muchos siglos antes, a los hijos del patriarca Abraham, “padre de todos los creyentes”, tanto para judíos como para cristianos y musulmanes.

La Torá, libro sagrado de los hebreos y además la Biblia de los cristianos, relatan en el Éxodo cómo se produjo el conflicto familiar que siglos después degeneró en peleas para exterminarse. Es todo un lío, con celos, chambres e intrigas.

A sus 100 años, Abraham embaraza a su esposa Sara, de 90 años, que aún y menopaúsica le parió a Isaac, mientras que la esclava egipcia Agar, muy joven, le dio a Ismael. A raíz de las burlas de éste hacia Isaac, Sara habló con su esposo pidiéndole que enviase a Agar y a su hijo lejos de allí. Un ángel le profetizó a Agar que Ismael sería “…hombre fiero; su mano será contra todos, y la mano de todos contra él”. (Génesis 16:11-12).

Hay consenso entre los estudiosos en que los árabes -o “ismaelitas”- descienden de la rama de Ismael. Pero ahí termina el acuerdo. El Corán -escrito muchos siglos después de la Biblia- afirma, “por revelación a Mahoma”, que fue Ismael y no Isaac el hijo primogénito de Abraham y el elegido para ser sacrificado a Dios, aunque finalmente un ángel detuvo la mano del patriarca. Judíos y cristianos consideran que en ese punto (y en bastantes otros) el Corán manipula las Escrituras Sagradas, para concluir que son los árabes y no los judíos los “hijos de la promesa” hecha por Dios a Abraham. Los descendientes del hijo de Agar acabaron convirtiéndose en una de las religiones más poderosas y temidas del mundo: el islam.

Para los judíos, Dios le ordenó a Abraham salir de su tierra bajo la promesa que haría de sus descendientes un gran pueblo y le reafirmó su promesa de su descendencia sería como las estrellas del firmamento y poseedores de una gran tierra, desde Egipto hasta el río Éufrates.

La controversia religiosa entre judíos y árabes musulmanes tiene una lectura positiva: ambos proceden del mismo tronco. Los vínculos de sangre entre ellos están también subrayados por el hecho de que los dos son pueblos semitas; descienden de Sem, hijo de Noé, emparentado también con Jesús como relata la genealogía del evangelista Lucas.

De acuerdo con estudiosos del conflicto, la religión del islam, a la cual pertenecen la mayoría de árabes, ha hecho esta hostilidad aún más profunda, no obstante, añaden, la más antigua raíz de amargura entre Isaac e Ismael, no explica tanto odio.

Por miles de años ambos vivieron en relativa paz hasta la decisión de la ONU de dar a los judíos un territorio habitado por los palestinos y desde entonces la malquerencia, la animadversión y el aborrecimiento aumentó entre ambos vecinos.

Para la otra parte del mundo que teme que la reciente conflagración derive en una hecatombe mundial, al margen del nacionalismo religioso entre palestinos y judíos, ambos deben gestionar y trabajar por la paz en lugar de enfrascarse en una guerra que no solo los afecta a ellos sino a todos.

Después de todo, antes, tras décadas de pugna y muerte hubo negociaciones por la pacificación y por la vida que, posibilitaron acuerdos de paz con el rey Hussein, de Jordania y Anwar el-Sadat, por Egipto; Yasser Arafat, por los palestinos, y por Israel, Isaac Rabin y Menagen Begin, enconados enemigos en la guerra, pero merecedores de un Premio Nobel de la Paz.

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