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Honduras
jueves, mayo 2, 2024

En honor a Francisco Morazán

Cuando estudiaba para mi examen escrito de naturalización, se me atravesó la figura de Francisco Morazán, y desde entonces ha quedado clavada en mi corazón y mi mente.
En El Salvador solo tuve conocimiento que era hondureño y que en el país se le había amado tanto que un departamento lleva su apellido y tiene un monumento, humilde, pero hermoso, en el centro de la capital, nada más. Ignorante total, pero también culpa del sistema educativo salvadoreño que no me enseñó más sobre este gigante.
Cuando me sumergí en su vida, su pensamiento y las luchas por civilizar este país y la región; por traer y aplicar las ideas más frescas, liberadoras y de desarrollo europeas, lo admiré totalmente. Hacia allá es donde nuestro país tiene que dirigir su mirada: Europa, no a los EE.UU., ni mucho menos al Foro de Sao Paulo.

Las batallas militares que tuvo que librar contra los que lo odiaban y le eran contrarios, es decir, mientras trataba de organizar a Honduras y Centroamérica, organizar la administración pública, establecer una legislación moderna, tuvo que estar movilizándose para combatir a los ejércitos contrarios.

Después de leerlo solo me vino a la mente: ¿cómo pudo existir alguien tan grande en pensamiento, con una mente visionaria al más alto nivel para una región perdida en el planeta? Con una fuerza de voluntad indomable de acero. ¿Cómo? ¡Y todo el sacrificio físico que tuvo que empeñar para lograr esos fines! ¡Aún no me parece verdad que un gigante de su estatura intelectual y determinación hubiera andado por estas tierras!

Francisco Morazán sería considerado hoy como un enemigo de la sociedad conservadora, emisario de la agenda oculta de la ONU, activista engañoso de la comunidad LGTBIQ+ que quiere destruir la familia. No tanto porque éstos tengan razón hoy en día, no, no se confundan, sino por el odio visceral que despertaba nuestro prócer a los terratenientes que se habían quedado con las tierras que dejaron los españoles y se convirtieron en los nuevos explotadores del pueblo, y la Iglesia católica, siempre tan celosa de perder su poder e influencia sobre la gente.

Dejando a un lado esa comparación, regresemos a la actualidad. El programa político y el decálogo ideológico del prócer no tiene –ni tendrá nunca- nada que ver con el ideario (si es que lo tiene) de Libre, porque, en primer lugar, no se basa en ninguna doctrina política, al contrario, solo es el capricho de un hacendado olanchano que llora y añora por el poder absoluto y perpetuo. Y, en segundo lugar, Libre busca el caos, nada más y lo practica con el insulto, el odio y las tomas de carreteras y cierre de instituciones.

Por eso me da rabia que de nada sirva su grandioso legado, que todo cuanto se les ocurra lo bautizan con su nombre y mucho más, pero no seguimos las ideas y el programa que diseñó (que solo lo retomaran décadas después Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa); y lo peor, que estos ñángaras izquierdosos de Libre, que nos llevan descaradamente, otra vez, a una dictadura en la que los derechos más básicos serán pisoteados, usen su nombre como si les perteneciera, y solo para fines propagandísticos.

Es necesaria la cátedra morazánica, sin duda, para que la gente conozca su pensamiento y que la gente se eduque y vea que la doctrina morazánica no tiene nada que ver con este partido que nos gobierna.

¡Qué van a saber de la filosofía morazánica! Si ni siquiera entienden lo que es socialismo democrático, si no señalan las atrocidades del régimen Ortega Murillo, si se no denuncian el verdadero y tiránico narco Estado del Cártel de los Soles en Venezuela que tiene como títere a Nicolás Maduro; si no piden libertad de expresión, de prensa, de pensamiento en Cuba.

Pero qué podemos esperar de la presidente. Solo lean esto: la ciudad natal de ella, Catacamas, está que arde de tantos crímenes, homicidios, asesinatos, masacres, pero al igual como cuando fue primera dama, hoy no hace nada por su pueblo. Si es así con la tierra que la vio nacer, cómo no será de indiferente con el resto del país.
No nos hagamos ilusiones. Los de Libre no son mejores, son iguales e incluso peores que los anteriores gobiernos y, en consecuencia, seguiremos navegando, como pueblo hondureño, en las aguas de la amargura.

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