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jueves, mayo 2, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Putin y los alineados del mal

Hector A. Martínez (Sociólogo)
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En sentido figurado, si diseñáramos el modelo que representa el mal y la injusticia, este tendría un aspecto feroz que espantaría a cualquiera. Al contrario, la figura del bien, la justicia y la libertad, tendría una forma angelical que despertaría el más noble de los sentimientos en un ser humano. No se me ocurre otro parangón para describir y comparar la extraña conducta de los gobiernos que se solidarizan con los crímenes de lesa humanidad cometidos por Vladimir Putin -no por el pueblo ruso- en Ucrania. En nombre del bien ideologizado, muchos regímenes han cometido los más horrendos crímenes de la historia.

No debemos detenernos a buscar explicaciones ideológicas sobre el genocidio desatado por Putin. Cuando se trata de la violación a los valores universales, como el derecho a la vida y el respeto a la autodeterminación de los pueblos, basta con el sentido común. A una persona de escasa cultura, pero armada con valores firmes -es decir, sin desfiguraciones ni deconstrucciones de marras-, le alcanza para reconocer dónde exactamente se parapeta la ignominia y la injusticia, hoy aplaudidas por aquellos que portan la tea de la jurisprudencia internacional.

Aquí donde me encuentro, a escasos kilómetros de la frontera que demarca los límites entre Estonia y la Federación Rusa, el Gobierno de la primera ministra Kaja Kallas ha optado por una política de la ecuanimidad y de sensatez, pero de rechazo pleno hacia las monstruosidades de la sangrienta invasión de Putin. La gobernante ha apelado a la unidad granítica del pueblo estonio, que incluye una población del más del 30 por ciento de ciudadanos de origen ruso. Mostrando un firme liderazgo no solo en el Parlamento local, sino también en el hemiciclo de la Unión Europea, Kallas -que se educó en tiempos del dominio soviético-, ha dicho que “Ucrania no solo está luchando por Ucrania, sino también por Europa”. El mensaje habla de la clara postura moral del gobierno.

Sucede que los estonios de la vieja y nueva generación entienden bien el asunto, tanto por el pasado oprobioso del comunismo, como por la experiencia de estar viviendo en un país que exhibe todas las características de una sociedad abierta, tal como concebía Popper a la democracia liberal. Sin una enérgica postura de parte de la lideresa, Putin ya hubiera aprovechado los bien instalados medios electrónicos para azuzar, mediante la típica propaganda de la vieja escuela comunista, a los ciudadanos de origen ruso que habitan en los tres países bálticos.

Las posturas son esenciales en los conflictos, mientras que la autodeterminación sugiere que cada país puede colocarse en la línea más conveniente a sus intereses económicos y diplomáticos. Inteligentemente, el general Francisco Franco prefirió la neutralidad de Espala frente a la invasión nazi, por simpatía fascista, por consciencia cristiana -para proteger en cierta manera a los judíos-, y para ver qué conseguía si la Hitler hubiese llegado a conquistar Europa.

En este tipo de conflictos, se me ocurre, hay que obrar con inteligencia diplomática, más o menos como lo hizo Franco en su momento. Tantear dónde podemos invertir esfuerzos diplomáticos para obtener dividendos, pero también hay que distinguir con sobriedad dónde se ubica la moral que respalda la justicia universal. Saber identificar axiológicamente de qué lado se encuentra el mal disfrazado de ideologías irracionales que, como Putin, exhiben los falsos líderes mundiales.

Una adscripción arrebatada para aparentar solidaridad o para quedar bien con los que apoyan la destrucción de los valores universales, puede tener consecuencias nefastas en el futuro inmediato, no solo para un gobierno que ha actuado por fanatismo ideológico, sino también para una sociedad cuyos integrantes no entienden la sinrazón de la violencia, ni aprueban un carajo los desatinos de sus gobernantes.

Las guerras, llega el día en que se acaban y hay que dar cuentas frente a los enjuiciadores de la historia. Jamás desechemos esta premisa que parece habérsele olvidado a los desacertados gobiernos que apoyan las locuras de Putin.

 

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