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viernes, octubre 4, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Para espantar a los dictadores

Héctor A. Martínez (Sociólogo)
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Cualquiera pensaría que el mejor gobierno es aquel que mantiene un control estricto sobre las actividades de los ciudadanos. “Los tiempos con Tiburcio Carías fueron los mejores”, solían decir los viejos, entre ellos mi padre, porque creían a pie juntillas que el poder debía estar concentrado en la pistola de un hombre fuerte y autoritario; el “huevón” que a nada le teme, excepto a sus opositores a quienes relega a como dé lugar. Muy parecido al general Andrés Ascensio, el personaje que encarna Daniel Giménez Cacho en “Arráncame la vida”, la “peli” mexicana de Roberto Sneider.

Vea esto: un gobierno que se exhibe reprimiendo las manifestaciones populares, que expulsa a sus opositores, y que encarcela o asesina a los disidentes, es un gobierno de carácter débil que está condenado a caer tarde o temprano. Las democracias están constituidas sobre la base de la pluralidad, la diversidad y el disenso multifactorial; de millones de intereses que alteran los ambientes sociales volviéndolos inestables y cambiantes. El gobernante que crea que puede domeñar las expresiones espirituales, las labores y los sentimientos de la gente, o está muy desquiciado o es un imbécil que ignora que la dialéctica hegeliana funciona a las mil maravillas. Es decir, tarde o temprano lo golpeará el bumerang de su mal proceder.

Las verdaderas democracias funcionan tomando en cuenta la heterogeneidad de la sociedad, incluso, las formas de pensar opuestas a los gobiernos. Son sociedades donde el respeto hacia los otros se guarda, no por imposición sino por aceptación de las normas y valores que las rigen. Los dictadores imponen una abultada constitución de decretos porque temen que esa diversidad ponga en riesgo la estabilidad del sistema. Mientras Fidel mercadeaba en actos públicos las bondades de la Revolución, sus milicias atacaban a las personas que se divertían en los bares de La Habana, o a quienes escuchaban a The Beatles. “Con la Revolución todo, contra la Revolución, nada”, advertía constantemente “el caballo” a sus enemigos.

Los déspotas, como Daniel Ortega, detestan la democracia por considerarlo un sistema débil que promueve la desobediencia y el desorden contra un gobierno. En un sistema libre, de oportunidades plenas y de economías sanas, como los Estados Unidos por ejemplo, la gente respeta las reglas por conveniencia propia. Si el sistema ofrece las oportunidades para que los individuos puedan mejorar sus vidas, como fruto del esfuerzo individual. ¿Para qué diablos querría un gringo romper el esquema constitucional de su país? El norteamericano no espera mucho del Estado que no sea, un 911 muy eficaz, jueces imparciales, educación de primera, y elegir libremente.

En una sociedad empobrecida, los recursos y las oportunidades son escasas, muy limitadas; por eso la gente busca alternativas de subsistencia mientras vive y se acuesta resentida con el poder. A esos resentimientos les temen los dictadores porque el sistema, tarde o temprano se verá alterado, como el clima mundial. La gente no se queda de brazos cruzados.

Debemos aprender a construir sociedades de abundancia material, a estimular la generación de la riqueza si queremos ser libres. La libertad comienza con la disponibilidad abierta de los recursos. Desde ahí parten las otras esferas del ser humano, a saber: la cultura y la espiritualidad. Así se forjan las democracias. Y así espantamos a los dictadores.

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