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miércoles, mayo 1, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Lo que Polonia me enseñó

En unos cuantos días, uno puede entender la idiosincrasia de un país que ha sufrido los embates de las guerras, la represión y los vejámenes provocados por sus enemigos externos. El carácter y el temperamento pueden percibirse en el día a día de su gente, plasmados en plazas, memoriales, museos y costumbres. Eso fue exactamente lo que pude experimentar recientemente durante mi estancia en Polonia.

Me conmueve el heroísmo polaco y la tragedia vivida principalmente en Varsovia, destruida casi en su totalidad durante la ocupación nazi. Pocas cosas de esa hermosa y alegre ciudad quedaron en pie, salvo el valor de sus habitantes, la indignación y el orgullo herido de un pueblo asediado, sometido y arrasado. Hitler ordenó que Varsovia fuera devastada al cien, en represalia tras el alzamiento de sus habitantes, que se enfrentaron valerosamente a un ejército muy superior, en el otoño de 1944.

Las historias del llamado “Alzamiento de Varsovia” pueden apreciarse en el Museo de la Resistencia –Powstanie Warzawskie– cronológica y espacialmente muy bien distribuidas, relatadas día por día, para que cualquier visitante pueda seguir el hilo la tragedia. De hecho, en las afueras del edificio hay un memorial donde se enlistan los nombres de miles de jóvenes que ofrendaron su vida por la patria, entre ellos, estudiantes de la Universidad de Varsovia, “boy scouts”, enfermeras, artistas e intelectuales, guiados por el Ejército Nacional. Como la historia suele ser escrita por los vencedores, y Polonia no fue tal, entonces, las hazañas de este pueblo maravilloso resultan poco conocidas en el resto del mundo. La odisea no se agota con el nazismo: desde el este polaco, el ejército soviético esperaba pacientemente cruzar el Vístula para contraatacar a los nazis y, de paso, controlar el país, tal como había sido perversamente planificado por Stalin. El problema es que la ocupación soviética duró casi cuarenta y cuatro años, hasta que el comunismo felizmente se derrumbó, a finales del siglo pasado.

Hay dos ignominias históricas que los polacos meten en un mismo saco y en un mismo museo: la invasión nazi y la ocupación soviética, dos caras de la misma moneda fascista. La referencia no puede ser más explícita: la infamia cometida por nazis y soviéticos contra Polonia, se plasman, precisamente, en los lugares donde se muestra el horror cometido por esos execrables regímenes. Hitler y Stalin pretendieron borrar, no solo la memoria, sino también la dignidad y el orgullo de un pueblo pacífico, conjuntado alrededor del catolicismo -doy fe de ello-, y bastante acostumbrado a las invasiones a lo largo de su historia.

Como todo pueblo heroico, Polonia se levantó de entre las ruinas para edificar de nuevo su infraestructura y el honor perdido. Y eso fue posible gracias a la entereza de sus hijos, a la valentía y el aplomo de sus líderes para enfrentar el dolor y la destrucción. Esos pueblos, por su carácter arraigado, son capaces de ir más allá de la simple reedificación física; las mismas heridas les provocan, incluso, emerger triunfantes en su economía, y colocarse arriba de quienes un día les sometieron vergonzosamente.

¿Qué fue lo que aprendí de este heroico país donde comenzó la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939? La primera lección aprendida sobre Polonia es que solo los pueblos heroicos se alzan a partir de la sangre derramada y el dolor provocado por las ideologías promotoras del odio y la muerte. La segunda enseñanza no es menos vital: los pueblos débiles -por el contrario-, a falta de virilidad de sus líderes, jamás se reivindican con la historia. De hecho, las desgracias naturales y los conflictos sociales son las mejores oportunidades para hacer negocios y política barata; para consolidar el poder de pequeños grupos y cofradías voraces que impiden el progreso de las masas; en suma, para dividirse.

Como Polonia, existen otros casos heroicos, muy poco conocidos, que bien podríamos tomar como ejemplo para Honduras. Quizás un día.

Héctor A. Martínez
Sociólogo

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