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miércoles, mayo 1, 2024

Donde hay hambre, no hay pan duro

Mis mayores acostumbraban decirme eso, sobre todo cuando el experimento en la cocina no había salido de lo mejor. Desde luego que me lo aprendí, pero hay muchísimas reflexiones en ello, sobre todo cuando pensamos que puesto a la inversa diría “para el saciado no hay buen pan”.

¿Ha perdido el hambre?, me refiero, ese deseo por comerse el mundo ¿o siente que ya está saciado? ¡Suele pasar! Perdemos el apetito. Ya no nos esforzamos, y esto aplica para todas las áreas de su vida. Mi papá me enseñó que la palabra “adolescente” venía de adolecer, es decir “carecer de todo” pero de algo le aseguro no adolecen, y es de hambre.

¿Recuerda sus años de adolescencia? Parecíamos insaciables ¡De todo! Queríamos saberlo todo. Saberlo todo. Lo mismo pasaba en esas primeras oportunidades. ¿Recuerda su primer trabajo? ¡Queríamos demostrar a todos de lo que somos capaces!

¿A dónde se nos fue todo eso? Bueno, tengo algunas ideas que le comparto. Lo primero creo que tiramos la toalla. Algunas cosas nos hemos dado cuenta de que son más difíciles de lo que parecen, o que hay que pagar un precio demasiado alto de esfuerzo, y después de intentarlo varias veces, decimos “esto no es para mí”.

¿A cuántas cosas ha renunciado ya, solo porque lo cree demasiado difícil? Si tuviera la oportunidad de retomar todas esas cosas, ¿lo haría? Piense que usted ya no es la misma persona que cuando se estrelló en esa pared. Ha madurado, ha aprendido, ha crecido. No es casualidad que mencione esto, ya que el gran Steve Jobs lo dijo en una de sus recordadas frases perdurables. “Manténganse curiosos, manténganse hambrientos”.

Otro de los motivos que nos quitan el hambre es saciarnos de otras cosas. ¿Le ha pasado? Mientras está la comida, pica por aquí y pica por allá hasta que, sin darse cuenta, su estómago no tiene capacidad y ya no disfruta ese platillo favorito. Perdemos el hambre.

A veces ese trabajo estable nos quita el hambre por el platillo principal. Muchas veces esa dormidita extra nos sustituye el tiempo que podría utilizar en cosas que después acusamos no hacerlas por falta de tiempo. Nos llenamos de entremeses dejando a un lado el plato principal.

Agregaría a la pérdida de apetito, la voz interna que siempre busca que estemos cómodos. Hoy día le llaman “la ley del mínimo esfuerzo” esto es, vamos perdiendo tal interés por sobresalir, por lograr cosas, que ya tenemos esa voz que dice “¿para qué madrugar si todos llegan tarde? ¿Por qué apurarte, si todos lo hacen lento? Perdimos aquella voz rugiente en nuestro interior que nos impulsaba a hacerlo. Que nos decía ¡vos podés!

Y, por último, considero que, simplemente, dejamos de tener hambre porque nos acostumbramos a perder. Sí, y estamos rodeados de gente ganadora, acostumbrada a perder. Ya no les hace. Ellos mismos comentan “si yo soy gran salado”, le aseguro que ¡no lo es! Muchos decimos, ya para qué si ya soy una persona mayor.

Hemos racionalizado tanto el perder, que ya ni siquiera intentamos hacer nada por lograr cosas. Tan es así, cuando logramos algo decimos ¡vaya suerte, gané!

Si algo le pudiera recomendar es, sea buen perdedor. Pero no se acostumbre a perder.

¿Sabe cuál es la paradoja de ello? Que, al perder el hambre, nos morimos de ello. Lejos de sentirnos saciados, no tenemos chispa, proyectos, anhelos, metas, deseos, sueños. La persona que siempre se mantiene hambrienta es porque aprendió a amar el viaje. Más que la meta. Y por eso siempre se establece nuevas para conquistar.

Enrique Zaldivar
Enrique Zaldivar
2050 Comunicaciones
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