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lunes, abril 29, 2024

CUADRANDO EL CÍRCULO: El fenómeno y el milagro

Parte 1

El antes y después del martes fue de ansiedad para muchos y de incertidumbre para mí. Aves agoreras de cataclismos anunciaban la llegada de un fenómeno ilógico, antinatural… ¿o no? Y así ocurrió.

Desde el caribe borinqueño llegó aquel huracán con nombre de animal, sin hacer maldades, ni siquiera regular en su dizque arte y malo en su identidad, pero excelente arrasando en las taquillas y enloqueciendo a jóvenes buenos que parecen malos, palomas mansas pero ovejas descarriadas del rebaño “normal”, enloquecidos con su lírica de cloaca y rítmica procaz de letrina o alcantarilla.

Después todo quedó en un silencio arrasador de lo cotidiano, una ciudad casi desolada después del jolgorio, bolsillos vacíos y deudas aumentadas, y gente desvelada con gargantas desgarradas por gritar en el multitudinario recital sampedrano las tonadas del semental de lo soez y lo ordinario.

Después de mis 54 abriles muy agradecido a diario por los ratos y experiencias buenas e igualmente por las malas, honestamente, no creí que sería testigo a distancia de una de esas últimas; horrenda e infernal para sus críticos y denostadores, pero pletórica y bendita, casi experiencia religiosa para las hordas de acólitos y fanáticos del tal Benito quien, a pesar de semejante devoción, jamás llegará a santo y, por más que lo deseamos sus detractores y por perverso que nos parezca, ni es demonio ni tampoco diablo.

Así pensaba viendo bailar a unos  de sus múltiples pupilos, previo al concierto de Benito Antonio Martínez Ocasio, todo un acontecimiento, inusual, casi insólito por la movilización masiva  de jóvenes y variados “rabos verde perreadores”, y quedé convencido de que ni otra venida del Papa, ni la fe por la Virgen de Suyapa, ha movido tanta feligresía del cantante que no canta, y además parece que ni el milenario y persistente anuncio de la segunda venida del Mesías desboca los ánimos y las pasiones de una cristiandad menos convencida y creyente y cada vez más incrédula o atea.

Me preguntaba entonces ¿cómo esa res disfrazada de conejo malo, semoviente majadero y vulgar, evidentemente pésimo para cantar, pero visiblemente bueno para berrear y “perrear”, puede concitar las simpatías y alebrestar los ánimos de la muchachada, y uno que otro vejestorio alegre?

Pensé y me respondí que son torpes o pendejos que, como dijo Facundo Cabral “hay tantos que hasta eligen presidente”. No obstante, recapacité, persistir en esa idea me haría un idiota peor, pues lo real es que esa liebre del espectáculo  es todo un fenómeno, para bien o mal, argüí que los hijos viven un tiempo  diferente al de sus padres y lo más importante, que mientras el dios caribeño del “perreo” disfruta de la libertad para hacerse multimillonario embelesando a cipotes y maduros inmaduros con su cuasi música, sus feligreses devocionales lo gozan y disfrutan como consecuencia también de ese mismo libertinaje.

Esa es la verdad inocultable, que cada quien goza como le place y gasta en eso lo que le da su regalada así se enjarane de modo irresponsable, y que además es cierto que a sus mayores eso no gusta e incomoda, desde el temprano cierre de calles para acceder al estadio “Olímpico Metropolitano del Valle de Sula”, hasta la previa publicidad promocionando el recital del jinete apocalíptico más reciente, y que seguramente no será el último.

Ese es “Bad Bunny”, bueno o malo, amado y odiado, pero fenómeno musical urbano al fin, el “showman”, no me atrevo a llamarlo artista, idolatrado por muchos, incomprendido por casi todos y odiado por otros. Es también la irreverencia ambulante, el anti estándares, el cantor raro del berrido, pujido o ladrido. El ofensivo, insolente y descarado para exhibir su machismo sexual de perro al bailar o cuando ocasionalmente se viste de mujer y algunas veces de casi extraterrestre y, quien, según los premios del espectáculo y las cifras de sintonía y ventas, es uno de los “cantantes” (jajajajajajaja) latinos más importantes de todos los tiempos.

Creo que jamás este exempacador de supermercado y esperpento de mis preocupaciones creyó volverse estrella desafiando junto con su caterva de adláteres soeces y ordinarios puertorriqueños, dominicanos, colombianos y uno que otro aborigen nuestro, el buen gusto musical y la exquisitez artística, con todo lo subjetivo que es eso pues lo que es bueno o bonito para unos no lo es para otros.

Me ha costado admitir tal cosa, pero me rindo a la evidencia cuando uno de los cantautores que más admiro, como el panameño Omar Alfanno, hacedor de grandes éxitos de Marc Anthony, Gilberto Santa Rosa, Shakira, Thalía, Alejandro Sanz, Ricky Martin, Luis Enrique, entre muchos otros, afirma: “Tú puedes tener un gran mercadeo, pero si no tienes el elemento que causa euforia, el mercadeo se te cae. Se trata de ser Bad Bunny”, y coincide con quienes piensan que lo que ocurre con este pasó con The Beatles, Elvis Presley, The Rolling Stones, Stevie Wonder y Michael Jackson. “Gracias a Dios ahora le tocó a un latino, eso me llena de mucho orgullo”, recalca.

Pero esta res auto llamado conejo malo no solo nos afecta el tímpano con sus chillidos, mugidos de bestia desenfadada y desatada, pues además de poner a bailar, literalmente a medio mundo, ha sido tal su impacto en las taquillas y bolsillos que, aunque actor en pañales, también actúa en la televisión y el cine, y obviamente ante el peso de la evidencia, por más que este semoviente provoque roncha, tiene talento y hay que admitirlo.

Su fama es tanta, que algunos cual santidad mundana hasta le atribuyen milagros, como el siguiente: Sí, existen los milagros, vi uno…Ahí estaba, íngrimo, desvalido; inútil y casi muerto en aquella cama de hospital. Había razones suficientes para deprimirse, muchos factores para morir y quizás pocas razones para vivir. 17 años postrado, cuadripléjico y consecuentemente inmóvil lo hacían desafecto por la vida y más proclive a la muerte rotundamente convencido que los milagros si alguna vez existieron ya no existen. Pero se equivocó, el mismo día que pensaba o creía fallecer se dio cuenta que los milagros sí existen, vio uno. Esa mañana, en la radio encendida que le dejó su hermano Pedro -a quien con afecto apodaba “El Picarín” y que, como médico de la familia, argumentaba que la buena música puede levantar hasta un muerto-, pudo escuchar los mugidos o alaridos, las estridencias dispares, sin ton ni son, y las ráfagas de improperios de un tal “Bad Bunny”. Fue entonces, en ese preciso momento y al primer sonido que, aunque sin fe, se obró lo imposible e increíble: el ansiado milagro. De la nada y como si nada, después de casi dos décadas inmovilizado, como Lázaro, Darío, el paciente incrédulo y cuadripléjico, se levantó con prisa. Primero caminó raudo, velozmente corrió, casi voló, hacia la radio y de inmediato la apagó y silenció aquella vulgaridad musicalizada. Luego despacio, muy lentamente, como para disfrutar la magnificencia armónica de la quietud, gozó caminar, regresó a la cama y reposó tranquilo, en paz, y vivió silenciado eternamente feliz.

Finalmente, al margen de fenómenos y milagros, nuestros muchachos crecerán y quizás maduren mientras la moda del mamífero lagomorfo malo pasa, y serán ellos los que se tensen con los estilos, costumbres o usanzas que les gustarán a sus hijos, nuestros nietos, y esperamos vivir para contarlo, o escribirlo, pues, como dicen por ahí, lo que pasó el martes 29, y lo que viene, son señales de que el fin del mundo está próximo ya, ¿será?

Herbert Rivera C.
[email protected]

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