Una vida sin emociones, ¿será vida? Hace poco estaba yo en un café esperando a un par de amigos en uno de esos raros episodios en los que yo llego antes a las reuniones (conste que esto no me enorgullece), y recuerdo que, sentada muy cerca de mí, estaba una mujer de aproximadamente 60 años muy bien vestida, con actitud relajada, alguien la saludó por su título lo cual me dejó claro que seguramente sería alguien muy educada porque refinada sí se veía. Recuerdo que ojeaba una revista mientras tomaba su café. Al rato, cuando ya estaba yo acompañada, noté que un hombre estaba sentado con ella, su misma edad seguramente, estatus, etc. Mientras ella hablaba por teléfono, él le acariciaba muy sutilmente la rodilla y me llamó la atención que todo el tiempo que estuvimos allí, él mantuvo contacto físico con ella. Conversaban, se reían y la pasaban muy bien.
Mi grupo opinó que definitivamente no estaban casados, que seguramente su relación era otra porque “la convivencia diaria echa a perder la sorpresa y la emoción”.
La próxima vez que usted esté en un restaurante, por ejemplo, que son lugares donde acostumbra a ir la gente en familia, tal vez quiera prestar atención y verá como es verdad que en su mayoría las parejas casadas (es fácil reconocerlas), desbordan hastío. Él no quita los ojos de la TV del lugar; él, ella o los dos, no sueltan el celular, ella casi siempre se ve molesta y si andan con niños, mucho más. Rara vez dicen algo, mucho menos se miran a los ojos, casi no sonríen, solo ordenan, comen y se van. Una cosa tristísima de ver. A uno le provoca pararse frente a ellos y decirles: ¡Gente, despierten y rescaten su relación!
Una pareja que está funcionando experimenta atracción física, amistad, complicidad y ternura, el sentido del humor, la sorpresa y la emoción van incluidas. Favor de no olvidarlo.
