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lunes, mayo 6, 2024

Carta a Julio Escoto

Fernando Aparicio

Hay seres humanos que van dejando huellas en cada camino que recorren, sin quererlo, sin proponérselo, y la mayoría de las veces, sin pensarlo siquiera.

Cuando pienso en eso, el nombre de Julio Escoto se ilumina en la cajita de brillantes luces LED en la intrincada red de mis trastornadas neuronas, y en la medida en que lo pienso, su imagen de gran derviche sentado en su silla de la cocinita de Popol Nah, se dibuja, mientras la suave voz del maestro pronuncia esa frase tan conocida: “Juventud: ¿Cómo van sus siete vidas?”

Ñurdoso empedernido, escritor por ADN, lector por placer y sibarita por decisión personal, así describo a este baluarte de la literatura hondureña.

En 1991, había ledo su novela “El árbol de los pañuelos”, regalo de una noche bohemia en la que, junto a mis amigos del Instituto San José, de El Progreso, Yoro, (propiedad de los jesuitas) celebrábamos al estilo hondureño, el bautismo de mi hijo Jean Paul. Al calor del ambiente, el ahora ilustre escritor José Antonio Fúnez estampando su autógrafo, escribió en su dedicatoria: “Cómo me hubiera gustado escribir este libro para vos, mi querido amigo”.

Los minutos se sumaron por decenas de millones en el devenir de nuestras vidas, y después de terminar mi carrera en la UNAH, regresé a las aulas de San Pedro Sula para seguir enseñando a programar sistemas informáticos, carrera que me ha regalado amigos para toda la vida, entre ellos Edwin Cruz, un exalumno que se convirtió en mi eterno enemigo frente al tablero de ajedrez, y con quien cada vez que podemos (en la USA, o en Corruptonia), tendemos la lona, sacrificamos caballos, asesinamos alfiles, defendemos torres y amenazamos a la dama.

Mientras tanto, en otro lugar del planeta, Julio Escoto seguía escribiendo su mejor novela, titulada “Rey del Albor (Madrugada)”, con ese estilo que lo convirtió en el mejor escritor de Honduras, jugando con la palabra cual diestro mago, haciendo figuras y creando mundos mientras el lector se pregunta, en dónde diablos se perdió el hilo de la historia. Su vieja Apple Macintosh fue testigo de esa larga batalla de larga data en tiempo y letras. (Ahora soy el afortunado propietario de esa computadora).

Seguí mi vida enseñando en recintos del saber, programando computadoras y diseñando software como Pegasus, que fue un estándar en la administración de escuelas y colegios, como la Escuela Kiddy Kat, el Don Bosco, el ITC, el San José de El Progreso, la Inmaculada de Comayagua, el Instituto Privado Comayagua, de mi hermano del alma Chuy Martínez, el Instituto Genaro Muñoz, con mi ‘broder’ en las letras Melvin Martínez,  el Instituto Juan Lindo, de Trinidad, Santa Bárbara, comandado por mi fiel amigo Ramón Baide,  y, por supuesto, el Instituto José Trinidad Reyes que en ese momento era la casa de Roberto Bolaños, otro de esos buenos amigos de toda la vida.

Terminé mi ciclo en la empresa privada, desarrollando software de artes gráficas con el apoyo de los asesores del Gobierno de Holanda, en una empresa propiedad de mis amigos Samir Talhami, Guillermo, Jorge y José Luis Hasbun, tiempo en el que desarrollé mis habilidades en artes gráficas que fue el sendero por el que la vida me reencontraría con don Julio Escoto.

Lo conocí supervisando un libro del Banco Central de Honduras sobre los viajes de un gringo, que Centro Editorial –propiedad del gran jefe Escoto- desarrollaba como proyecto para esa entidad bancaria.

Desde la primera vez en la que conversamos, su humildad era el brillo más intenso y, a pesar de tener conciencia de quién era él mismo, eso nunca pesaba en sus conversaciones.

Las charlas siempre giraban en torno a libros, política y temas sociales, y su discurso siempre amplio sobre los temas, mostraba su dedicación a la lectura, oficio acompañante de la escritura, uno de los primeros consejos del sabio a los escritores jóvenes: “Lean mucho antes de escribir algo”.

A lo largo de la vida, fui parte de los proyectos de impresión de la mayoría de sus libros y, en algunos casos, tuve el honor de asistir a la presentación de sus obras.

La amistad fue cultivándose a lo largo de los años, y en 2009, publicamos en conjunto una obra única en Honduras –mi proyecto más importante como productor-. “Bajo el almendro junto al volcán”, edición bilingüe de lujo. Fue una producción artesanal en la que se cuidaron todos los detalles, desde el forro, hasta el cintillo rojo para marcar el avance de la lectura. Fue una edición bilingüe traducida con perfección literaria por uno de sus amigos, que don Julio diseñó y diagramó, con primorosas acuarelas de Pito Pérez, en la que tuve el honor de ser el productor, por lo que tuve la honra más grande en la dedicatoria de don Julio, declarándome Maestro Impresor.

Ese libro fue el regalo presidencial a los delegados a la Asamblea de la OEA que se desarrolló en San Pedro Sula en 2009, y ahora reposa en los libreros de las oficinas presidenciales de América.

La foto con don Julio en la presentación del libro en Banco del País, es uno de mis momentos memorables de mi carrera en la industria de las artes gráficas.

Durante nuestros años de relación comercial, lo vi patrocinando jóvenes escritores, adultos mayores que lanzaron su primer libro, mujeres emprendedoras que publicaron su primera obra con el apoyo de Centro Editorial, y me cansaría de contar tantas cosas buenas que he visto hacer al maestro Julio Escoto.

Guardo con cariño dos cartas que me envió, mientras escribía mi primera novela “El candidato y la reina de Los Andes” -la primera narco-novela de Honduras-, en las que criticaba de manera tan amena mis errores de principiante y me daba clases magistrales de escritura, con párrafos completos inventados para esa nota.

Ahora compartimos nuestros sueños desde el Grupo Cultural Tribu, una organización sin fines de lucro creada para hacer felices a sus miembros mientras promovemos la cultura en Honduras. Cada año presentamos con el apoyo de Banco del País, una noche de gala honrando a hombres y mujeres que merecen ser nombrados en las páginas doradas de la historia de Honduras por su aporte a la cultura. El nominado de este año, fue mi gran amigo Héctor Flores, “El Chaco de la Pitoreta”, para quien escribí una biografía cargada de buena vibra.

Mi cerebro sigue híper activado, hilvanando recuerdos como la popular foto de don Julio, con la camisa amarilla, que tuve el honor de producir mientras desarrollaba el registro fotográfico para la presentación de CC Danza, la escuela de ballet de Flor Alvergue, compañera de sueños, trabajo y cama de mi querido y admirado amigo.

Julio, no sé si es que me voy a morir pronto, pero tuve la inmensa e imperiosa necesidad de escribir estas letras para rendirle un homenaje a una de esas personas que han dejado huella en el camino de mi vida, caminando a mi lado, a lo largo de tantísimos años.

Mi querido amigo: Reciba mi fraternal afecto, en este año en el que Libre gobierna y Julio sonríe, digitalizándole un enorme abrazo y mi admiración por siempre.

San Pedro Sula, Octubre del 2022.

 

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