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jueves, abril 25, 2024

CUADRANDO EL CÍRCULO: El hoy olvidado, el ayer perdido y el mañana robado

Herbert Rivera C.
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Seguramente son pocos los que no se enternecen ante la risa o el llanto de un niño. Hay que tener corazón de piedra para no sucumbir a su dulzura, o no rendirse ante sus precocidades o deleitarse observando sus caritas que, para mí, y como el de las madres, son la imagen más clara de Dios, como atestigua el poeta Augusto C. Coello en su “Himno a la Madre”.

Entre esos duros de sentimientos, pero blandos en su demagogia, están los políticos que, de los niños, especialmente los ajenos, solo se acuerdan en campaña política o en la parafernalia oficial en la que estúpidamente los denominan el futuro de la patria, cuando la niñez y la juventud en cualquier gobierno son la esencia de la patria ayer, hoy, mañana y siempre.

Seguramente por esos mismos afanes electoreros es que antes, durante y poco después del Día del Niño, el 10 de septiembre, en un símil, con diferente ideología, pero con el mismo propósito, desde hace años los adultos que dirigen el país, convocan a niños de sus simpatías o parientes para que en un congreso infantil debatan y consensuen para proponer cosas que nadie atiende y también problemas que tampoco resuelven.

Así, por décadas se ha acumulado una deuda inmensa con nuestros niños, cada vez más vulnerables ante la vida y más asequibles (que se puede conseguir o alcanzar fácilmente) a la muerte.

Las víctimas varían según el dato no oficial que evidencia la tragedia de nuestros niños, para unos son miles, para otros centenares de miles y al final no importa el número, porque pocos que fueran los infantes sin un presente alentador y sin un futuro prometedor, resulta trágico el daño causado y permitido contra el principal tesoro de una nación: su niñez y juventud.

Por múltiples factores, pero en especial por una clase política ladrona y depredadora del erario, es que el presente es incierto para la niñez sabedora también que el futuro le ha sido robado por la corrupción de todos los partidos, de todas las ideologías, de todos los colores y de todos los gobiernos.

Así, son muchas las cargas que deben soportar nuestros infantes que, por la extrema pobreza y miseria deben trabajar en lugar de descubrir el mundo a través del entretenimiento sano y el estudio, y por esa situación más de medio millón de niños y adolescentes son explotados laboralmente y tratados como mercancía en situaciones de trata de personas, entre otros delitos.

Reportes indican que casi un 60 por ciento de los niños trabajan en situación de riesgo, más de la mitad de adolescentes de 15 a 17 años realizan actividades productivas y domésticas, ocho de cada 10 viven en condiciones de pobreza y 6 de cada 10 en extrema pobreza, es decir, subsisten con menos de 25 lempiras al día, y solo un 35 por ciento de niños trabajadores recibe un salario.

La situación de los niños en Honduras, en lugar de mejorar, empeora pues se acrecientan los problemas derivados del bajo estándar de vida cuya calidad es mínima, y por un sistema que al niño no lo considera como persona con derechos, raras veces son tomados en cuenta y no le procuran su bienestar, y así también los vuelven víctimas de abuso sexual y de todo tipo de violencia, especialmente en las familias y por las maras y pandillas.

Una de esas agresiones a la niñez es la económica con efectos devastadores en los estándares de vida particularmente en el área rural y en las ciudades los niños más afectados son los marginales y marginados, sobrevivientes de la indigencia en los barrios más empobrecidos con poca o ninguna comodidad, y sin los elementales servicios para vivir con dignidad, mientras los burócratas gastan millones remodelando sus despachos.

Cómo entonces puede argüirse que el gobierno es benefactor del pueblo, si quienes lo han dirigido han resultado inútiles y burladores y birladores del presupuesto que, si no se lo robaran ajustaría para todo, en especial para satisfacer las necesidades de salud y educación de los que menos tienen.

Como resultado de esa situación, centenares de miles niños además de enfermos han debido abandonar la escuela y tenido que asumir responsabilidades de adultos y se han visto forzados u obligados a laborar para alimentar a su familia, que no la tienen todos, pues solo en 2009, el Fondo las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) estimó que habían más de 150,000 menores con sus padres muertos; esa cifra  obviamente se ha incrementado por la violencia y la inseguridad, y enfermedades como el Sida u otras que han aparecido y además por los efectos de fenómenos naturales como “Eta” y “Iota”.

Sumado a todo eso, nuestra prole si no se va dispuesta a convertir su vida en una pesadilla ante la quimera de la hipotética bonanza americana, se queda con el muy probable riesgo de morirse de pobre, de que lo maten porque no tiene nada o porque posee todo, o de suicidarse por múltiples factores socioeconómicos y emocionales, y en algunos por adicciones a las drogas, al pegamento o al alcohol, en especial en los niños de la calle, que inhalan para no sentir hambre en el estómago y en el alma.

Por ese panorama sombrío quizás es que el cantor argentino Facundo Cabral, en su canción “Vuele Bajo” entonaba: “…No crezca mi niño, no crezca jamás los grandes al mundo le hacen mucho mal… Sigue siendo niño y en paz dormirás sin guerras ni máquinas de calcular.

Vuele bajo… Dios quiera que el hombre pudiera volver a ser niño un día para comprender que está equivocado si piensa encontrar con una escopeta la felicidad. Vuele bajo… Vuele bajo…” Felicidades niños, cómo, cuál, qué es eso…

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