Sabemos que, en la vida hay temas sensibles que a veces evitamos responder, hoy en consulta de Eureka, hablaremos sobre algo que quizás no tenga la intención de incomodar, pero que aún así desagrada, ya que a todos nos falta lenguaje para abordarlo sin torpeza.
La “marentalidad” tardía es uno de esos temas, el ser madres a una edad avanzada o no querer serlo es un terreno minado, un tema escabroso. Suele pasar que la protagonista de la historia no desea hablar de ello, pero es atacada por preguntas y comentarios en los almuerzos familiares, en las charlas con amigos, trabajo, iglesia etc.
Sinceramente creo que a veces preguntamos sin necesidad, solo por curiosidad, solo para tener un tema de conversación y es un error abordar ese asunto de manera liviana, a la ligera y de manera invasiva ya que algunas parejas ocultan la incomodidad y se arrinconan entre excusas, tapando el malestar con frases de cierre como “ya llegará” o “más adelante será”.
Pero detrás de esas frases y de esa discreción aprendida hay historias reales, cuerpos que esperan, relaciones que se vuelven tensas, decisiones que duelen y esperanzas que se alargan. Hoy quiero presentar la historia de una de esas personas.
Una paciente que llamaremos Ana, una mujer con una vida activa, proyectos, sueños y una batalla silenciosa que muy pocos conocemos (le sobran dedos de una mano para contar). En terapia consideramos que una manera de hacer catarsis y ordenar las ideas para reducir la ansiedad es escribir y es aquí donde leeremos como Ana, nos cuenta su realidad.
“El mes pasado recibí una noticia, para la cual nadie te prepara, el diagnóstico es: Obstrucción tubárica bilateral, resulta que mi cuerpo tiene un bloqueo de ambas trompas de Falopio, lo que impide la fertilización, esta es una noticia que rompió mi alma, un diagnóstico que no solo te confronta con tu cuerpo, sino con tus sueños, tus planes, tu identidad. No hay forma delicada de decir que no podrás tener hijos de forma natural. Creo que también lo peor no es el diagnóstico en sí, sino lo que viene después: el silencio, la incomprensión, la culpa, el juicio, el duelo no reconocido. No se trata solo de recibir un resultado médico; es una sentencia emocional, es una herida invisible que nadie ve. No contarlo a nadie y elegir el silencio que siguió a esa noticia tan dolorosa no es cobardía, es simplemente un intento de protegerme del juicio social y familiar. Hablarlo con alguien es exponerse a preguntas, comparaciones y a la mirada condescendiente o lastimera del mundo. Muchas mujeres sienten vergüenza, como si su cuerpo les hubiese fallado y se guardan el dolor solas porque explicarlo a las personas simplemente no alivia nada. La sociedad, en su ceguera empática, suele observar a las mujeres sin hijos como si su vida estuviera incompleta. Lo que nadie ve es que muchas de esas mujeres cargan con el peso de haberlo intentado todo, de haber llorado en secreto cada ciclo fallido, de haber sentido en carne viva cada anhelo roto.
Cuesta comprender cómo el entorno puede ser tan hostil con un tema tan delicado. Las frases retumban como eco en la memoria, “ponete pilas que si no le das hijos a tu marido se va a buscar a otra”, “a saber quién te va a cuidar cuando estés vieja”, “ya se te va a pasar el tren”, son cuchillos disfrazados de consejos. Son palabras que no solo hieren, sino que colocan el peso del fracaso sobre los hombros de una persona que está luchando por sostenerse. Detrás de cada pareja sin hijos puede esconderse una historia de intentos, tratamientos, esperas eternas, consultas médicas y noches en vela llorando por algo que no llega. No todos lo entienden, a veces, ni siquiera la pareja lo comprende y puede que la mujer lo viva más sola de lo que quisiera admitir. Y como si el dolor no bastara, hay un factor más que corta como navaja y es lo económico. Porque a veces no basta con el deseo, con el amor, ni con la fe, muchas veces también el dinero decide ya que cada tratamiento es costoso, y cada intento fallido es un golpe cruzado del corazón al bolsillo. La infertilidad es un duelo que no se lleva con flores ni vistiendo de negro, es un luto invisible, que se vive de pie, sonriendo y fingiendo estar bien. Por favor seamos más conscientes y considerados al hacer ese tipo de comentarios y de tocar ese tema sin saber el trasfondo emocional que tiene”.
Gracias Ana, por compartir con nosotros.
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