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sábado, mayo 4, 2024

SIN VENDAS: La canasta o las coronas

Jesús Pavón

Desde temprano me levanté pensando que ya será el Día de Todos los Santos, esa tradición en la cual nosotros recordamos a los que se fueron antes, amigos, familia, compañeros, no importa -la verdad- si nos hicieron reír o llorar, los recordamos más en esta fecha y es costumbre ir a coronar, como decía mi finada abuela, o aunque sea a arreglar su lugar de reposo, se limpian las tumbas y se ponen flores frescas, aunque sea un día ellos como que vuelven a vivir engalanados, por el sentimiento que les tenemos. En otras latitudes hasta conviven con los finados almorzando, llevando música en el mismo camposanto. Algunos dirán que es hermoso y otros que es abominación, pero, allá cada quien, ¿verdad?, allí no me meto.

Pues, temprano me preparé para ir a cotizar y de paso comprar algunas cositas para preparar el viaje ya programado, para ver cómo se le rinden los respetos a los que se nos adelantaron en nuestra familia y saludar a uno que otro amigo que ya descansa en paz.

Al llegar al mercado, me encontré en la floristería, esas que engalanan las aceras, donde la belleza del trópico explota entre el gris tráfico, viéndose arreglos para toda ocasión para reír o para llorar o para los dos a la vez. Al llegar, luego del efusivo saludo catracho al encargado de la tienda, veterano ya en el arte floral, y luego del nunca ausente buenos días, la sonrisa que la precede y un interés metiche típico de estas tierras por lo que hace.

Mire, me dijo él, usted es el primero que viene a ver por lo menos cuánto cuestan las coronas o las flores, no digamos floreros o los otros adornos que se pueden usar en el camposanto, como es la tradición. Me lo dijo con “tristiedad” esa palabra inventada por mi hijo que es mezcla de tristeza y seriedad, según él. La vida está tan cara, me dijo, no los culpo, que se decide si honrar a los fallecidos o darle de comer a los vivos, ya nadie, aunque quiera, aunque la gente espere con amor este día, embellecer la tumba de esa madre, como una forma de abrazarla, engalanarla con flores frescas, olorosas y brillantes, aunque sea un día, para recordarle que ella sigue allí, o no digamos padres, hermanos y otros.

Es la manera en que demostramos los que vamos atrás que aún los amamos, aunque sea en otro mundo. Pero con eso que los huevos, las carnes, los quesos y todo lo que se me ocurre ha subido, pues uno también sabe que tiene que llevarle comida a los güirritos. No se me dijo si seguirá está cosa, esta tendencia, pero creo que los difuntos tendrán que comprender, que esta vez solo sea llegar a lavar las tumbas y una que otra florcita, pero lo que importa es ir, eso sí, me dijo con voz brillante. A mí me toca salir de la ciudad para ir, solo vamos a ir mi vieja y yo y en bus, porque no ajusta para el pasaje de todos, ya subieron por el diésel y llevaremos los besos y cariños de los de casa y este atadito de claveles que era el preferido de mi suegra.

Mi mamá está muy lejos, me dijo, así que mis hermanos le llevarán mis respetos, se rio quedamente y se dio la vuelta porque casualmente entraba otro cliente al local. Bueno, me dije yo, la corona y el ramo, serán más pequeños, las flores más poquitas, creo que entenderán, llevar la manguera y el detergente si, para lavar la tumba es importante, como si uno, al lavar la tumba fría, el cemento gris, sea el cabello de esa persona que tantas veces no bañó en vida, es nuestra alma que habla. Bueno, dije yo, la comida es importante, con estos que mandan la cosa subió a los cielos, nadie esperaba que nos regalaran las vainas, pero sí exageraron estos. Lo importante es ir, me dije, llevar los respetos y saludos y recordarles con nuestros gestos que siempre los amaremos. Deme un atado de rosas blancas, le dije al señor y nada más…

Sí, me dijo este asintiendo, está bien, es lo correcto…

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