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sábado, mayo 4, 2024

Sin forzarlo

Las sensaciones que pueden producirse al estar una piel en contacto con otra son tan extraordinarias y a la vez tan naturales que uno no sabe a ciencia cierta cómo calificarlas. El contacto con el rostro de nuestra madre, por ejemplo, se siente tan bien, tan familiar que puede calmarnos en segundos, o el abrazo de nuestro papá. Algo similar pasa cuando estamos muy cerca de nuestros hermanos (as) y cuando recibimos esos fuertes apretones de nuestros amigos, si ponemos atención, nos daremos cuenta de que algo pasa en nuestro interior, algo muy tranquilizador. Y ni qué decir de lo que puede provocarnos la cercanía del sexo opuesto cuando hay química en medio. Desde escalofríos, temblores, estómagos revueltos, en fin, es algo de verdad grandioso.
Como seres humanos que somos, necesitamos el contacto físico de otros seres humanos, es así por naturaleza, ese calor del que tanto hablan los poemas es real y nuestra piel, nosotros, lo necesitamos para estar bien, para sentirnos vivos.
Hace algunos días estuve en un vuelo de cinco horas, lapso en el cual me leí toda mi novela de Agatha Christie “La Ratonera”, pero la lectura, aunque muy buena como lo era, no pudo evitar que yo me distrajera de vez en cuando con una pareja que tenía a mi lado izquierdo, en la otra fila de pasajeros. Ella iba enfrente con otras chicas y él, aunque atrás de ella, con otros muchachos, todo el tiempo estuvo pendiente de ella. De vez en cuando ponía atención al juego en su celular, pero luego volvía hablarle en el oído, le acariciaba el brazo, le tocaba el cabello o la cintura. Mientras tanto ella veía una película en la pantalla de su iPad, revisaba su celular, dormía, platicaba y se volvía a dormir. Yo me preguntaba si acaso él (siendo tan joven como era) entendía de la importancia de esas cosas, de lo acertado de su comportamiento. También me hubiese gustado saber si ella lo valoraba.
Luego, anoche, mientras hacía unas compras, me topé con un enorme muñeco de peluche en un pasillo de la tienda. El hecho de que estuviera en el piso y no en un estante y que le hubieran arrancado su moñito del pecho (el espacio vacío era evidente), lo hacía lucir abandonado y pensé; pobre muñequito, tan bonito y tan solo. A su lado había unas tarjetas tamaño jumbo de San Valentín (sí, en pleno Año Nuevo, así de apurados nos traen) en las tarjetas decía “Juntos estamos mejor” y volví a pensar, nada más cierto.
Que el 2024, que recién comienza, nos traiga la oportunidad de estar un poco más cerca de la gente que queremos, que seamos merecedores de alguien que quiera nuestra cercanía sin tener que pedirla y que nosotros procuremos ser muy espléndidos con nuestras demostraciones de afecto, sin tener que forzarlo.  Porque recordemos que “si lo tenemos que pedir no sirve y si lo forzamos… se rompe”.

Emy James
Emy James
Emy James, psicóloga y Máster en Educación, escritora a nivel profesional. Trabaja en teatro y radio y es también docente.
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