La Navidad está llena de simbolismos que nos invitan a reflexionar sobre la razón fundamental por la cual celebramos esta fecha tan especial en el cristianismo, el nacimiento de Jesucristo. Esta historia comienza a manifestarse desde el Antiguo Testamento, específicamente en Isaías señalan los estudiosos de la Biblia, donde se profetiza la llegada de un Mesías, un ser divino y humano, impecable y sin mancha.
En el Nuevo Testamento, se cumplen estas profecías, el ángel Gabriel lleva un mensaje celestial a una joven virgen llamada María que vivía en Nazareth, en la ciudad de Galilea. En este relato, que se encuentra en el libro de Lucas y otros evangelios, María es declarada “¡bendita entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!», anunciándole la divina misión de ser la madre del mismo Dios. Más adelante, a través de un sueño revelador, el joven José, prometido de María, es informado del plan divino y accede con humildad a cuidar de ambos, tal como atestiguan los evangelios.
En esta historia, los tres sabios conocidos como los Reyes Magos de Oriente desempeñan un papel importante, ya que, por su conocimiento de las profecías, se aventuran a seguir la estrella de Belén, llevando consigo incienso, oro y mirra como ofrenda al recién nacido. Al llegar, encuentran al Salvador del mundo en un modesto establo, rodeado no por lujos de un palacio, sino por animalitos, pero muy bien cuidado por sus padres terrenales. Esto no hace que cambien su decisión de adorar al niño y presentarle regalos significativos.
El incienso, una ofrenda sagrada en la cultura judía, simboliza la adoración y reverencia hacia Dios. Al ofrecer incienso a Jesús, los reyes magos expresaron el reconocimiento de su divinidad y su papel como el Hijo de Dios. Mirra, conocida por su uso en el embalsamamiento de cuerpos y en la perfumería, este regalo de los reyes magos implica que reconocían al niño Jesús no solo como divino, sino también como un hombre destinado a morir por la humanidad, simbolizando así el sacrificio redentor. El oro, un regalo reservado para los reyes, lleva consigo la declaración simbólica de que Jesús es el Rey de los judíos. Este precioso metal no solo denota su soberanía, sino también su papel como líder y guía espiritual.
En esta época de Navidad vemos bellas decoraciones de árboles navideños, pero hay que reconocer el simbolismo detrás de esta tradición, la estrella que se coloca en la copa, es precisamente la estrella de Belén, la que siguieron los mismos Reyes Magos. El brillo de las luces que tanto disfrutamos nos recuerdan ser parte de la luz y no de la oscuridad de este mundo. Los árboles son fuerza, vida y perduran a pesar de los malos tiempos. Los regalos, simbolizan la vida eterna que nos regaló Jesucristo a través de su sacrificio. Él es el regalo más importante no solo de la temporada navideña, sino a lo largo de nuestras vidas, está con nosotros literalmente en las buenas y en las malas.
Los nacimientos son representaciones visuales con mucha enseñanza, muestran el establo donde nació el niño Jesús, nos hacen un recordatorio a la humildad del Rey de Reyes, y nos invita a una introspección de lo que realmente valoramos en nuestras vidas, la importancia de alimentar nuestra fe, no nuestra arrogancia y vanidad humana.
Viendo estos acontecimientos descritos en las Sagradas Escrituras, con el prisma de la fe en lo que no podemos ver, pero sí creer a pesar de no contar con todas las evidencias científicas, es innegable para cualquier creyente o no creyente que los relatos bíblicos llevan un hilo conductor que nos presenta el pasado, presente y futuro de la humanidad, que nos da esperanza tanto en este plano terrenal como en el más allá. Nos motiva a enfrentar los desafíos de la vida diaria con la confianza de que hay un propósito más elevado que el simple hecho de existir y que nuestras acciones, motivadas por la fe, contribuyen a la construcción de un mejor futuro.
Con el nacimiento de Jesucristo, los enviados o ángeles dieron un mensaje concreto a la humanidad: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!” (Lucas 2:14).