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jueves, abril 18, 2024

¿Se debe regular la inteligencia artificial?

Cuando nació Internet, se esperaba que marcase el comienzo de una nueva era de desarrollo para la humanidad, con la posibilidad de masificar el acceso al conocimiento. Posteriormente, las redes sociales surgieron con la promesa de convertirse en una poderosa plataforma que daría voz a quienes estaban excluidos de participar en la vida pública. Sería ingenuo pensar que estas herramientas cumplen actualmente con las expectativas de promover el bien común o que únicamente aportan aspectos positivos a la sociedad. A las redes sociales no se les reguló y apenas recientemente se han comenzado a medir los impactos perjudiciales que tienen en los usuarios, particularmente en los jóvenes.

Avanzaron sin restricciones, impulsadas por la utópica creencia de que solo generarían beneficios al conectar a las personas y otorgarles voz. Sin embargo, esta semana el director general de Salud Pública de los Estados Unidos de América emitió una advertencia contundente: el uso de las redes sociales es uno de los principales factores que agrava la crisis de salud mental en los adolescentes. Además, instó a los propietarios de dichas plataformas y a los responsables de formular políticas públicas a asumir la responsabilidad de supervisar cómo los menores las
utilizan. Ya no basta solo descargar semejante responsabilidad en los padres o las escuelas. La advertencia fue respaldada por el presidente Biden, que creó una fuerza de tarea dedicada a ese
tema. Es crucial reconocer que no supimos anticipar cómo las redes sociales podían socavar los cimientos de las sociedades libres, como la verdad y la confianza.

Hoy nos enfrentamos a una nueva herramienta que, al igual que las mencionadas anteriormente, tiene el potencial de generar beneficios, pero también podría ocasionar daños enormes, incluso catastróficos si no se regula adecuadamente. Se trata de programas de inteligencia artificial generativa que demuestran cómo hemos podido crear algo que supera con creces las capacidades cognitivas con las que evolucionamos naturalmente. Lastimosamente, el asunto se aborda con la misma negligencia que caracterizó el surgimiento de las redes sociales, cuando Mark Zuckerberg afirmaba “muévete rápido y rompe cosas”. Pues esta nueva tecnología tiene el potencial de romper mucho más, a una velocidad y con una contundencia que difícilmente podemos imaginar.

Es necesario reflexionar sobre la forma en que se regularán y supervisarán estas nuevas tecnologías, ya que su impacto en la sociedad podría ser abrumador si no se manejan adecuadamente. Se trata de aprender de los errores del pasado y adoptar un enfoque más responsable y consciente al desarrollar e implementar sistemas de inteligencia artificial avanzada. Solo a través de una regulación adecuada y una gestión ética se podrán maximizar los beneficios sin poner en riesgo los valores fundamentales y el bienestar de nuestra sociedad.

Tanto desde una perspectiva ética como regulatoria, la inteligencia artificial debe servir únicamente para complementar y potenciar lo que nos hace genuinamente humanos: nuestra creatividad, curiosidad y, en los mejores casos, nuestra capacidad de tener esperanza, ética, empatía, determinación y colaboración con otros. No podemos permitir que los tecnólogos
intenten convencernos de su “neutralidad” o nos vendan la idea de que solo son una plataforma. La inteligencia artificial está posibilitando formas exponencialmente más poderosas y profundas de empoderamiento e interacción humana, lo que significa que ahora podemos afectarnos mutuamente de manera más rápida, económica y profunda que nunca.

La inteligencia artificial tiene el potencial de ayudar a las personas en sus tareas diarias, abordar importantes desafíos humanos como la atención médica, lograr nuevos descubrimientos científicos, y mejoras en la productividad que conduzcan a una mayor prosperidad económica.

Sin embargo, estas herramientas deben estar alineadas por completo con los objetivos de la humanidad; en las manos equivocadas podrían hacer mucho daño, ya sea por la desinformación, cosas que pueden falsificarse a la perfección o el “hackeo” (pareciese que los malos siempre son los primeros en adoptarlas).

Para democratizar la inteligencia artificial podría considerarse el código abierto, pero este resultaría riesgo en manos de grupos terroristas. Por lo tanto, necesitamos regular y controlar su uso, al igual que se hace con las armas. Además, se deben establecer regulaciones para prevenir la discriminación, violaciones de privacidad y otros daños sociales. Para maximizar las mejoras en productividad, se deben crear oportunidades y redes de seguridad para aquellos cuyos trabajos puedan ser reemplazados, incluyendo asesores contables o financieros, investigadores, traductores o aquellos involucrados en tareas repetitivas que podrían ser automatizadas en la actualidad. Debemos ser conscientes de las implicaciones y preocupaciones asociadas con la inteligencia artificial súper inteligente, la cual podría definir sus propios objetivos sin tener en cuenta el daño humano. Solo nos queda rogar que esta última posibilidad, la más aterradora, nunca ocurra.

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