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jueves, mayo 16, 2024

Se acabaron las pastillas

Larga la cola, ¿vaa?, dijo el de enfrente; sí, la verdad sí. Mire, tenemos como 4 horas haciéndola a ver si logramos las dichosas pastillas, yo, aquí donde me ve, tengo una semana de no tomarme la de la presión, es que se me acabaron y no hay chamba para comprar, solo de vez en cuando me sale un remiendo que hacer y con lo que gano ajustamos para la medida de frijoles, arroz y las tortillitas, ni se diga carne o pollo menos para comprar pastillas, se me mueren los güirros de hambre, con eso que a puras cachas conseguimos un chorrito de agua cuando viene, medio se bañan, lo demás es para los trastes y la letrina allí andan tomando gotas de cualquier llave matados por la sed porque ni leña tenemos para hervir el agua, viera cómo están de panzones de puras lombrices y si se diga de la diarrea, ya parecen patos los pobres. Si viera allí donde vivo compa, se camina tragando polvo en verano y patinando en lodo en invierno, aunque uno quisiera algo mejor no se puede, ¿cómo no se va a enfermar uno?

¿Si el zinc del techo tiene más agujeros que mi suerte?  La vez pasada se me enfermó la doña, fíjese, y venimos aquí todo el día, esperamos y esperamos y aquella que parecía brasa y nos dijeron que le pusiera trapos con agua fría, porque remedios no había y “que vayan con Dios”. Nos tocó de regreso caminar con la doña prendida en fiebre y a puros tés de montes la regresamos. Nambe, compa, esa vez yo creía que se me iba la doña. Ya se nos han muerto dos parientes, fíjese, mi suegro que padecía del corazón y nunca logró que lo revisara el doctor que ve eso, cuando le tocó el turno ya tenía seis meses de ver pasar aviones y mi sobrino, que se consumió de hambre y pobreza, nunca consiguió chamba de nada. Eso de vivir entre el lodo, en casas cayéndose, sin agua y sin luz, porque medio sopla un viento o se orina una araña y la quitan por una semana, dijo riéndose, es fregado. Sí alcancé a decir, recordando mi vida, que era una copia al carbón a la que me contó.

Justo cuando llegué a la ventanilla, el empleado cerró diciendo que ya no había nada y que para las citas viniéramos la otra semana porque iban a huelga porque no les habían pagado seis meses. Bueno, me dijo el de enfrente, me voy a ver qué hago, tal vez no se me trepa la presión y me palmo, sería una boca menos pero no hay pisto para la vela y se despidió con una sonrisa que más bien parecía llanto. Yo al caminar para fuera recogí un periódico de hace dos días en una banca algo arrugado pero uno se acostumbra al deterioro viviendo aquí, en donde decía con titulares de tragedia, que en otras tierras había una guerra, que la gente estaba sin agua y sin luz, no había comida y viviendo hacinados entre las ruinas de casas y que la enfermedad estaba ganado, niños y ancianos  muriendo en puñado; pucha, me dije, qué tragedia la de esa gente, cómo sufren ellos, Dios nos guarde a nosotros y no nos toque algo así, riendo calladito por lo irónica que es la vida y me fui caminado a ver qué se hace para amanecer mañana.

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