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sábado, mayo 11, 2024

Rebeca y los voraces

Pudiera parecer exagerado, pero muy probablemente, de todos los Santos quizás la única que se aproxime a la santidad sea Rebeca, no porque no haya sido o no sea pecadora, sino porque con su decisión de no aumentarse el salario y en su lugar mejor reducirlo a la mitad, evidenció que se puede ser diferente actuando con sobriedad en el servicio público, en especial en la guarda y custodia del erario que, no es otra cosa que el supuesto sagrado dinero del pueblo.

Ella es la excepción y por ello merecedora de respeto. Ojalá, que haya más servidores públicos buenos y mejores ciudadanos con igual o mejor desempeño que la presidente del Banco Central.

Lo contrario, es decir, la regla, ocurre con otros funcionarios de igual o menor rango, pero escasos de catadura moral, abusan y sin prestar un servicio ciudadano que los dignifique y con ello honrar a la presidente Xiomara Castro, depositadora de su confianza al nombrarlos en los cargos públicos, se muestran voraces, insaciables con aumentos salariales desmedidos en los ya onerosos cargos de ministros o directores de entidades públicas.

En los diccionarios abundan los adjetivos y sinónimos, sin ser ofensas, para calificar semejante comportamiento casi de aves de rapiña voraces para depredar el presupuesto del Estado a través del disfrute a placer de sus recursos.

Así, para el léxico, está la glotonería que no es solo comer con ansia o exceso desmedido, devorar con apetito desenfrenado, o consumir con deseo intenso. Sus sinónimos son: la avidez, la gula o el apetito desmedido o la insatisfacción o ingratitud por los bienes que se poseen. Ser glotón, por lo tanto, no es solo comer mucho. Significa tratar las cosas materiales -el dinero- como el fin último de nuestras vidas.

En el caso de la rapacidad los diccionarios la conceptúan como la inclinación por el hurto, robo o la rapiña en lo cual se ubica a los piratas, corsarios y bucaneros, pero se le relaciona también con los funcionarios públicos cuando evidencian un comportamiento rapaz para obtener más de lo establecido. También se agregan: deseo exagerado de consumir o poseer e insaciabilidad.

A esos vocablos o expresiones que tienen una misma o muy parecida significación con otros, se añaden, la ambición, apetencia, avaricia, avidez, codicia y usura.

Además, con esa conducta voraz se relaciona la opacidad (viene de opaco), es decir, la falta de claridad o transparencia, especialmente en la gestión pública.

En ese propósito de obtener bienes y riqueza para el goce personal y bienestar individual o familiar, con honrosas excepciones algunos incluso desoyendo la orden presidencial de mantener salarios decentes sin aumentarlos, han actuado sin asco, sin pudor y sin escrúpulos.

Aparentemente la única y seguramente la primera que acató el mandato presidencial fue Rebeca Santos, quien no se aumentó sino más bien redujo su salario de 270 mil lempiras a 135 mil y ahora 144 mil.

Así las cosas, es una pena que gane espacio la voracidad desmedida en los políticos y en la burocracia, pues en ambos sectores lo ideal es que actúen con ética, sobriedad y transparencia, y practiquen altos estándares morales para que la ciudadanía recupere la confianza y se pueda tener un sector público eficaz, fiable y eficiente.

Se considera que la voracidad mostrada por algunos funcionarios, no sólo de ahora sino de siempre, es consecuencia del desconocimiento de ese comportamiento moral,  es decir, para que un individuo pueda actuar honestamente debe superar su  horizonte individual y buscar por medios lícitos el bien suyo sin egoísmos desmedidos que lo haga anteponer su interés propio y ocuparse solamente de lo que atañe a su beneficio personal o al de sus allegados, en perjuicio del interés general o del bienestar colectivo.

A la voracidad en el servicio público se le asocia con el dominio, el poder y, sobre todo, la codicia, y es este deseo incontrolable que lleva a acaparar el poder, ganar estatus y atesorar fortunas.

Por ello, a los voraces nada les conforma, siempre quieren más y jamás se sienten satisfechos y esa conducta da rienda suelta al abuso, la concentración del poder, la corrupción o al saqueo del erario, como fue la infamia vista en la gestión del mandatario extraditado.

Se debería, entonces, mejorar la cultura política, la participación y el control de la ciudadanía, la efectividad y la transparencia gubernamental, la eficacia en la rendición de cuentas, la regulación y control en el ejercicio del poder, dotarse de una ética para tener un claro sentido del deber, del bien y de los límites morales que permitan desarrollar una Honduras más justa.

Para eso, se sugiere practicar una ética de la sobriedad, entendida en términos de simplicidad, autocontrol y autolimitación para que los bienes públicos y el erario puedan utilizarse con prudencia y moderación.

De esa manera son urgentes funcionarios o servidores públicos que en sus decisiones más importantes prioricen su conciencia en lugar de su interés personal, pues definitivamente se necesitan personas en los cargos públicos que privilegien más el ser en lugar de el tener.

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