Hay cerdos por todas partes y los hay de dos patas, un personaje recurrente en la sociedad, aunque muchos ante su presencia obvia miran en otra dirección. Algunos sinónimos que pueden usarse para con el cerdo son: sucio, desaseado, descuidado, desaliñado, mugriento, puerco, cochino, guarro, marrano, gorrino, chancho, chorreado y juco.
He tenido la oportunidad de analizar el comportamiento de algunos cerdos de mi pueblo Petatepeque, algunas veces me siento sorprendido, en otras ocasiones me siento incómodo y en algunas ocasiones exploto de ira; trato de comprender, pero concluyo que hay un problema severo de educación y civismo; nos perdimos en algún momento… y los cerdos tomaron el control.
El cerdo se levanta temprano por la mañana, en ocasiones toma una ducha, a veces olvida limpiar sus dientes, peinarse y salir vestido como persona decente, simplemente no le interesa la limpieza; vive en ese mundo espeso.
Se dirige hacia su trabajo, siempre tiene un pretexto o una excusa para hacer una “cerdada” personal, laboral o social, el abanico es amplio para hacerlas siempre hay momento y lugar.
El cerdo desayuna en su puesto de trabajo, come con la boca abierta mostrando cómo danzan los alimentos en su boca, bebe como si fuera a tragarse el vaso y felizmente eructa y lanza un ahhh… se limpia con la manga de la camisa o con la servilleta con la que se limpió previamente el sudor… todo está dentro de la normalidad y urbanidad personal, además, todos toleran al cerdo… Habla en voz alta con la boca llena, él habla mientras los demás escuchan, él tiene “las formas adecuadas” y los demástenemos que bailar al ritmo de su tambor.
A media mañana se fuma un cigarro y mientras inhala humos por “causas naturales desconocidas” lanza un escupitajo a una distancia considerable, emitiendo un sonido gutural característico de estas tierras… regresa a trabajar, se coloca los audífonos y continua con su tarea laboral.
Llega la hora de la comida, se dispone a comer, hoy es viernes y toca salir a morfar fuera, en su mente y como buen cerdo, no importa la calidad, solo importa la cantidad, el objetivo es “hartarse” quiere mucha comida y punto final.
En su camino de vuelta al trabajo una necesidad fisiológica urgente lo ataca al cerdo y la necesidad de miccionar aparece, ni corto ni perezoso, se baja la bragueta del pantalón, se acerca al árbol más cercano y suelta una descarga de agua amarilla que reposará eternamente en la esquina de la ciudad de sus amores. Resulta interesante la mirada “compasiva y tolerante” de sus vecinos que ven aquel noble acto como algo “inofensivo”.
Mientras tanto, en la otra acera, otro juco tira un papel por la ventana de un autobús, frente a la vista y paciencia de un policía ocupado con el tráfico vehicular, que ve de reojo el papel, pero ambos ven la situación como “normal” no pasa nada… a ninguno le interesa la urbanidad. Estas situaciones son habituales en Petatepeque, en la misma acera, a diez metros una marrana camina de la mano de su hija, estruja un papel y lo tira en el suelo, después escupe en el suelo; tampoco a nadie le importa y menos a los familiares…
La ciudad huele a orines, hay basura por todas partes, borrachos, drogadictos y cerdos pululan por las calles, la basura se acumula y el olor nauseabundo característico de la metrópolis forma parte de nuestros sentidos. Mientras tanto, el cerdo regresa a casa para reunirse con los suyos…El cerdo nos deja un legado nefasto “sus hijos y su familia extensiva” que, seguramente, repetirán los mismos comportamientos y los perpetuarán. Los cerdos nacen, crecen se reproducen y mueren, viajan en autobús, en vehículos de lujo, en tren, en barco, están por todas partes y su asqueroso legado, lamentablemente, perdura en el tiempo.
Lo malo no es que existan los cerdos, siempre existieron y se convivió con ellos, lo malo es que la sociedad no supo reprimirlos ni controlarlos a tiempo… hoy muchos los aplauden y emulan sus comportamientos, es una moda nefasta, una verdadera pesadilla para la gente decente y de buenas costumbres.
La vulgaridad, la zafiedad, la falta de civismo han llegado a todas partes de Petatepeque junto con una lista interminable de antivalores impuestos por los cerdos en todos los rincones del pueblo. Los gorrinos, se han adueñado de la urbanidad y del civismo local colectivo. Las buenas costumbres y la educación pasaron a mejor vida hace mucho tiempo, hoy impera la cochinada.
No pasa nada, dijo uno por ahí ¡esto no es un problema social!, ¡es parte de la vida!, los cerdos son parte de este lugar, ellos viven felices en su fango, no existe autoridad ni código moral que sepa ponerles freno, sus comportamientos son tolerados y algunos hasta celebrados por los parroquianos. El cerdo ha colonizado lo público y lo privado; nadie se enteró cuándo llegaron y nadie sabe cuándo se largarán.
Las costumbres de los guarros ¡llegaron para quedarse!, a menos que se impongan las buenas costumbres, la buena educación, el mérito, la excelencia, y la moral cívica. La tarea de erradicar los nefastos usos y costumbres impuestas por los jucos, difícilmente se logrará, si se siguen tolerando esos comportamientos deleznables. Sus hechos carecen de consecuencias jurídicas o morales… ¡es nuestro deber acabar con los cerdos! O terminan con la sociedad.