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jueves, mayo 16, 2024

Me felicito a mí mismo

Fue en el sampedrano Hotel Sula donde acostumbraba a hospedarse el doctor Ramón Custodio López. Habíamos concertado una cita para conversar. No diré por qué -puedo herir susceptibilidades-. Pero, estando con él, que había conocido desde que comenzó el Comité Para la Defensa de Derechos Humanos (Codeh), me hizo muchas preguntas y dentro de ellas me preguntó: ¿cuáles son sus virtudes? Soy profesional del Derecho, soy un pensador, no soy ambicioso, soy solidario con el que necesita y puedo ayudar -le dije, entre otras cosas-. Y, es bonito hablar de las virtudes de uno.

Bueno, me dijo el doctor, me encantan sus virtudes, pero, ahora dígame cuáles son sus defectos, me sonrojé y me puse meditabundo. En medio del silencio que había entre los dos, me la pone difícil, le dije. A nadie le gusta hablar mal de sí mismo. Y le dije algunos de mis defectos en forma atenuada. No se preocupe me dijo, todos tenemos virtudes y defectos. Pero, me hizo confrontar mi ser y mi conciencia, y varios meses después, constatar el egoísmo, y envida de otros, en palabras del doctor.

Y como en algún tiempo de mi vida, tuve cierta adicción a la filosofía, que se estudia en la academia formal, también me llevó a la asistencia sabatina, de un grupo, en que el objetivo era el despertar de la conciencia, el autoanálisis, el darse cuenta que somos seres imperfectos, pero perfectibles. Eso me hizo muy reflexivo, de tal manera que me acepto a mí mismo. Con mis virtudes y defectos que son los más.

Pero, esa experiencia me hizo ser como soy, y sentirme bien. Y sentirme mal cuando se sobresaltan mis defectos personales, mis vicios. En la balanza de mi vida, la ganancia está en que, algunas veces en la medida de mis posibilidades, Dios me ha dado la oportunidad de ser solidario (también en el Partido Democracia Cristiana me enseñaron eso) con propios y extraños, nunca fui ambicioso, nunca fui lujoso, no quise ser rico, no me impresiona la riqueza de otros. He visto ricos que, en realidad, son pobres hombres, son simplemente avaros, que aun sin necesidad, en vez de dar, quitan, aunque los hay en sentido inverso.

Temprano, tomé en forma arraigada la prédica de Facundo Cabral, cuando dice: “rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita”. Y de veras que eso caló en mi conciencia. Vio, (Ramón Redimiro Doblado, Vio, como le decían sus hermanos, cuando del interior del país venían a visitar a mi padre, siendo yo, un niño -ya nadie le dice así-porque mi tía Consuelo, mi tío Gilberto, ambos de apellido Doblado, mi tía Aída Zelaya, ya murieron, quedándose solo, para siempre), a sus ochenta y nueve años planifica su muerte.

Vio, mi padre, ya piensa en heredar lo poco que tiene (y, está sano), le agradezco que he sido el hombre de confianza para él. Y he sido honesto cuando hablamos. Papá, de usted, no necesito herencia, usted me dio mi profesión y con eso basta. Si soy pobre o rico, ese es mi problema. Vio, es un campesino, que solo curso el segundo grado escolar, y, es, el que, me dio mi profesión. Un hombre que en mi vida admiro mucho. En su tiempo, fue jornalero, albañil, carpintero, ebanista, soldador y emprendedor de distintas formas.

Y les digo a mis hijas, él me enseñó a ser responsable, por eso lo soy con ustedes, talvez pude darles más, y por mis vicios no lo hice, pero a él deben las comodidades que tienen (las que yo no tuve) en nuestra condición de clase media baja. Sin embargo, con el fruto de mi trabajo, no han pasado necesidades. Un día de estos, me contó mi padre, que encontró a un mendigo, amigo de él en su juventud. Y le preguntó: ¿y, es que no tenes hijos?, ¡ah!, si andan igual que yo, le respondió. Ah, es que no fue responsable son sus hijos, me dijo.

Hace algunos años, siete u ocho, quizás, por el cargo público, que ostentaba, un día fui invitado a un reconocimiento que se le hacía, a un gran hombre recientemente fallecido. Don Jorge Bueso Arias. Estaban casi todos los ganaderos de la zona norte. Y en su discurso, el homenajeado expresó: “Todos ustedes son ricos, pero, lo soy más que ustedes. Les aconsejo algo: Hagan vivir a sus hijos, como pobres, y, edúquenlos, como ricos. Si no, derrocharán lo que ustedes les dejen” (palabras más, palabras menos).  Al escucharlo, sentí mucho más respeto por él, encantó su consejo.

Y yo me he preocupado por dejarles algunas cosas materiales a mis hijas. Pero, sobre todo, educación, principios y valores morales. Les he contado experiencias que he tenido, cuando han querido pagarme por hacer trabajos indebidos (de repente, me atrevo a contar algunas, un día cualquiera) y los he rechazado.

No se me olvida un día domingo por la tarde. En familia salimos a caminar un poco, andábamos en las faldas del Merendón. Mi hija, Dulce Esperanza Doblado Díaz, tenía de ocho a diez años de edad, andando en dicho sector quedó impresionada al ver las grandes mansiones que allí existen. Y entonces, me expresó: “Mire, qué bonitas esas casas, y son grandes. Una casa como esas quisiera tener”.

Al escucharla, le dije: Dulce, le hago una pregunta. Sí papi –afirmó-, ¿ha sido feliz usted, en esa casa sencilla y humilde? Sí papi, me respondió. Pues, Dulce -le comenté- para los que viven allí, esa mansión puede ser un infierno. -Sí papi—apuntó-. La vida es sencilla, solo se trata de ser feliz. Y, ya siendo adolescente y luego, mayor de edad, le he dicho: ¿de qué le sirvió a Pablo Escobar, ser el hombre más rico del mundo? Mire en qué quedó, él y su fortuna.

Es decir, que fui conformista. Y me conformo con darles lo necesario y algunos pequeños lujos. Y, les cuento, antier mi hija, Dulce Esperanza Doblado Díaz, se ha graduado de abogada, y seguro estoy, que asumirá la enseñanza profesional y moral que le he pretendido heredar. Por eso, me felicito a mí mismo y a ella. Ahí disculpen ustedes, que escribieron mis egos, pero, así, soy feliz.

San Pedro Sula, 22 de octubre del año 2023.

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