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jueves, abril 18, 2024

MATALASCALLANDO: Vendedor de ilusiones

“La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”. Friedrich Nietzsche.

Don Pompeyo no tenía rival a la hora de vender medicinas todo terreno, fuera donde fuera, dentro o fuera de los buses. La cuestión es que un día se fue a una de esas colonias que tienen tranca y guardia en la salida (o entrada, como usted prefiera) y al llegar a la primera casa, tocó el timbre que, por cierto, sonó con la tonada de la quinta sinfonía de Beethoven, y al abrir la puerta aparece una señora regordeta, con tubos en la cabeza, todavía con restos de colorete en sus abundantes mejillas y cuando vio a don Pompeyo le hizo la pregunta de rigor que le hacen a cualquiera en cualquier tienda por cualquier dependiente: ¿Qué deseaba, ‘ñor?

Buenos días doña Anoushka (era ella descendiente de rusos exbolcheviques, se decepcionaron), me place saludarla, soy Pompeyo –le dijo, quitándose el sombrero con reverencia- pero si usted quiere me puede decir Pompo, no hay problema. Hola don Pompo, pero a mí dígame el nombre completo, no vaya a ser que haya confusiones. De acuerdo, doña Anoushka, le vengo a ofrecer el mejor medicamento para la hipocondriasis y pitis con o sin vértigo. Ante esto, la señora descendiente de rusos le quedó viendo raro, y le dijo que eso no podía ser, ya que ella no tenía padecimiento alguno, solo las subidas de presión que le causaba don Rigoberto con cada llegada por las madrugadas bien maiceado y lleno de lápiz labial. No pasaba de eso.

¡Precisamente!, por eso he venido, por su marido, es él quien padece de hipocondriasis y pitis con o sin vértigo. ¿Y eso qué es? Ah pues, eso es afección nerviosa, caracterizada por una tristeza habitual y una constante y angustiosa preocupación por la salud. Seguro que más de una vez usted lo ha visto haciendo cosas raras como cambiar muebles, lavar los platos, podar la yarda, ir al mercado, cocinar pasteles navideños en Semana Santa…

¡Muy cierto!, exclamó doña Anoushka, ¿y para qué tiene medicinas, engordan?, no para nada. Las puede tomar con toda confianza, tengo aquí un surtido para curar todo desde el insomnio, las palpitaciones, los cólicos nefríticos, la caspa, la hipertensión, la diarrea, el cáncer, la pulmonía, la peritonitis, el lumbago, la erisipela, la hipotermia, los feocromocitomas de la vejiga, el carcinoma adenoideo quístico, las bascas matinales a causa de la resaca, la inflamación del nervio glosofaríngeo, la filariosis y el catarro común y corriente.

Deme diez de cada una. Sí señora, dijo aquel ceremonioso hombre y le preparó en bolsas, de esas de cierre, un surtido de colores de pastillas y cápsulas. En ese momento pensó don Pompeyo asustarla e hizo como que tenía un ataque y se tiró al suelo y le pidió a ella que le diera cualquier pastilla (era actor con estudios de comedia en la Pedagógica) e inmediatamente se curaría. La señora estaba dándole, en el suelo y sosteniéndolo con su gordito brazo izquierdo rodeándole el hombro con un vaso de agua y una pastilla de color morado en forma de berenjena.

En eso sonó la quinta de Beethoven, era don Rigoberto que recién iba entrando y al abrir la puerta encontró la escena y, al ser tan celoso, lo agarró a leñazos a don Pompo y lo mandó directo al hospital. Ahora ya no vende medicamentos, ahora don Pompo se ubicó de vocero en una oficina del gobierno, pero siempre se arriesga a que le den nuevamente de leñazos por mentiroso.

Ing. Carlos Mata
[email protected]

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