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jueves, mayo 16, 2024

Los que comen y los que tienen hambre

No cabe duda que los políticos que nos han gobernado, y nos gobiernan actualmente, no son más que el reflejo de lo que somos como país, como sociedad política. Aquí no existen los socráticos hombres, animales políticos. Aquí, hay que quitarles el calificativo de políticos. Son simples animales, que perdieron el nombre de hombres, porque no tienen la facultad del raciocinio encaminado al bien común.

Por sus intereses personales o de grupos, no les importa llevar al abismo al país entero. La incertidumbre reina. El alma del país tiembla. Las posibles consecuencias son impredecibles. Estos vagos metidos a políticos nos tienen sin rumbo como país. No hay una presidente que ponga orden. No hay líderes que logren consensos para elegir al Fiscal General de la República, porque todos quieren protegerse de sus actos delictivos. No vamos para adelante o para atrás, y, más malo aún, nos hundimos.

Nunca estos lumpen políticos se han preocupado por invertir en el desarrollo humano, en dar capacidades profesionales, técnicas o científicas al hondureño para que nos encaminemos hacia el desarrollo como país. A las élites, a los dueños de los partidos políticos –que siempre han comido- les basta y sobra con llegar al poder y tomar el Estado como botín de guerra, en cuya actitud los acompañan sus huestes que, al carecer de principios, aprueban que sus partidos hagan lo mismo que denunciaban cuando estaban fuera de él.

Y en ese andar histórico, los lumpen políticos han creado dos clases sociales: la de los que comen y los que aguantan hambre. Los que comen son los que están usufructuando el poder, y la de los que aguantan hambre son los que están en la llanura.

Lo antes dicho, en el pasado se miraba subliminalmente, en el presente, descaradamente. Hemos visto cómo los colectivos de Libre llegan a las instituciones del Estado a sacar violentamente a quienes están ‘enchambados’, el vulgo se toma las funciones de jefe de recursos humano y, sin nota de despido, literalmente los mandan a la calle. “Durante doce años no hemos comido, ahora me toca comer a mí”, escuché decir a alguien.

Recuerdo cuando, en sus mejores tiempos, Jorge Arturo Reina decía: “En Honduras hay dos clases sociales: los que tienen hambre y los que no duermen, los que no duermen no lo hacen por cuidar lo que tienen, de los que aguantan hambre (palabras más, palabra menos), con ello denotaba una lucha de clases.

Ahora, en la dialéctica de la miseria, no se trata de una lucha de clases sociales, se trata de la lucha de un hambriento por quitarle el hueso al otro hambriento que perdió las elecciones, y no hay vergüenza.

Los que tienen hambre en la llanura denuncian los actos de corrupción, el nepotismo, el saqueo de los recursos del Estado por parte de los que están comiendo en el poder, pero, cuando ellos llegan a la hacienda pública, hacen exactamente lo mismo, de tal manera que solo arrebataron el hueso al que lo tenía en la boca por estar gobernando.

Así las cosas, se ha impuesto una especie de cultura, en buena parte del pueblo, la de no pensar políticamente en función del país, que luego se convierte en una conducta congénita, lo que determina que al hombre que tiene hambre le es prohibido pensar políticamente. ¿Cómo va a pensar políticamente el hombre que, sin desayunar, anda buscando el almuerzo para él y sus hijos? No le queda más que convertirse en el achichincle del dueño del partido.

Y eso se ha vuelto tan normal que, invirtiendo los valores y principios morales, es frecuente escuchar decir a los periodistas que “los que ganaron las elecciones, tienen derecho a sacar a los que la perdieron”.

No entienden estos bárbaros, que en los asuntos de Estado deben estar los mejores hombres y mujeres que sean capaces para desempeñar la función pública. Demuestran su ignorancia los susodichos en cuanto a que las leyes que tenemos establecen que el cambio de un gobierno por otro solo implica la facultad de despedir a los empleados de confianza, no así a los empleados con puestos inferiores, los que deben hacer carrera administrativa, como ocurre en los países civilizados y, por ello, desarrollados y modernizados.

Bueno, ahí disculpen, no escribo para este tiempo, porque sé que no seré entendido. Talvez, dentro de mil años mis palabras tengan algún valor, cuando hayan desaparecido el partido de los que comen y de los que aguantan hambre y haya aparecido el de la razón.

San Pedro Sula, Cortés, 8 de noviembre del año 2023.

Lic. ESEQUIAS DOBLADO HERNANDEZ

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