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domingo, mayo 5, 2024

Lenguaje inclusivo, globalización y Guerra Fría

Por estos días, es muy frecuente escuchar en los actos formales referirse a los “niños y a las niñas”, hablar de “equidad de género”, o de acepciones connotativamente justicieras como “diversidad sexual”, y otras valoraciones posmodernas que se han ido colando de a poco en el lenguaje coloquial. De unos años para acá puede notarse en los medios de comunicación, que este tipo de referencias ideológicas resultan imprescindibles en su uso, y son utilizadas en los análisis periodísticos y noticiarios, probablemente para no lucir antiprogresistas, y no ser rechazados por la audiencia.

¿De dónde ha salido esta ideología que trastorna el lenguaje, que crea temor cuando hacemos referencias sobre esos temas, y que parece vino para quedarse a pesar de los millones de personas que, al menos en América Latina, de entrada rechazan este tipo de imposiciones doctrinarias? La confusión es tremenda. Desde los años 90 cuando se comenzó a hablar de la globalización, las Naciones Unidas trataron de democratizar la sociedad, para volverlas más “abiertas” -al decir de Popper-, y receptivas para el nuevo flujo de bienes, servicios y símbolos culturales que se anunciaban con fanfarrias. Como nada de eso sucedió, y muchos países optaron por un nacionalismo extremo, entonces, desde los grandes centros del capitalismo, o (Neo) liberalismo, si usted prefiere, se comenzó a tejer toda una campaña de influencias para acelerar el proceso globalizante.

La fuerza que cobran los movimientos antiglobalización, denunciando la marginalidad de millones de personas de los frutos del mercado y la riqueza, ha generado una serie de reacciones muy parecidas a las denuncias que había hecho la izquierda internacional en los tiempos de la Guerra Fría. Esto frena, de alguna buena manera, el libre comercio y las transacciones culturales que lo apoyan. Había que acelerar el proceso.

Algunos autores como Carlos Astiz en “El proyecto Soros”, denuncian que detrás de estos movimientos, a los que las nuevas generaciones abren su mente y corazón por parecer “justicieros”, se encuentra el gran capital financiarista que sostiene a muchas organizaciones alrededor del mundo, dedicadas a promover este tipo de iniciativas a favor de la diversidad sexual, los movimientos feministas, ecologistas, y muchos etcéteras más.

¿Por qué la izquierda que odia al gran capital utiliza el mismo lenguaje de la contracultura o de la “corrección política” bajo el gastado estandarte del “progresismo”? La respuesta, según estos autores, radica en la capacidad y astucia de ese gran capital que utiliza los hilos del poder financiero para impulsar proyectos culturales, tradicionalmente en manos de la izquierda, pues es a través de la cultura, esto es, el cine, la literatura y los “mass media” donde se puede implantar el pensamiento “Woke” que se entrelaza con toda forma de injusticias que aún prevalecen en el mundo. Y por supuesto, muchas oenegés de izquierdas, y los académicos -inconscientemente- participan en la oleada.

Todo parece “normal” hasta ahí. Los peros surgen cuando las personas, gobiernos y organizaciones no concuerdan con este tipo de pensamiento, de modo que los pogromos mediáticos tildan de conservador a todo movimiento opositor, ignorando que el conservadurismo es una corriente filosófica que dicta, entre otras cosas, que las costumbres y tradiciones son la amalgama de las sociedades, y no las leyes que se imponen para destruirlas. No resulta extraño que este movimiento haya llegado a las constituciones a través del “lobby” y las presiones pagados con los recursos de corporaciones que comanda Soros, los Rockefeller, los Gates, entre muchos.

Como la nueva Guerra Fría comercial pulsa el poderío de los EEUU contra Rusia y China comunista, será interesante ver cómo estos movimientos, que están ganando la batalla contracultural, pero no seguros en medio del tablero, logran sobrevivir en el Nuevo Orden Mundial que ha llegado en medio del caos y los enfrentamientos sociales.

 

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