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domingo, diciembre 8, 2024

La falacia del daño antropológico en Venezuela

Columna de opinión por Isaac Nahón Serfaty

Se escucha y se lee mucho en estos días sobre el concepto de daño antropológico. Esta noción describiría el daño profundo que habría causado el chavismo en sus 25 años de dominación sobre los venezolanos.

El concepto es de un analista cubano, Dagoberto Valdés. Pretende explicar ciertos comportamientos de sus compatriotas sometidos al largo calvario de la revolución comunista.

Valdés resume el daño antropológico así: “El debilitamiento, lesión o quebranto de lo esencial de la persona humana”.

¿Tiene algún fundamento este concepto? ¿Sirve para entender las situaciones de dominación que se viven en Cuba y Venezuela? Si nos detenemos en la definición del autor cubano, veremos que él apela a una “esencia humana” que, por contraste con su debilitamiento, lesión o quebranto, sería originalmente “buena”.

Es decir, los cubanos o los venezolanos antes de la era revolucionaria habrían sido muy buenos en el sentido moral, pero fueron pervertidos por los regímenes totalitarios o autoritarios que se viven en Cuba (ya hace 65 años) y en Venezuela (un cuarto de siglo).

¿Es cierto esto? No. Ni Cuba ni Venezuela eran paraísos morales antes de sus respectivas disrupciones sociopolíticas, ni tampoco eran el infierno. Eran sociedades con sus momentos virtuosos y sus momentos oscuros.

En todo caso, lo que Valdés pretendió calificar como daño antropológico (una especie de corrupción del ADN moral y psíquico de los cubanos) no es producto de las perversiones inducidas por su régimen corrupto y corruptor.

Sería más bien el resultado de una combinación de técnicas de exacerbación de las miserias humanas (que usan los regímenes tiránicos) y de los rasgos propios de la sociedad cubana pre-fidelista. Antropológicamente el ser humano tiene tendencias buenas y malas que estaban allí mucho antes de que llegaran al poder los comunistas cubanos o los chavistas venezolanos.

Lo venezolano del chavismo El chavismo es una expresión sociopolítica y cultural muy venezolana. Hugo Chávez, la cúpula chavista y sus seguidores (los de antes y los de ahora, muy reducidos) fueron y son venezolanos, no extraterrestres.

Ese es el sustrato que genera un movimiento político con taras muy reconocidas en la psique colectiva venezolana.

Una de ellas, tan antigua como las guerras civiles desde la independencia hasta las guerrillas de los años 60 del siglo XX, es el resentimiento, como bien lo ha mostrado Carlos Lizarralde en su ensayo Venezuela’s collapse: The long story of how things fell apart (2024).

Si el resentimiento es el motivador del surgimiento chavista, su complemento perfecto es la violencia, otra característica de la historia venezolana.

La irrupción de Chávez en la escena pública fue con la violencia del 4 de febrero de 1992, seguida por la violencia de noviembre de ese mismo año.

Después vendrían otros episodios violentos como el 11 de abril de 2002 con su lamentable saldo de muertos, y una serie de asesinatos políticos fuera y dentro del mismo chavismo.

También se debe considerar aquí la gran ola de delincuencia que tuvo episodios de convergencia entre criminalidad y control político-social desde los tiempos de Chávez.

No se puede tampoco olvidar la reciente violencia policial y militar contra manifestantes y opositores después de las elecciones del 28 de julio.

Todo es parte del mismo sustrato antropológico de la sociedad venezolana, su autoritarismo casi congénito y su correspondiente violencia ejercida desde el poder formal del estado y de las bandas irregulares, criminales o guerrilleras.

¿La corrupción? Es otra característica de la sociedad venezolana desde que se consolidó el colectivo que después sería el estado-nación conocido como Venezuela.

El chavismo ha construido sobre ese sustrato la etapa más corrupta en la historia de Venezuela. Pero no lo ha hecho produciendo “daño antropológico”, sino exacerbando la base histórico-social corrupta que ya estaba allí.

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