35 C
Honduras
jueves, mayo 9, 2024

El unicornio ideológico

Cuando leía el libro del Dr. Lawrence J. Peter, “El principio de Peter”, corroboré lo que por años me había inquietado al relacionarme con tanta gente en las instituciones públicas y privadas del país, a saber: el nivel de incompetencia de muchos individuos que hoy ocupan, de manera desaforada, gerencias, jefaturas y puestos de decisiones, sin que alguien haga algo para remediar este mal que se ha incrustado en la cultura organizacional de Honduras.

Para nadie es desconocido que la mediocridad y la incompetencia campean soberanas en los grupos humanos, en mucho más volumen que la lucidez y la excelencia de las personas calificadas. Peter se hace la misma pregunta en el introito de su obra, cuando cuestiona el fenómeno tan institucionalizado y legitimado de la incompetencia certificada, y del por qué tantos puestos de alta decisión son ocupados por individuos ineptos que se anidan en instituciones del sector público y privado.

Y es que la mediocridad circunda el ambiente de las organizaciones como si se tratara de un nucleótido terrorífico que permanece incrustado en el ADN institucional, y que se insufla calladamente en el seno de las empresas, universidades, instituciones estatales, y hasta en los partidos políticos. La mediocridad se promociona con la fe puesta en la meritocracia, esa palabreja demagógica, elevada a la categoría de diosa de la razón que, bajo el criterio selectivo de los créditos obtenidos, legitima la escogencia del incompetente, cuyo único mérito es el de poseer una resma inmensa de diplomas, pero que, en la práctica, su capacidad de innovación, creatividad, trabajo en equipo y liderazgo son poco menos que un fiasco.

El mediocre o incompetente no soporta que el talentoso se salga de los parámetros institucionales, y si tiene control sobre aquél, no duda un instante para descalificarle o apartarle, si eso fuese posible. Como todos saben, la capacidad de innovar y la creatividad son sinónimos de rompimiento de las reglas organizacionales y de las políticas institucionales, en el buen sentido de la acción. Para el mediocre, la rigidez de las normas y la ortodoxia institucional son los lugares más seguros para guarecerse de los efectos benéficos pero subversivos de la genialidad y de la destreza del mejor calificado. Pero no pasa mucho tiempo antes de detectar la impericia y la ineptitud del incompetente: ni las ventas, ni la producción, ni el servicio al cliente se elevan en cantidad y cualidad cuando el mediocre direcciona los procesos y las personas.

Los gobiernos caen en popularidad y legitimidad cuando el incapaz ocupa la silla presidencial; el deporte jamás alcanza los sitiales de privilegio cuando los dirigentes y entrenadores son poco menos que inefectivos; las universidades mantienen un pobrísimo nivel académico, los sindicatos y los gremios populares se tornan en paraísos para traficantes de las necesidades y aspiraciones de las masas; en fin: la sociedad deviene en desgracia y en subdesarrollo cuando el destino de aquella pasa por los dictámenes y pareceres del imperio de la medianía, de los peores calificados, elevados, para nuestra desgracia, a la categoría de mandamases.

Por todo lo anterior -y porque lo tienen bien ganado-, esta humilde oda va dedicada a los mediocres y a su recalcada incompetencia, que se han vuelto parte del paisaje cotidiano de nuestras vidas.

(Ver artículos del autor en www.latribuna.hn).

- Publicidad -spot_img

Más en Opinión: