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martes, abril 23, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Para levantar la economía, solo con un buen gobierno

Levantar la economía de un país empobrecido exige capacidad de mando, mucho conocimiento, inteligencia y voluntad política. Estas condiciones no se encuentran todos los días.

Se dirige mal, o se dirige bien un país, dependiendo de la visión económica del partido en el poder. Para gobernar mal, un partido solamente requiere de hombres y mujeres leales, comprometidos, no con la patria, a la que dicen amar, ni al pueblo al que dicen representar, sino al poder que se parapeta detrás de los partidos. Cuando a un partido no le interesa el desarrollo económico ni social, lo único que exige es compromiso de militante. Todo lo demás se maquilla con discursos huecos y estériles que nos entran por un oído y nos salen por el otro.

Se dirige mal cuando un gobierno lleva en sus planes distribuir puestos y chambas para compensar la lealtad del militante, haciendo a un lado la independencia técnica y el saber especializado. El mal partido y el mal gobierno comienzan con este pensamiento, con esta lógica irracional del desempeño.

Cualquiera puede llegar a ser político: basta con que sepa leer y escribir, y ponerse una camisola de un partido cualquiera; gritar consignas, desvelarse y defender la causa, por inútil que esta sea. Los funcionarios seleccionados por su lealtad partidista, aunque tengan los créditos necesarios, una vez puestos en el puesto, claudican en sus principios, mientras la técnica y el “expertise” se van al carajo. Ya no se necesita el conocimiento, solo la firma personal, y estar de acuerdo con todo lo que se dice en las reuniones de “staff” gerencial de casa de gobierno. Se pierde así, corroborando el “Principio de Peter o de la máxima incompetencia”, un buen profesional, mientras ganamos un pésimo funcionario público.

Un buen gobierno, no importa si es democrático o no, es aquel que establece su agenda para impulsar el progreso económico, la alta competitividad y el libre mercado para que los recursos fluyan en el futuro inmediato, y el Estado pueda distribuir esas rentas con responsabilidad social. No es un buen gobierno aquel cuyos líderes despotrican contra la libertad económica, prometiendo una vida mejor a través de una vía distributiva socialista, entiéndase, regalando los recursos que no se tienen, o que otros generan para que el gobierno los despilfarre. Hay que enseñarles a los funcionarios el costo del dinero para que cambien esa percepción de que el Estado es una vaca que produce leche ad perpetuam.

El buen gobierno impulsa la inclusión social a la par de la inclusión económica, pero sabe de antemano el costo de su programa estratégico: ahorro, frugalidad, recortes para estabilizar el barco, y un estímulo cuasi obligatorio para que el sector privado compita en condiciones feroces en los mercados internacionales. No se puede hablar de competitividad con mercados protegidos. Posicionar marcas es una opción que exige sacrificios, pero también significa abrir las posibilidades en esta encarnizada batalla por domeñar mercados fuera de las fronteras. La otra opción, la más tradicional y conservadora, es la comodidad y el derroche, que solo lleva prosperidad para unos cuantos, mientras los ciudadanos no ven mejoría en sus vidas. ¿Una prueba de ello? Los miles de migrantes buscando un buen gobierno.

Para hacer un buen gobierno se necesita, pues, una agenda económica seria y responsable; técnicos comprometidos con esa agenda, que gocen de autonomía profesional para aplicarla según su especialidad, y que generen resultados sujetos a auditoría. De politiquería y de discursos baratos, mientras pasan cuatro miserables años, estamos hasta la coronilla.

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

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