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jueves, marzo 28, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Nuevo año, nuevos propósitos (de salud y política)

Los propósitos de un año que comienza siempre invocan a un cambio en el estilo de vida personal. Al finalizar el año, los propósitos se enlistan con entusiasmo, acompañados de rituales y cursilerías para darle validez a las promesas. Pero esa validez dura apenas un par de días; luego todo se va al carajo, a medida que avanza el mes de enero. A partir de ahí, comenzamos a bajar los brazos para volver a ser los mismos que éramos antes.

Para cualquier persona resulta muy trabajoso hacer los cambios que se encuentran enraizados a nivel individual. Las costumbres, la herencia familiar, el mercado, todo entra en juego; todo está cotidianamente arraigado en el alma cultural. Marx tenía razón: la consciencia es el reflejo de las condiciones materiales de la existencia: lo del “fitness and healthy” no lo inventamos los latinos desordenados, sino los blancos disciplinados. Dicen los teóricos de la modernización que los individuos de las sociedades tradicionales -entiéndase subdesarrolladas- somos incapaces de ejercer cambios radicales, y que estamos afianzados en los atavismos que moldean nuestra psique.

De manera que todo vuelve a ser como era antes, como si se tratara de un ciclo eterno, en este caso, de la fatalidad en menoscabo de nuestra salud y de nuestra existencia. Lo de los propósitos renovadores es simple hipocresía, para no lucir flojos frente a los demás durante las fiestas de año nuevo. No por nada nos cuesta un mundo decidirnos por lo que nos es más conveniente, como la dieta sana y el ejercicio que prolongan la vida.

Fuera de ello, y muy conscientes de estos beneficios, ese mismo comportamiento también lo reflejamos en lo político. También en esa faceta social nos entusiasmamos frente a las propuestas del mercado: nuevas elecciones, nuevos candidatos y un nuevo gobierno. Como en la libre elección para lucir saludables a partir de cambios en los hábitos, en la política nos sucede algo similar.

Si la conciencia nos dicta que una buena salud puede alargarnos la vida, pero insistimos en hacer lo contrario, ¿cómo pretendemos que los individuos incluyan dentro de sus propósitos renovadores de fin de año, ser más activos en política para hacer de la sociedad un organismo democráticamente más saludable, más ordenado, más libre? Porque, sin importar nuestro bajísimo nivel educativo, y lo alienado que nos mantiene el consumismo, como pensaban los filósofos de la Escuela de Frankfurt, de repente nos dimos cuenta de que ninguna promesa partidista nos ha ayudado a resolver los graves problemas de nuestra sociedad. Al menos, ninguna hasta ahora. Como en una vida saludable, el destino no depende de un grupillo de privilegiados, sino de nosotros mismos.

Por desgracia, solemos cerrar los sentidos frente a lo conveniente, a sabiendas de las consecuencias; por eso preferimos que sean los dioses de las posibilidades -o los políticos demagogos- los que encarguen de llevarnos por buen sendero. Nada más falso que esto. Ni dioses ni politiqueros de oficio. La política es como la religión o la filosofía: de nada sirven si no nos encargamos de nuestros destinos; si no hacemos práctica cotidiana a partir de sus enseñanzas. La filosofía de pizarrón es pura “paja”, así como los pleitos en Twitter, o los alegatos politiqueros en un asado de domingo: no surten ningún efecto mudable en nuestras vidas.

La política es cuestión de todos en comunidad, y de todos los días: es participación en calles, foros, patronatos y organizaciones; es encargarnos y apropiarnos de ella para cambiar el destino de nuestro entorno y el de nuestras vidas. Es trastocar los hábitos malsanos del presente, entrarle sin hipocresías; participar activamente en ella, por ella y por nosotros. El voto queda al último.

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

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