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domingo, abril 28, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: En San Pedro Sula se trabaja y se piensa

Un viejo cliché hondureño aseguraba que “mientras en Tegucigalpa se piensa, en San Pedro Sula se trabaja”. La frase no es tan inocente. Está cargada de cierto desprecio para los sampedranos, no sabemos con qué intención. Quien la haya proferido por vez primera, no se detuvo a razonar en el disparate que acababa de inventar.

El trabajo tesonero del sampedrano, si bien representa el vivero fertilísimo de donde brota la riqueza del país, no significa que sus habitantes, dedicados a la labor por excelencia, no tengan tiempo para el cultivo de la mente –Otium et negotium, como decían los antiguos romanos-. La locución de marras, por otra parte, encierra otras cosas que el autor de esa bravuconería ideológica no pudo prever. Es decir, no pensó en las consecuencias culturales ni en la deshonra que provocaba la sandez contra una comunidad de laboriosos habitantes que aportan el 65 por ciento del PIB nacional, si incluimos a todo el Valle de Sula, y que, hasta el 2021 solo recibía un 7 por ciento.

Si bien la historia de esta ciudad caribeña no es tan rica como otras urbes de América Latina, hay cosas que debemos señalar. Fue en San Pedro Sula donde se inició el proceso de industrialización, en el marco de la llamada Política de Sustitución de Importaciones propuesta por la CEPAL durante los años 50 y 60 del siglo pasado. Los sampedranos más emprendedores aprovecharon la oferta del Banco Nacional de Fomento (Banafom) para echar a andar un capitalismo que, sin lugar a duda, significó el origen de una cultura económica que perdura hasta nuestros días, y por la cual, toda la zona es internacionalmente reconocida.

Sampedranos de ascendencia árabe, como Larach, Jaar y Canahuati; o judía como los Rosenthal, Weizenbluth y Stayerman; alemanes como los Berkling, e italiana como los Zornitta, fueron los pioneros en la edificación de una nueva sociedad que se elevaba, desde la plataforma del comercio, a otra con productos de valor agregado disponibles para el consumo nacional y centroamericano. Es verdad que San Pedro Sula no es Macao, Hangzhou o Xiamen, por mencionar tres de las diez ciudades de mayor crecimiento económico en el mundo, pero tiene lo suyo, a pesar de que las industrias y las universidades -públicas y privadas, se han rezagado en establecer los estándares de competitividad global.

Desde luego que la diversión y la pachanga se ponderan como en cualquier ciudad caribeña. En “San Pedro” como le llamamos para acortar el largo patronímico, confluyen cientos de factores culturales y ambientales que le dan su forma y sentido, desde el calientísimo clima, pasando por el entorno selvático tropical y las variadísimas expresiones estéticas, gastronómicas y antropológicas. Vivir bien la vida después del trabajo arduo, exige ciertas recompensas.

La intelectualidad de la ciudad –que es tan buena como en la capital-, se mantiene en estado de reserva, más por humildad que por complejo provincial, y porque no existe esa “bataille dure” por sobresalir y ganar reconocimientos, como en la urbe de los tejados y azahares andaluces tal cual pintaba Juan Ramón Molina a la Tegucigalpa del siglo XIX.

En San Pedro Sula no ha existido una tradición política, y probablemente ese haya sido un grave error; dejar que el centralismo trace el rumbo y el destino de la ciudad, pero es que la generación de la riqueza relega a un segundo plano la participación política. Además, el espíritu emprendedor exige un tipo de conocimiento basado en la racionalidad y en el cálculo económico, que no contempla lo político. Al final de cuentas, en “San Pedro” escribimos, pintamos, danzamos, cocinamos y vivimos, por y para la laboriosidad del día a día: esa es la mejor contribución a la cultura del país. En otras palabras, aquí se trabaja y se piensa, que no quepa la menor duda.

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

 

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