Ronald Reagan, dos veces presidente de los USA, fue un hombre de reconocido buen humor.
Aún en las circunstancias más difíciles siempre tenía una broma, una anécdota o un chiste con los que generalmente inundaba de carcajadas cualquier reunión, ya se tratara de una escabrosa negociación uno a uno o una sala de convenciones con miles de asistentes.
Cierta vez contó el siguiente chiste directamente al Primer Ministro ruso Gorvachov: Un ruso y un norteamericano están conversando sobre los diferentes sistemas políticos, el gringo dice:
“En los USA yo puedo entrar a la oficina del presidente, golpear el escritorio y decirle a la cara Sr. Presidente Reagan, no me gusta la forma en que está manejando el país”, acaso pueden hacer lo mismo en Rusia?”.
El ruso sonríe y responde: en Rusia yo puedo entrar a la oficina del Primer Ministro, golpear el escritorio y decirle, Sr. Primer Ministro, no me gusta la forma en que el presidente Reagan está manejando su país”.
Como contraparte, el presidente Trump es reconocido por ser el hombre que nunca sonríe, jamás ha estallado en carcajadas en ningún evento público, nunca cuenta chistes o anécdotas simpáticas, quizá lo hace en privado, aunque ese dato sería conocido.
El hombre es parco y, aunque es un gran político, creo que desconoce el poder del buen humor como ayuda para resolver parte de algunos problemas.
A Reagan le criticaban por su edad; cuando se lanzó a la campaña de reelección frente a Walter Mondale, unos treinta años menor.
En el debate entre los dos candidatos el entrevistador le preguntó a Reagan: “No cree usted que la edad será un problema? Reagan respondió rápidamente:
“Quiero dejar claro que en esta campaña no voy a permitir que la juventud e INEXPERIENCIA de mi adversario sea aprovechada con fines políticos”.
Con esa simple y brillante frase Reagan terminó con el tema de la edad de un solo golpe. Es más, su propio adversario Mondale estalló en carcajadas ante la televisión.
El buen humor sirve en la política, los negocios y también en la vida privada. Trump, que si bien es cierto tuvo éxito sin utilizarlo, quizá haya comprendido finalmente lo importante del buen humor en “el arte de negociar”.
En su discurso inaugural, por primera vez que yo recuerde, lo utilizó de manera brillante, al referirse al problema de los zapatos molestos de su esposa.
“Por esto quizá me van a matar, pero tengo que decirlo. Melania me dijo muy en privado que sus pies la estaban matando, los zapatos le molestaban de manera terrible”.
Con esa sencilla pero de alguna manera íntima frase, consiguió sonrisas en todos los presentes y, estoy seguro, también en los millones de televidentes que, como yo, presenciamos el acto en la distancia.
Ojalá que ese cambio de tono sea aplicado por el presidente Trump para otros temas más importantes en el difícil camino que los USA y el mundo entero enfrentarán durante su mandato.
En Honduras muy pocas veces hemos tenido presidentes con amplio sentido del humor, no al menos en actos y discursos públicos, excepto cuando los han utilizado de manera agresiva para referirse a cualquier opositor.
En la campaña que se inicia sería bueno, una agradable variante, introducir el buen humor, respetuoso, sin malas palabras, en algunos discursos.
¿Malas noticias? Siempre hay formas de hacerlas menos pesadas, menos duras si son acompañadas de un mensaje positivo con buen humor.
¿Un ejemplo? Veamos. Supongamos que un candidato recibe una pregunta sobre la falta de dinero en el presupuesto para cumplir con las promesas que está haciendo:
“El presupuesto de la República nunca alcanza, siempre hay algo que falta cubrir, las necesidades son siempre más que el dinero. Ante esa realidad yo aplicaría lo que decía mi abuelita, la que siempre salía corta de dinero -Mi hijito, es como cuando estamos durmiendo varios en la misma cama, el que está despierto jala la cobija y el que se descuida pasa frío”.
Bromas sencillas, blancas, chistes de ocasión, anécdotas de otras eras, historias personales simpáticas y cortas; fórmula casi infalible para captar la atención.
Otra parte del truco es no abundar demasiado en detalles, para que toda la gente, de casi cualquier preparación pueda entenderlo.
En algunos discursos que a lo largo de los tiempos he tenido la oportunidad de redactar para diferentes personas -lo que es conocido como Ghost Writer – he tratado hasta donde ha sido posible hacerlo de una forma más o menos humorística y, puedo decirlo sin temor, la mayor parte de las veces el orador obtuvo buenos resultados con esa estrategia.
Ya triunfante en su carrera política Trump -finalmente- introdujo algo de humor, ojalá sea para beneficio del mundo entero.