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lunes, mayo 6, 2024

El mundo es de Mauricio

Herbert Rivera C.
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Pocas cosas guardo con celo, esmero y especial cariño; por escasas caben en una alforja. Son caras, no por el precio sino por su valor sentimental, por lo que han costado y, sobre todo, por cómo se obtuvieron. La mayoría llegó de mujeres, todas dueñas de mis afectos: hijas, madre, ella, la compañera de vida, y las hermanas.

Entre esos objetos, muy bien custodiados, se haya una pelota blanca con una firma y, también -como espada samurái protegiendo cruzado mi escuálida biblioteca- hay un bate negro, de metal, también rubricado. El autógrafo es el mismo, también la dedicatoria, pero los escenarios, las circunstancias y las fechas son diferentes: la bola de béisbol es de cuando estaba en Boston y el bate en Milwaukee, en donde al igual que la pluma firmadora, las esgrimió la mano diestra y fuerte del ahora histórico pelotero Mauricio Dubón, el primer hondureño que desde mañana viernes disputará una Serie Mundial de Béisbol, con “Los Astros” de Houston.

Lo conocí, hace ochos años, en una Navidad a la que me convidó su madre, Jeanette, espléndida amiga al igual que su esposo Pedro García Peña. En su residencia de la “Santa Mónica” también estaba su hermano Danilo y un amigo de ambos. Sonriente él, educado y humilde, nos estrechamos la mano y deseamos felices fiestas.

Él estaba todavía “güirro” y no imaginé que detrás de su cara de niño bueno había la picardía juvenil de quien, como muchos, se divierte reventando petardos o morteros inmensos capaces de levantar un camión, sí, con la misma fuerza con la que ese catracho de excepción batea y se vuela la barda para remolcar carreras en el máximo circuito beisbolero de los Estados Unidos.

En una breve plática con aquel cipote grande me evidenció su convicción y madurez de hombre para cristalizar un sueño que empezó a correr en las canchas sampedranas desde muy niño y literalmente a volar, cuando quizás predestinado, un misionero cristiano y no un buscador de talentos, lo  vio jugar y, a los 15 años, habló con la madre, que en su máxima expresión de amor se desprendió del apego mutuo con “mi niño” y lo impulsó a luchar por lo que siempre quiso, jugar en las Grandes Ligas y, así, primero aterrizó en Sacramento, California.

A ese muchacho lo volví a ver en 2016, siempre jovial y respetuoso, más serio, con silencios largos, como de viejo meditando, de hablar tranquilo, sensato y modesto, como de sabio invulnerable a los embates de la fama que, con la gloria deportiva, empezaba a llegar cuando militaba en los Medias Rojas de Boston, fue entonces que rubricó para la posteridad mi esférica beisbolera.

Fue breve su paso por “la ciudad en la colina”, después del sacrificio de buscar un excepcional sueño alejándose desde niño de la patria y también de su hermano mayor, Danilo, igualmente excelente beisbolista, e impulsado por su madre luchona y protectora, quien desde que lo llevaba a la cancha de “Rangers”, en la colonia “Jardines del Valle”, de San Pedro Sula, estaba convencida de las condiciones de pelotero talentoso de su vástago, que aunque travieso, ya sabía para dónde iba, en dónde hacerlo y cómo conseguirlo.

Ahí los vimos, a él en sus vacaciones peloteando con su hermano y amigos; y a Jeanette, como leona herida y protectora de sus cachorros, puteando árbitros y rivales agresores, desgalillándose a grito partido impulsando las carreras de su prole, aunque el juego fuera de “mentiras”.

Fue previo a la Navidad de 2016, que por una deferencia suya a mí, en reconocimiento a la amistad con su madre y al jefe de la familia, Pedro cedió espacio en su apretada agenda para que lo entrevistara. Trabajaba en las noches en un canal capitalino en el que de la Ciudad Industrial solo les interesa la criminalidad y sus muertos y de Tegucigalpa la política, sus “vivos” y sus negocios. Por eso, lo que pudo ser una primicia de excepción, pues acababa de ser firmado por “Los Cerveceros” de Milwaukee, no fue tal, porque un arrogante iluso de ese medio, de allá, fue torpe y miope y no quiso publicarla.

De ese diálogo, me quedó su bate autografiado y sus reflexiones cuando le pregunté si sus éxitos deportivos eran producto de la suerte y respondió, probablemente con ironía o sarcasmo, que sí, y consistía en renunciar desde niño a su familia, a entrenar duro hasta ocho horas diarias y a esforzarse por ser mejor cada vez más para lograr cristalizar sus sueños. Más serio, me habló de sus anhelos “que se alcanzan con trabajo y perseverancia y pues nada es consecuencia o resultado del azar”.

Al día, siguiente con su familia, y los amigos Walter y Fabiola Cerén y Manuel Guerrero, lo acompañamos y a Danilo su hermano, a la cancha de “Rangers”, en donde a los niños de los bordos les regaló gran cantidad de implementos deportivos de béisbol y a nosotros los adultos una barbacoa. Luego supe que también de manera discreta se involucra y dona en obras filantrópicas y ayudas sociales.

Posteriormente, volví a verlo el 26 de noviembre 2917, fuimos a recibirlo con su familia al aeropuerto sampedrano, la estaba “rompiendo” con los Cerveceros y llegó feliz; regresó a entrenar pronto y tras un periplo por Milwaukee fue traspasado a “Los Gigantes” de San Francisco en donde igual sobresalió, pero por esas cosas del destino que premia el tesón y perseverancia de quien se esfuerza luego llegó a Houston, ahí construye su historia con “Los Astros”.

En su trayecto de vida, sin duda, tanto esfuerzo y sacrificios han tenido su recompensa y lo logrado es el principio para alcanzar la cima y el cielo, lo puedo ver hoy, a la distancia, como las dos últimas veces que lo vi feliz, en unas fotos en París, cuando se comprometió con su ahora esposa en el que seguramente es “el cuadrangular” más intenso de su vida; y luego en la televisión, el domingo reciente celebrando también en New York, tras coronarse campeón de la Liga Americana.

Sé, es más, estoy seguro, que con su equipo ganará la Serie Mundial a iniciar mañana viernes ante los “Phillies” de Philadelphia, y otra vez sonreirá feliz, como su madre, y de nuevo le brillarán los ojos con esa mirada de niño con ansias de comerse el mundo, bueno… con su pelota y el bate de béisbol, Mauricio Dubón, el paracorto de San Pedro Sula, hace rato lo está degustando, y parece que sus triunfos que sus carreras, batazos y atrapadas van para largo. ¡Arriba “mi niño!”, ¡Adelante Mauro!

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