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miércoles, mayo 8, 2024

El dolor, las caricias y el dar

William Faulkner, el estadounidense Premio Nobel de Literatura, en su novela “Las palmeras salvajes”, expuso una frase brutal: “Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor”.

Su novela, un clásico contemporáneo, reúne dos historias alternas “Las palmeras salvajes” y “El viejo”, para conformar un intenso drama sobre el enfrentamiento del ser humano con las fuerzas de la naturaleza y, sobre todo, con sus propias pasiones, sentimientos y ambiciones.

El ingenio y talento narrativo de este genio, además de su talento para con su imaginación hace que los dos dramas se interrumpan uno al otro, dotan a la novela de una fuerza irresistible y van trazando la trayectoria de unos personajes a merced de terribles acontecimientos: uno que lo sacrifica todo por amor, y otro, un preso, que asiste al desbordamiento del río Misisipí y descubre aspectos inesperados de sí mismo.

No quiero escribir sobre esa novela, lo dije antes, es  magnífica, pero sí quiero destacar esa frase aleccionadora del autor “Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor”, porque es la que, desde hace algunos años, en una exposición brillante, casi un breve ensayo sobre la vida, atrapó mi atención el multifacético español Alex Rovira Celma, empresario, escritor, economista, conferenciante internacional y consultor español quien destaca la importancia de dar y en especial sobre la calidad del regalo, algo que no tiene que ver con cuantía o procedencia, en este caso, brindar cariño o amor a través de las caricias.

“Hay algo que es obvio, pero que acabamos obviando precisamente porque es obvio: Los seres humanos, para desarrollarnos, necesitamos alimento, oxígeno y agua, pero, sobre todo, necesitamos caricias”, asevera Rovira Celma.

En el desarrollo de su teoría “La economía de caricias”, Claude Steiner, psicólogo creador del análisis transaccional, afirma que los seres humanos para desarrollarnos necesitamos la caricia externa, caricia entendida no solamente como el contacto piel con piel.

Una caricia es una mirada, es un gesto amable, es un mensaje, es una mano en el hombro, es una sonrisa, es una crítica constructiva. Caricia entendida como signo de reconocimiento.

Cuando un ser humano no sabe cómo obtener caricias positivas, hace lo posible para obtener caricias negativas, antes que no tener ningún tipo de reconocimiento o de atención.

Añade que, para vivir, todo ser humano necesita caricias positivas, por eso a la hora de relacionarse con otros, ya sea entre parientes, no sirve de nada la relación tóxica y es totalmente contraproducente el insulto, la presión innecesaria, la humillación y el acoso.

Así las cosas, es mucho más inteligente buscar la aproximación basada en que si tú estás bien yo estoy bien.

Otro gran escritor, el irlandés Oscar Wilde decía que el egoísmo verdaderamente inteligente es procurar que los demás estén muy bien para tú estar algo mejor.

Se trata de cuidar, se trata de respetar… es mejor cooperar que competir. La competencia es necesaria para la propia excelencia. Competir con uno mismo, superarse a sí mismo, pero sin compararse porque ahí siempre se pierde.

En realidad, lo importante no es ser el mejor, sino ser distinto. La comparación tiene que servir para superarse, no para destruir al otro.

Para cooperar es necesario confiar. “Trata a un ser humano como es y seguirá siendo lo que es, pero trátalo como puede llegar a ser, porque confías en él, porque cooperas con él y se convertirá en lo que está llamado a ser”, sugiere Rovira Celma.

Con ese preámbulo, llegados los días navideños y lo que eso implica, o se acostumbra, medité al recordar esa frase de que es preferible el dolor a la nada que, para mí, significa: si te duele estás vivo, si no hay dolor, estás muerto… aunque estés vivo. Si esto último es así, entonces porqué o para qué vivir.

El escritor ruso León Tolstoi fue más allá e incluso espléndido al señalar: “Si sientes el dolor estás vivo, si sientes el dolor de otra persona eres un ser humano”.

Ciertamente, como lo entendió el novelista ruso, eterno nominado al Nobel, sin lograrlo, cuando algo nos duele, física o espiritualmente, recordamos que estamos vivos: sentir es una propiedad que está asociada a la vida, a los seres vivos. Sin embargo, sentir el dolor de otro, hacerlo propio, es una característica que distingue a ciertas personas y, según lo señala la máxima citada, las exalta como ser humano.

Cuando se dice que alguien se destaca por su humanidad, se hace referencia precisamente a esa condición que marca sus relaciones con los otros: los reconoce, no los ignora; los saluda y les dirige la palabra; los mira a sus ojos y los escucha; les dedica tiempo y, sobre todo, se interesa respetuosamente por su situación; toma nota de sus necesidades y busca la forma de ayudar a solucionarlas en la medida de sus posibilidades. A veces, sabe que lo único que puede hacer es ofrecer su compañía, incluso en el silencio y la distancia. Y algo más, guarda en su memoria lo que pasa con esas personas, no las olvida, hace seguimiento, porque su preocupación no es momentánea y pasajera, no es de ocasión.

Esta descripción hace pensar sobre la célebre parábola narrada en los Evangelios, la del “buen samaritano’, que es, sin la menor duda, el paradigma del ser humano.

Todo eso de sentirse vivo con el dolor propio, pero especialmente con el ajeno, y en esa situación dar, sin duda que a quienes así actúan los hace sentir más vivos que nunca, especialmente en esta temporada en la que, más que solidaridad y amor, algunos dan soberbia y mezquindad en su embriaguez de derroche, despilfarro y consumo desenfrenado.  A darse pues, ¡Feliz Navidad!

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