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sábado, mayo 18, 2024

El circo gira y la bola rueda

Herbert Rivera C.
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Mientras, como siempre, el globo que habitamos sigue girando en su eje, otra vez y como cada cuatro años, la pelota vuelve a rodar en el mundial futbolero, circo comprado por los emires y sus petrodólares, y denunciado inútilmente por múltiples abusos, muerte de obreros y la corrupción que lo llevó a Catar.

Nada de esos cuestionamientos importó y menos ahora en que ese espectáculo no detiene al planeta, pero casi paraliza y deja pasmado a medio mundo, como antes y siempre en cada cuatrienio, que mundana al fin la gente se embelesa como parte de una feligresía rendida al culto del músculo y de lo banal, y además sumisa a los embates del rabioso mercado que la hace víctima y esclava, o, con su oferta del disfrute mejor, se vuelve redentor de pobres diablos o de ánimas en pena.

Es el mes en que más allá del juego, de si es gol o fuera de juego, y de la maldita jerigonza de los áulicos y porristas en la radio y la televisión, las naciones representadas en la cancha por once y en una guerra sin armas se juegan el orgullo, la pasión, los deseos y los ánimos, olvidando en ese lapso las aflicciones eternas y los problemas de siempre de una sociedad desenfrenada y en permanente caos.

Hay una forma de vida para unos, detrás del balón rodante y para otros un negocio, para los fanáticos y obtusos casi una ideología, y para los estúpidos una obsesión e incluso una religión y para los sociólogos, ese deporte inventado por los ingleses, es un instrumento de poder útil para hacer dinero, y controlar y manipular a la fanaticada de ese circo.

El fútbol, añaden los teóricos de los fenómenos sociales, es una ficción en la que creer y a través de la cual se pueden resolver  complejidades y contradicciones diarias y es un evento también económico-financiero, televisivo-mediático, político-cultural, e histórico, en el que como en la ley del más fuerte, las naciones más poderosas representadas buscan repetir lo que han sido alguna vez o varias -o sorprenderse verdad argentinos y alemanes- y otras, la mayoría, menos vistosas y débiles, intentar lo que nunca serán, ¿o sí, ticos, mexicanos y árabes?

Es una especie de romanticismo del ánimo en el que se elogia la virtud del genio creador (Messi, Ronaldo, Mbapé, etc.), y se les exige, como a todos, los número diez depositarios de nuestra confianza, resolver todo solos y ganar por todos.

En esa coyuntura, aficionados y fanáticos, víctimas de casi todo, dejan de ser sujetos que rinden y producen, pero continúan como consumidores de un deporte convertido en negocio y que derivó además en un instrumento de poder cuando la sociedad de masas lo convirtió en un fenómeno social útil a intereses de pocos.

Mientras a los dirigentes en ese deporte solo los anima lo reditual y su lucro, a la mayoría la motiva solo la alegría cuando se gana y desanima la tristeza de la derrota, así hay un cruce de sentimientos, que hacen del fútbol un sentir sin problemas, pero distorsionado cuando llega a conflicto al manipularse, como manipula  se ve en los torneos domésticos, con los equipos de las televisoras.

En esa exaltación del ídolo pateador de la pelota es evidente que las personas necesitan creer en algo y el fútbol les permite soñar con una gloria ficticia en la que la afición ve a los jugadores como héroes que hacen realidad sus sueños y les brindan gestas o hazañas memorables para recordarlos siempre o no olvidarlos nunca.

En ese ir y venir de sentimientos, desde el apremio en la portería de la selección de las simpatías, y el disfrute cuando el peligro es en el de la otra, la rival, esa que se desea pierda y sea eliminada, es cuando el fútbol se vuelve pasión y religión para los miles en el estadio y los millones detrás de la radio y la televisión.

Todos vibran de emoción y endiosan a los jugadores en ese culto cuasi religioso, alegre y manipulado, y para algunos de gente sin freno y sin orden en los de abajo, pero con control en los de arriba que desarrollan formas más eficaces de centralización del poder, de acuerdo a la Teoría del Proceso de la Civilización, del sociólogo alemán Norbert Elias, que como ejemplo de eso apunta a los Césares Romanos que daban al pueblo pan y circo en los espectáculos de gladiadores.

Al margen de ese evento circense cuatrienal en que los Nerones modernos continúan demostrando que son los manipuladores del resto: sus títeres, hay otros deportes y otras vidas, que del rebaño de ovejas diezmadas o domadas se disgregan y parecen almas descarriadas porque se diferencian al no practicar lo común u ordinario.

Afortunadamente, entre esa manada de “descarriados”, hay muchos jóvenes que enaltecen al país, a ellos y a sus familias cuando con su esfuerzo rinden tributo al ingenio, a la creatividad, a la edificación de la mente y del individuo más que al fortalecimiento del músculo y el ensanchamiento de fortunas de jugadores de élite, los nuevos ídolos de hordas de personas festinadas y obcecadas con el fútbol.

Así, existen muchachos, como los hermanos Gavarrete, tres hijos de mi amigo “Quique”, talabartero copaneco, que con esfuerzo  ha hecho de su prole competidores mundiales y panamericanos de ajedrez, al igual que Roy Antonio Urbina Toro estudiante universitario sampedrano también que ya campeoniza en el juego de las damas y los alfiles; además Mauricio Dubón, campeón en la Serie Mundial del Béisbol gringo con Los Astros de Houston; y por supuesto, mi Génesis André, persistente en no triunfar en ningún deporte, pero insistente en arar en su imaginación para en sus surcos cosechar libros que millones han leído en la aldea virtual y otros en el papel impreso por editoriales extranjeras.

Así rueda la bola mientras gira el mundo y su circo, y en este país de saqueados y saqueadores todo lo demás… no importa, por no escribir otra cosa.

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